Deberíamos esperar lo mejor y prepararnos para lo peor, pero sólo cumplimos la parte de aguardar un futuro luminoso, aferrados a prácticas que sólo nos incorporan al tren que se encamina al desfiladero, con el maquinista ocupado en verificar que los violinistas del vagón comedor estén afinados.
“La verdad nos hará libres”. Es el lema de la Universidad Iberoamericana. Inspirados en la Ibero, los más de 7,000 millones de seres humanos que poblamos este planeta necesitamos otra divisa para retomar la senda del equilibrio sustentable. Algo así como: “El consumo nos hará libres”.
Hace algunos años, los chinos ni ruido hacían. Dormíamos tranquilos mientras en el otro lado del mundo ellos se afanaban en concretar el ideal comunista de la revolución cultural, enfundados en sus casacas de cuello “mao” (¿podía ser de otra manera?). La economía china creció casi al 10 por ciento anual durante los últimos 30 años. A pesar de la disminución reciente de ese brutal ritmo, los números cuentan: de continuar creciendo como ahora, el producto interno del gigante asiático se duplicará en 10 años, superando al de Estados Unidos, y se convertirá en la primera potencia mundial. No son de extrañar, por lo tanto, los pataleos del nefasto líder de la nación al norte del río Bravo, y más ahora que está en vías de reelección.
Cuando los 1400 millones de chinos saltan al mismo tiempo, el mundo siente la sacudida. Si con su crecimiento económico deciden adoptar un patrón de consumo similar al estadounidense, ello podría fracturar a la pequeña canica azul que da vueltas en el espacio llevándonos a cuestas: dos coches para cada familia, una casa, 10 mudas de ropa, tres pares de zapatos cada año y un carrito semanal de supermercado rebosante de comida envuelta y mil veces envuelta en plástico, con todo tipo de productos industrializados. Eso sería la ruina final de mares, ríos y tierras. Por cada bote de basura que llena un ciudadano, los fabricantes de las más disímbolas mercancías llenarán otros cuatro para llevar el progreso y el bienestar al hogar de los orientales, que aspiran al sueño americano.
El caso chino es el más evidente, pero la amenaza es un mundo donde los capitalistas sólo atiendan las señales del mercado como método probado para alcanzar la máxima eficiencia. Por supuesto, la mayor demanda de bienes y servicios, casi todos inútiles, aumentará la explotación de recursos naturales, ya de por sí en el límite; y el desecho de materiales de empaque se acumulará en cantidades suficientes para formar nuevos continentes en los océanos.
Desde los fabricantes de pastelillos y sus envolturas de celofán hasta el puesto de la esquina, con sus pilas de vasos de unicel y sus tortas empacadas en bolsas de plástico, los empresarios de todos los tamaños optan por la solución más fácil, a no ser que los consumidores les cambiemos la señal. Ellos no reaccionarán por un sentido de responsabilidad social. Son como el perro que sólo entiende a periodicazos. Bimbo, Coca-Cola y otros están intentando introducir productos con menos calorías y mayor valor nutricional porque en ello les va la vida una vez que la verdad de la harina procesada y la abundancia de azúcar ultrarrefinada ha salido gradualmente a la luz en un país como México, desmedrado por enfermedades relacionadas con la obesidad. Entenderán también las señales de un consumidor interesado en cuidar al planeta.
Sábado en el súper. Jalamos un carrito de la inmensa retahíla que colocan a la entrada y entramos en el establecimiento para hacer nuestras compras. Primero, la fruta y las verduras, lo que más flojera da; si no están empacadas, nosotros nos encargamos de poner, por ejemplo, seis limones en una bolsa grande (porque se acabaron las chicas). Después pasamos a las verduras, y la misma insensata historia. Ya no entendemos la vida sin el poliestireno. Sentimos un poco de consuelo al comprar huevo, habitualmente empacado en una caja de cartón, pero nuestro espíritu de conservación del medio ambiente sufre un golpe muy fuerte al recorrer los pasillos: excepción hecha de las latas de garbanzos o chícharos, el resto de las mercaderías vienen en bolsa, botella de PET o empaque de plástico. El cereal que tanto gusta a los niños es el colmo: un poco de fécula en una bolsa encerada guardada en una caja de cartón. Los refrescos de botella de plástico, flejados con una envoltura también de plástico, son lo último que ponemos en el carrito. Mucho ruido y pocas nueces: perecederos que durarán, a lo más, una semana, protegidos con empaques que nuestros tataranietos contemplarán, sin ningún género de duda, todavía flotando en el mar.
El consumidor es el único que puede revertir la perniciosa tendencia. Y no un “consumidor” hipotético con conciencia social, sino nosotros. Y no me refiero a hacer el ridículo pidiendo al mesero que no nos dé popote, sino modificando nuestros hábitos de consumo. La memoria de los mayores nos recuerda que hace apenas unos años la leche se entregaba en botellas de vidrio, que se reciclaban cada semana; la fruta se ponía directamente en una canasta, y nosotros bebíamos agua de la llave o de un vaso de cristal que el ama de casa más cercana nos proporcionaba sin costo.
