A estas alturas, ¿qué más da?

Charlemos seguros

El asegurador

Tenía yo 12 años cuando una mañana cualquiera mi padre me reconvino por algo que, ante sus ojos, yo había hecho mal: “O lo haces bien, o mejor no lo hagas”, fueron sus palabras.

Aquellas palabras   me han acompañado durante toda la vida. Y,  si bien es cierto que por un lado me han inducido a siempre tratar de hacer las cosas bien, la verdad es que por el otro me crearon cierta aprensión,   que muchas veces ha propiciado que no dé los pasos requeridos para llevar a buen término una tarea.

Apenas hace unos cuantos días, por ejemplo, me puse ante el escritorio, tomé la computadora y quise escribir un artículo, pero caí  en la estéril práctica de anotar algunas líneas para acto seguido borrarlas  por considerar que lo expuesto no correspondía a las expectativas de ese hábito  que se me inculcó  de hacer bien las cosas.

Después de un buen rato de sentir una evidente frustración, recordé aquellos  años    de mis inicios  en el periodismo, cuando en más de una ocasión vi cómo un reportero rompía una y otra hoja de papel   (era papel revolución)   en busca de las palabras o ideas  que correspondieran a lo que tenía en el pensamiento. 

Me acordé también de que a menudo veía  cómo algunos jefes   hacían pedazos esas hojas de papel por  considerar que su contenido no respondía al fondo ni  a la forma que determinada orden de trabajo exigía a los reporteros y redactores.

A mi mente acudieron  otras anécdotas; por ejemplo evoqué mis días de estudiante     en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en particular aquella vez en que el maestro de la materia Redacción, al hacer un análisis de las posibilidades que cada uno de los alumnos tenía de quedarse en la actividad, sentenció  que, en mi caso, yo estaba en el filo de la navaja.

¿Cómo entender en aquellos años de mi juventud  ese “estar en el filo de la navaja”? Desde la perspectiva de aquel maestro  (el periodista Leopoldo Cano Contreras, ahora ya finado), yo me encontraba en dicha posición porque había entrado  en una etapa en la que comenzaba a escribir sometido a  una autoexigencia desbordada que me llevaba a desechar   una y otra vez los textos que pretendía mostrar.

Con el paso de los años, aunque yo ya había escuchado y leído sobre la idea de que antes de hacer las cosas bien es posible (mejor dicho, es del todo natural) que las hagamos mal   muchas veces, esa exigencia estuvo  (ha estado)  presente en mi conciencia  generando una incomodidad que, ahora sé,   puede volverse obsesiva, y por ende perjudicial,  por el afán de un perfeccionismo que, si bien impulsa, frena.

Napoleon Hill dice en su libro Piense y hágase rico que, cuando se tiene una idea, hay que empezar con lo que se tenga  a mano, si bien aboga por el diseño y uso de un buen plan. Se sabe que un plan ha de registrar ajustes (e incluso puede cambiarse de raíz)   apenas iniciemos  su realización. Pero  no es lo mismo saber que entender.

¡Ah,  cuántas ideas mueren sin que las hayamos intentado  siquiera! Y todo  por culpa de ese  afán perfeccionista que afecta a tantos. En el caso de nuestro oficio, que es de lo que podemos hablar con mayor conocimiento, esa obsesión nos lleva a romper  hoja tras hoja o a borrar  en la pantalla una y otra vez las líneas tímidamente aventuradas. Muchos artículos excelentes jamás vieron la luz, muchas ideas no se expusieron; y, en general,  muchos proyectos han muerto antes de nacer   solo por esa consigna, observada a rajatabla, de  que se han de hacer bien las cosas o será mejor no hacerlas.

Stephen R. Covey señala en Los siete hábitos de la gente altamente efectiva que, para lograr la  meta, el objetivo, el propósito, el fin que se tenga en la mente, uno tendría que centrarse en el círculo de influencia, y no en el círculo de la preocupación. Pero aun en aquello en que podemos influir cabría pensar en que los procesos pueden modificarse.              

No sé si tú, lector, tengas una tendencia al perfeccionismo o el perfeccionismo te domine. En lo que a mí atañe, admito que he dejado de emprender más de dos veces frenado por una autocrítica que no solo ha devorado intenciones y  proyectos, sino que también  ha impedido que esas intenciones y proyectos lleven  un bien a aquellos estratos de la sociedad para los cuales fueron pensados.

Y aquí acudo  de nuevo a Napoleon Hill, quien en la  obra mencionada expone   seis temores que usualmente aquejan a la mayoría de las personas. Uno de ellos es el temor a la crítica, a la crítica que es  mordaz, incluso letal. Tememos que se nos critique; y,  ¡oh, paradoja!, la  autocrítica es muchas veces más destructiva que la que nos puedan  infligir  los demás.

Sobre temores, leo un cuento de Laura Fernández MacGregor Maza, quien dedica un espacio a ese tema. Chincolo, tu otro yo     es el título publicado  por Alpe Ediciones. Acerca de la obra, el psiquiatra José Jorge Prado G. opina que la autora resume en unas cuantas páginas un proceso que lleva años   entender,   “la integración de la personalidad y la aceptación de uno mismo”.

Chincolo, un elefante, cuenta acerca de su experiencia con un ratoncito que lo atemoriza hasta el punto de hacerlo    correr:     “Mucho me he preguntado por qué esos animalitos me espantan…    Quizás por su agilidad y rapidez, o por la manera tan inesperada en que aparecen. No lo   sé”. Y  le recalca  a su interlocutor: “Pero escúchame bien: a     pesar de mi pena, me da gusto que aún sienta  temor de alguna cosa”.

Más adelante, Chincolo expresa: “Recuerda bien lo que te digo: el día en que ya no temas a nada  será porque tu vida habrá terminado”.

A estas alturas, por un momento pensé  hacer clic en la tecla de borrar.

¿Qué más da?

Bien nos invitaba Wayne W. Dyer en sus libros y grabaciones  a “no morir con nuestra música por dentro”.

Impidamos que el perfeccionismo destruya el propósito por el cual estamos aquí.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

Califica este artículo

Calificación promedio 0 / 5. Totales 0

Se él primero en calificar este artículo