Al inicio de la pandemia y de la cuarentena originada por la propagación del virus SARS-CoV-2, el principal temor y generador de angustia y ansiedad era el miedo al contagio propio. La falta de información dio lugar a una serie de mitos y falsas creencias que hicieron que la mayor parte de las personas vivieran no solo encerradas, más bien parecía que estábamos viviendo una situación de confinamiento de guerra, donde el desconocimiento del virus y sus alcances hacía que el miedo fuera mayúsculo.
Ha pasado un año desde que el virus llegó a México; pero para ser realistas, en México no podemos hablar de que nos enfrentaremos a una segunda ola de contagios, ya que nunca hubo una disminución sensible y real de casos que permitiera hacer esa aseveración. Más bien, el número de contagios tuvo una desaceleración y posteriormente retomó su ritmo y lo ha acelerado.
En mi experiencia, muchas personas se habían acostumbrado al riesgo del contagio personal; es más, en muchos casos aquellos que se infectaron y tuvieron baja sintomatología se sintieron aliviados y en la fantasía de una inmunidad temporal, nos acostumbramos a ver los números crecientes de contagios en las páginas que llevan el conteo de casos y ahora casi nadie ve las conferencias que las autoridades realizan diariamente para dar cuenta de la enfermedad.
Sin embargo, los contagios en muchísimos casos han llegado a la mayoría de las familias, son pocas aquellas que no han tenido un miembro infectado o muerto por la COVID-19. Desafortunadamente, muchas personas hicieron mal uso de la relajación de las medidas de precaución y el número de enfermos cercanos se incrementó.
Por poner un ejemplo de lo antes mencionado, muchas familias decidieron que había pasado mucho tiempo sin verse y comenzaron a reunirse, incluso, invitaron a miembros en situación de riesgo por salud y por edad. El resultado fue una elevada tasa de contagios al interior de las familias.
Esta pandemia ha resultado ser mucho más duradera de lo que nadie estimaba y tomó por sorpresa a muchas personas, puso en pausa muchísimos de sus planes, desde laborales hasta económicos. En el aspecto familiar hubo una gran cantidad de personas que, por ejemplo, tenían pensado casarse y por la fecha elegida, la cuarentena se los impidió. Después, cuando los semáforos sanitarios pasaron a amarillo, decidieron llevar a cabo sus celebraciones, el resultado ha sido evidente, un renovado crecimiento de las tasas de contagios.
En la actualidad, después de ver a familiares cercanos infectados, las personas empiezan a tener una renovada conciencia sobre la posibilidad y el riesgo de contagiar a sus familiares y amigos. El miedo en algunos aspectos es ahora mayor porque sabemos que existen muchísimas personas enfermas y asintomáticas, quienes han contagiado a gente cercana a ellos.
La única manera de reducir el riesgo de contagio es mantener en lo posible los protocolos de protección ante esta pandemia, evitar acudir a sitios muy concurridos y salir lo menos posible; de lo contrario, la posibilidad de formar parte de una población de riesgo se incrementa.
La prevención es parte fundamental para evitar la angustia de haber sido contagiado o de contagiar a algún familiar.