Volvamos a la escena del súper. Si no usamos bolsas de plástico y colocamos fruta y verdura directamente en una bolsa de tela, los cajeros pondrán manzanas, limones o duraznos en la báscula sin inmutarse. El cerillo (adulto mayor que ha usurpado casi por completo esa actividad, antes destinada a niños) volverá a guardar todo en la misma bolsa de tela.
Podemos solicitar el pescado o la carne directamente al dependiente, haciendo a un lado los empaques de charola de unicel y cubierta de plástico y utilizando los tópers que llevamos para ese propósito.
Obviamente, al negocio le es más fácil que tomemos el empaque y no molestemos al dependiente; pero recordemos que el consumidor manda. Si compramos refrescos, busquemos las botellas de vidrio. Si la mayoría hace esto, el sistema de inventario de la tienda detectará el incremento en el consumo de botellas de vidrio, y automáticamente modificará la instrucción de resurtido. El consumidor es el rey en este sistema capitalista, sin alma pero sensible a los deseos de quien compra.
En la panadería te preguntan si quieres bolsa de plástico o de papel. Demos por favor la respuesta correcta. La bolsa de papel empezará a degradarse una vez que el pan esté en su interior.
En la salchichonería pidamos que el jamón o el queso se coloquen directamente en el tóper: así lo haremos llegando a casa; así que ahorremos un paso y evitemos el cortísimo uso (menos de diez minutos) de bolsas de petróleo que tardarán en degradarse 500 años.
La sustitución del empaque plástico de algunas mercancías se intuye como un proceso un poco más complicado: detergentes, papel de baño, servilletas, comida para perro o gato, arroz o frijoles. Pero, si reflexionamos tantito buscando soluciones, seguro que las hallaremos. Yo ya convoqué a los vecinos del condominio donde vivo para comprar papel de baño, empacado en cajas de 48 rollos, para ahorrar dinero y no consumir plástico. ¡Muchos productos pueden adquirirse usando estrategias similares y aprovechando un sistema de distribución que ya existe! La voluntad de cambio es lo que determinará cierto alivio para el planeta dentro de esta grave devastación medioambiental.
Nadie más hará la labor de sustitución de empaques de plástico. Sólo el consumidor puede aprovechar el mismo sistema que encumbró a ese material ligero, barato, práctico y resistente al concepto de “indispensable” que hoy ostenta para derrocar al tirano de su trono. Necesitamos a un monarca nuevo que reconozca la necesidad de mantener en pie a un planeta que ya se tambalea.
Sin duda, el primer paso es la convicción ciudadana, reflejada en un valor compartido. Tomemos el caso de los desechos de perros en la ciudad. Ya no es tan alto el peligro de embarrar el zapato en alguna deposición canina en una mañana de descuido, pues cada vez son más los dueños que recogen los excrementos de su mascota, y más aún los ciudadanos que reclaman a quien no lo hace. Parecía imposible vencer la indiferencia o agresividad de los interpelados, pero de alguna forma avanzamos.
Hace poco me llegó el video de una persona que decidió cargar la basura que generaba colgándosela con cordeles a la espalda. Al cabo de una semana ya le costaba trabajo caminar. Si ese hombre hubiera agregado las cuatro partes adicionales generadas por los industriales que elaboraron los productos que consumió, habrían bastado dos días para doblarle piernas y hombros. Ahora multipliquemos por 7,000 millones el fenómeno y entenderemos la formación de un continente de plástico, con una superficie equivalente al territorio de India, que ya flota en el mar.
Cada habitante de Ciudad de México ocupa un área de 13 x 13 metros. Párate, da 13 pasos en la oficina (sin que te importen las extrañadas miradas de tus colegas), y luego otros 13 transversalmente. Ése es el espacio que te corresponde. De esos 170 metros cuadrados sale el espacio de tu casa, de tu coche con todo y lugar de estacionamiento, el que ocupas en la oficina y tu contribución a baños, pasillos, escaleras, calles, estaciones, espacios públicos, parques, centros comerciales y todos los demás espacios privados o públicos que puedas ver o imaginar. Ahora llena ese cuadrado con la basura que consumes en un año: botellas, latas, bolsas, cajas, vasos, platos, popotes, ropa, zapatos, envolturas y muchos productos más envueltos en materiales perennes. Es muy poco espacio y mucha basura.
El talento humano aplicado al diseño de nuevas tecnologías nos ha sacado ya de varios bretes: producción suficiente de alimentos para erradicar el hambre, consumo mucho menor de energía por aparato o fuente de iluminación y alternativas eficaces de transporte, que ya se multiplican. Tal vez el “empaque biodegradable de ultrarrápida absorción” esté a la vuelta de la esquina; pero, mientras tal solución llega, es de vital importancia dejar de consumir plástico para aminorar la astronómica cantidad de empaques y bolsas que se fabrican actualmente. Si de pasada nos encaminamos lenta pero firmemente a un consumo menor de cosas y nos concentramos más en el juego que en el juguete, daremos a la esfera todavía azul la oportunidad de regeneración que a gritos nos está pidiendo.