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De asesorar al prospecto a entrenar al asegurado

Charlemos seguros

El asegurador

 

El tema de la asesoría es importante, sobre todo cuando se adquiere un contrato con la esperanza  de que no tenga que usarse. La frase Más  vale tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo  evoca el anhelo de no verse ante la necesidad de activar los beneficios de un contrato que se compra para enfrentar las calamidades que se refieren ahí. 

Colisiones, vuelcos, robos, terremotos, incendios, explosiones, enfermedades, muerte… y todo lo que nos llegue  a la cabeza al leer las desgracias mencionadas  nos ha  convertido, ante la percepción de la comunidad, en promotores de desgracias. La creatividad de algunos los  lleva a presentarse, cuando acuden a una cita, con un atuendo propio de estos días, para que el mensaje sea contundente. Vestir de negro al acudir a citas para recordarle al prospecto su naturaleza mortal y las penurias posteriores a ese lúgubre momento resulta, sin duda alguna, un mensaje inequívoco de aquello  de lo que   tratará     la entrevista.

La técnica de entrevistar tuvo adecuaciones que, en voz de los críticos, fueron más bien “tropicalizaciones” de un modelo consultivo en el que  la asesoría se ha impuesto por encima de  la coacción como mecanismo de persuasión. El objetivo de ambas (la vía coercitiva y la consultiva) es el mismo:  vender. En el pasado he sostenido que la asesoría que se brinda sólo puede llamarse venta cuando el cliente se asegura con quien se la brindó. De no cerrarse la ansiada venta, la asesoría es difícil (o imposible) de cobrar.  

¿Cuántos prospectos estarían  dispuestos a pagar la asesoría aun si no compran?

La respuesta a la interrogante  anterior queda abierta a la calificada  opinión de los expertos, quienes podrán sustentar el concepto de la factura para lograr el cobro de la asesoría brindada al prospecto que esté  dispuesto a pagarla, a pesar de no aceptar el seguro.                   

La asesoría es, así, una técnica de entrevista en la que al  prospecto se lo conduce  por el camino trazado de antemano por un asesor entrenado para ello. La bondad o maldad es secundaria cuando el objetivo de aplicarla es cerrar una venta. Vender asesorando es un precepto que puede tener la interpretación inversa:  asesorar vendiendo.

Ambas (asesoría y venta) forman parte del objetivo comercial, causa primigenia por la  que alguien se enrola como agente, vendedor, intermediario, productor, empresario, asesor o el nombre  que se le quiera dar a la actividad de quien promueve los  seguros. El objetivo comercial de un agente es el de una aseguradora. Ésta recluta al vendedor para cumplir con esa misión, y para estimularlo lo rodea de satisfactores económicos buscando convertirlos en objetivos que se anhela   cumplir. ¿Y con qué se pagarán tales estímulos? Con    el dinero que se derive de sus resultados en primas pagadas.  

La actividad de asesoría es propia  de aquellos que se especializan en brindarla para conducir al prospecto hacia la mejor decisión, y ellos se diferencian netamente de  los canales que sólo buscan colocar una venta. Aunque cierto, el concepto de asesoría   tiene, según  mi opinión, un objetivo primordial y único  en un momento específico durante la vida del contrato colocado:  la satisfacción del asegurado cuando ocurre el siniestro. Es ahí, en ese preciso instante, cuando el asegurado podrá evaluar lo que compró  y aquilatar si en realidad se lo asesoró (lo cual implica infinidad de actividades y saberes que favorecen al prospecto en la fase inicial de este proceso)     o si sólo se lo persuadió  para contratar el seguro.

La asesoría toca, entre otros  puntos específicos, aspectos como el cálculo de  la cuantía de capital que se va a contratar en coberturas específicas, el costo del contrato y las participaciones adicionales a éste cuando ocurra un evento que active la posibilidad de usarlo. 

El momento de la contratación es distinto del  momento del uso, por lo que la asesoría entra en  una dimensión distinta cuando el asegurado busca a su asesor para reportar la ocurrencia de un siniestro. 

La asesoría que se brindó al comprar el seguro está, así, en ese momento de verdad que puede convertir la experiencia en una vivencia mágica   o en una miseria auténtica,  como      dijo el autor de estas maneras de calificar la adquisición de una cobertura, Jan Carlzon.

La experiencia de cientos de asesores refleja muchas veces     la contundente satisfacción de los asegurados por la asesoría recibida y la experiencia obtenida al usar la póliza. En muchos casos  fue necesaria la intervención del asesor para cubrir aspectos específicos del trámite del siniestro, desde que se constata su ocurrencia hasta el finiquito de su indemnización.       

Quien tiene cubierta esa ruta podrá hablar del costo de las estructuras de servicio que debe implementar para poder garantizar esa satisfacción. En cambio, quien  no ha efectuado esa inversión   corre el riesgo de ser evaluado negativamente o tener que modificar su agenda de compromisos del día para atender, personalmente, el trámite ante autoridades, hospitales, talleres y demás proveedores de las especialidades utilizadas por el asegurado en la atención del siniestro ocurrido.

La atención del asegurado va más allá de la asesoría que se brindó cuando se compró la póliza, lo que exige la presencia de un proceso de entrenamiento para que él sepa cómo activar los beneficios de su contrato justamente  cuando ocurra  el siniestro.  Ese entrenamiento ocurrirá exactamente en el momento en que la pérdida sea  ya una realidad.

Como raras veces sucede con otras circunstancias negativas, la  pandemia actual puede  incapacitar al propio asesor, lo que seguramente dejará  desamparado al asegurado si éste tiene que hacer uso de su póliza y su asesor está convaleciente.   Es precisamente ahí donde resalta la necesidad de capacitar al asegurado en el uso de su póliza por las vías que el momento permite. 

Una sesión por Zoom con asegurados de seguros médicos (por mencionar el más utilizado en este momento) es una posibilidad para entrenar a quien quizá deba usar  la póliza. El asesor brindará esa  sesión   como forma distintiva de atención. 

La   nueva normalidad  exige formas creativas de anticipar las exigencias de una emergencia  para tener la seguridad de que el asegurado sabe  exactamente  cómo actuar para recibir la atención de la aseguradora, aun  sin la intervención de su asesor. 

La asesoría es indispensable en el momento de la compra. Para el momento del uso, la capacitación y el entrenamiento del asegurado le permitirán a éste   utilizar atinadamente su contrato. El asegurado reconocerá entonces   que su asesor, quien destacará así por su previsión, lo preparó para ello con un curso y su seguimiento, estrategia que otros, inapropiadamente llamados “asesores”, ni siquiera tienen anotado como pendiente.        

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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