En mi colaboración pasada, hablé de un primer principio japonés, el IKIGAI, el cual nos lleva a una forma de vida no solo personal, sino empresarial basada en un propósito de existencia, por el cual y para el cual hacemos lo que hacemos.
Si bien es cierto que encontrar la razón verdadera para la cual te despiertas cada día y haces lo que haces con entusiasmo, felicidad, dicha y fuerza puede tomar cierto tiempo de reflexión e introspección, una vez encontrada es como una llama infinita que nunca se apaga, sin importar qué suceda, podrá evolucionar y cambiar, pero nunca apagarse.
También es cierto que, a pesar de tener esta claridad, las pruebas muchas veces pueden hacernos dudar. Los conflictos, los obstáculos, los retos, los fracasos, los intentos, los fallos, si no hemos aprendido a desarrollar una fuerza interna, pueden terminar por ganar y desviarnos del camino. ¿Cuántas veces no hemos visto o escuchado de gente con gran potencial, pero que se dio por vencido al primer fallo? Y, por otro lado, ¿cuántas veces no nos hemos conmovido y asombrado con historias de total inspiración, donde desde un punto en que todo parecía perdido resurge un gran talento y potencial? ¿Qué tienen esas personas, que después de haberlo perdido todo, siguen intentando y finalmente logran su cometido?
Es aquí donde entra el segundo principio, el principio KINSTSUKUROI.
En Japón es muy conocido y famoso el arte de crear cuencos y jarrones de cerámica y barro, pero aquellos que son extremadamente raros y valiosos son aquellos hechos con el arte KINSTUKUROI, el cual consiste en reparar un cuenco roto con retazos de oro, teniendo como resultado una pieza mucho más exquisita y bella que la original, demostrando con belleza lo que en su momento fueron ranuras de un pedazo roto.
En la cultura occidental, desde pequeños aprendemos a ver el error, el fallo y el fracaso como un motivo de vergüenza y de burla. Motivos por los cuales muchos dejamos de intentar ante la fragilidad de sentirnos humillados o avergonzados. Es poco común ver a un niño fallar y hacerle reflexionar el porqué de su fallo y, sin embargo, se refuerza y hace hincapié sobre la debilidad, la falta de habilidad o el famoso “deber esforzarte más”. Y al llegar a la edad adulta, entonces vemos los obstáculos y fracasos como una amenaza, más que como una oportunidad.
A través del KINTSUKUROI aprendí a ver los fracasos desde otra perspectiva, a tomar un tiempo y poder reflexionar sobre “qué nueva vasija puedo crear a partir de estos pedazos”.
Para poder llevar a la práctica este principio, lo primero que hay que aprender es a ver cada experiencia como si fuera una vasija o ese cuenco que estás formando. A mí me gusta imaginar que tengo un estante lleno de vasijas y cada una representa una experiencia de mi vida, hay de todos tamaños, formas y colores, algunos impecablemente hechos a la primera, otros con algunos arreglos y otros con muchas cicatrices, pero hermosos al final.
Ver cada experiencia de esta forma me ha ayudado a poder aplicar el segundo paso, ante un obstáculo o fracaso: la reflexión de los pedazos restantes. Ser capaz de recuperar, separar y analizar los pedazos de cualquier experiencia que me pueden servir para crear una nueva y mejor.
Cinco preguntas han sido de mi ayuda:
- ¿Qué pedazos han quedado después de ese proyecto?
- ¿Qué sirvió y que no me sirvió en ese intento?
- ¿Qué pedazos me pueden servir de base?
- ¿Qué puedo crear a partir de esto?
- ¿En qué puedo transformar esta experiencia, o situación?
Es aquí donde el KINTSUKUROI empieza a cobrar magia. Cuando con valor, y sin prejuicio, somos capaces de analizar y desmenuzar cada experiencia, cada resultado, cada decisión y poder separar lo que sirve de lo que no, y así encontrar nuevas soluciones y oportunidades.
Es en este momento donde la magia cobra vida y somos capaces de ver al fracaso como lo que es, una experiencia que nos va a mostrar de qué estamos hechos. Ya lo dice John C. Maxwell: el fracaso no es tu enemigo, es necesario, ya que solo a través del dolor, es que podemos descubrir verdaderamente nuestro carácter y de qué somos capaces.
KINTSUKUROI, aplicado a la vida personal tanto como a la vida profesional, nos enseña:
- Todo puede ser mejorado, sobre todo, después de una adversidad.
- Las heridas, errores o fallos, no nos debilitan, sino que nos fortalecen.
- Es motivo de honor y no de vergüenza, las cicatrices que nos ha dejado el camino recorrido.
Para finalizar, debo decir que el KINTSUKUROI ha sido un principio que a muchos ha sorprendido en mi círculo social, cuando al enfrentarme a situaciones adversas la gente me ve con tranquilidad y fuerza, y no es que no lo sufra, sino que tengo presente que no se trata de demostrar sufrimiento ni tampoco ocultarlo, sino que se trata de INTENTAR, FALLAR, APRENDER, REPARAR, y BRILLAR.
A partir de ahí, la mejora es mucho más fácil, y para ello, en mi próxima entrega te hablaré del tercer principio: KAIZEN.