Algo muy personal

Charlemos seguros

El asegurador

Cuando en marzo de 1979 acepté la invitación para trabajar en la sección Mundo Financiero del periódico El Universal, ignoraba  que el entonces editor, Luis Enrique Mercado, me tenía puesta sobre la mesa la decisión de que escribiera acerca de los temas de seguros y fianzas. Muy poco se incluía entonces en los diarios alrededor de estos temas. Quizá  solo aquellos artículos esporádicos que preparaba Antonio Minzoni Consorti para el mismo medio.

Para comenzar a ejecutar mi responsabilidad, partí de una revisión de la entrada    seguros  en la Sección Amarilla, directorio que muchos jóvenes no alcanzaron a conocer en su verdadero tamaño, y observé  que existía la Asociación Mexicana de Agentes Técnicos de Seguros y Fianzas, A. C. (Amatsf), después de lo cual me propuse concertar  una entrevista con su presidente, que en ese entonces era Luciano Grobet Terroba.

Busqué la cita, la obtuve y una buena mañana acudí a su despacho, ubicado en las calles de Gabriel Mancera, en la hoy rebautizada Ciudad de México. Autoritario, aunque cordial, me invitó a pasar a una oficina repleta de libros, estudioso como era él, y me preguntó que cuál era la idea. Le comenté que no se trataba de una entrevista aislada, sino del deseo del periódico de atender asuntos relacionados con las actividades del seguro y de la fianza.

Mi respuesta le agradó y enseguida ordenó a su secretaria posponer dos de sus citas ya agendadas preguntándome si disponía yo de   cuatro horas para platicar acerca del seguro y de la fianza. Sin duda, había yo entrado en este sector con el pie derecho. Ese día tuve las  primeras cuatro horas, que se me dedicaron con deferencia, para que pudiera entender qué eran estos sectores en todos los sentidos. Yo creo que, viendo en retrospectiva aquella charla, Grobet Terroba  terminó vendiéndome como la mercancía más preciada estos temas. Y yo jamás dudé de comprarlos.

Al día siguiente, 19 de marzo, aparecía por primera vez en un medio de comunicación un escrito que yo había redactado.    Jamás imaginé que 40 años después estaría asimismo escribiendo sobre este tema. Ha sido un recorrido de cuatro décadas lleno de momentos inolvidables, por tantos y tantos personajes que, independientemente  de sus posiciones directivas, me tendieron la mano generosamente para que pudiera conocer un poco más de seguros y fianzas.

Muchos son los nombres que se cruzaron en mi camino; tantos personajes han sido que citarlos a todos resultaría extenso, y el descuido me haría omitir imperdonablemente a algunos. Esos nombres los llevo en el corazón porque gracias a ellos   pude aventurarme en la creación de El Asegurador; en la publicación de una página diaria de artículos sobre seguros y fianzas, durante tres años, en El Financiero; en la confección del  suplemento de Seguros y Fianzas del  periódico El Economista, y así en muchos otros proyectos.

A veces me preguntan   cómo comenzó todo; cómo fueron los primeros tiempos. En esos momentos, pensando en una respuesta,  me surgen los recuerdos de los nombres, las anécdotas, los momentos alegres, las épocas complicadas, mucho de ello traducido en verdaderas lecciones de vida.

No hace mucho publicaba  en redes un texto sobre el próximo cumplimiento de mis 40 años en el periodismo en los sectores de seguros y   fianzas, y preguntaba yo si había valido o no la pena. No era “tirarme al suelo”. Encontré comentarios que alimentan el alma, aunque muchos me dicen que soy un eterno inconforme y que hasta parece que no valoro lo hecho. Lo cierto es que sí valoro los hechos. Sin calificarlos, puedo decir que de todos he aprendido.

Ahora entiendo eso de salir de una oficina de trabajo  con los pies por delante, morirse en el ruedo, morir en el tablado… Comprendo incluso que hay cosas que uno no quisiera dejar de hacer hasta que llegara ese día. Sin embargo, habrá que ir adaptándose. Es una bendición conocer a personas destacadas en el negocio que van dejando los espacios para las nuevas generaciones. Esos seres motivan  a reflexionar sobre nuestra temporalidad. Así que habrá que pensar en espacios desatendidos y en lo que ello implique.

Apenas esta semana estuve en la Sala  Presidentes de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), donde hay retratos de todos los que han encabezado este organismo; también estuve  en la Sala de Aseguradores Distinguidos (quienes fuimos honrados con esta condecoración recibimos en su momento el Guerrero Azteca). La mayoría de ellos ya no está aquí. Así de temporales somos…

Discúlpenme hoy, amigos lectores, por escribir acerca de un tema que puede parecerles insustancial.  Sin embargo, creo que es momento propicio para agradecerles a todos los que de un modo u otro han hecho que estos 40 años hayan valido la pena, a pesar de las brechas de oportunidad, como se dice ahora, que revelan faltantes, cosas que han dejado de atenderse, de lograrse.

Gracias a tantas y tantas personas que han influido en innumerables  momentos en mi forma de ver las cosas, de hacerlas. Gracias a quienes generosamente han contribuido, de maneras diversas, a que esté aún aquí. Gracias a quienes, cerca de mí, han respaldado algunas locuras, así haya sido a regañadientes.

Gracias, sobre todo, a mis hijos, dos de ellos comprometidos hoy en día con El Asegurador.

Ahora, a seguirle…, que esto todavía no se acaba y hay mucho por hacer.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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