El análisis del proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación para el año 2021, recientemente presentado por el secretario de Hacienda, me llevó a imaginar a los morenistas, quienes sin duda actúan como si el país fuera suyo para hacer y deshacer, sentados a una mesa redonda en Palacio Nacional discutiendo las partidas presupuestales del año que ya se vislumbra en el negro horizonte.
A los mexicanos nos encantan las teorías conspiratorias: un amigo que vivió en Venezuela muchos años no deja de insistir en que para allá vamos; otros dicen que el morenista mayor, fiel de la balanza, como en los mejores años del PRI, arquetipo y modelo del tlatoani que no abandona la oposición pese a los casi dos años en la presidencia, pretende permanecer en el poder hasta su muerte,
y aun después, transformado si no en el pajarillo bolivariano, sí en un pejelagarto fantasmal que recorrerá los pasillos de la oficina de su nombrado sucesor para vigilar el cumplimiento del proyecto que acabará con la pobreza.
La realidad es que ya no hay muchos misterios. Es suficiente con seguir la ruta del dinero que el Gobierno proyecta gastar el próximo año para darse cuenta de las intenciones del hombre sin imaginación pero con una obstinación a toda prueba para convertir en realidad las soluciones concebidas durante los últimos 18 años de campaña.
¿Cuáles son los hechos que el presupuesto de egresos 2021 exhibe sin asomo de duda?
Lo primero es no tocar los privilegios de quienes disfrutarán durante muchos años por venir, ellos y sus viudas o viudos, de una pensión de favorecido del primer mundo, muchas veces superior a la recortada suma a la que aspira un mexicano de segunda. Así, uno de cada cinco pesos del presupuesto se destinará al pago de pensiones del sector público, con Pemex, , CFE e IMSS a la cabeza. Ni se nos ocurra amenazar la colmena de los mexicanos de primera, aunque ello merme la capacidad de maniobra de un gobierno que gasta mucho e invierte poco. Ni pensar en equiparar las pensiones de los privilegiados que se jubilan jóvenes a las condiciones del resto: ni promedio de los últimos cinco años ni límite en UMAS ni factor de semanas trabajadas… Nada. Retiro a edad temprana con el ciento por ciento o más del último sueldo mensual.
El presupuesto asignado al Pemex de todos los mexicanos (y desconozco la razón por la cual no me siento incluido) aumentará 22 por ciento. La refinería de Dos Bocas va, sin importar la existencia de refinerías baratas que podrían comprarse por una fracción de la inversión requerida por el proyecto emblema de la necedad presidencial.
Y el Tren Maya será de dísel, “porque es más barato que uno eléctrico”. No importa que las especificaciones del combustible seleccionado obliguen a su importación, pues la ilusión del emisario titular de un pasado priista es observar con los ojos entornados la romántica elevación del humo producido por la locomotora (decorada, eso sí, con motivos indígenas) ascendiendo entre el verdor de la selva. “Dice él” que el tren va. Más de 600 por ciento de incremento al presupuesto de la Secretaría de Turismo para sufragar la inversión en el otro proyecto del morenista.
Los dos proyectos, sumados al nuevo aeropuerto de Santa Lucía, generarán empleo y contribuirán a la reactivación de la economía. Si no nos gustan los proyectos o pensamos, con justa razón, que existen alternativas para la inversión de los cuantiosos recursos que tendrían un beneficio mayor en una economía que caerá más de 10 por ciento en 2020, eso ya es otro tema. Pero de que tendrán una repercusión y de que, por coincidencia, se realizarán en una coyuntura que requiere la intervención del Gobierno para generar un efecto contracíclico necesario para contrarrestar la caída del PIB por los efectos de la COVID-19 ni duda cabe.
El Producto Interno Bruto caerá, pero el gasto del Gobierno se mantendrá, lo cual ocasionará un déficit mayor en casi 30 por ciento. El gasto será superior al ingreso en 718 000 millones de pesos, algo así como 5523 pesos por cada uno de los 130 millones de mexicanos. El financiamiento de ese déficit tendrá que ser interno, vía emisión, por parte del Gobierno, de instrumentos que le otorguen los recursos que no se quieren obtener de medidas impopulares, como la homologación de las condiciones de jubilación de los mexicanos de primera y de segunda o la venta del corrupto, ineficiente y ya obsoleto Pemex. ¿Cómo me atrevo a sugerir la venta de parte de nuestra soberanía? Pues por el hecho de saber que Pemex tiene un billón y medio de pesos de pasivo por las pensiones y conocer la diferencia entre el precio del petróleo y el costo de extracción, que ya es superior, me conformo con conservar la propiedad del petróleo y venderlo a alguna empresa que asuma el riesgo de realizar la cuantiosa inversión requerida.
Las bolas de nieve aumentan de tamaño; nuestros hijos y nietos tendrán que pagar una deuda que ya representa casi 60 por ciento del PIB. A no ser que en el futuro algún hábil negociador, enfrentado al callejón sin salida de una deuda impagable, negocie las quitas, mayores plazos y menores tasas, que tendrían que estarse negociando hoy. Argentina ya lo hizo; y, como reza el dicho popular: Si debes poco tienes un problema; pero, si debes mucho, tu acreedor tiene el problema.
No le movemos y no tomamos medidas que sin duda inundarían las calles de empleados de Pemex, CFE o el IMSS en protestas interminables por la eliminación de privilegios inexplicables en un país pobre como México.
¿A quién se le ocurre dejar de pagar los 200 000 pesos mensuales de pensión de un jubilado de 50 años, sin límite de UMAS, sin promedio de los últimos cinco años ni cálculo de semanas cotizadas, como ocurre con el resto de los infelices que tienen que trabajar hasta los 65 años? Impensable. No estamos para amenazar los beneficios ganados por la lucha sindical de tertulia, puros y sonrisas que se llevó a cabo en el pasado, ese pasado de perros amarrados con longaniza.
Para 2021 se ha presupuestado un aumento de 60 por ciento para el Instituto Nacional Electoral (INE). Es año de elecciones, y no es cosa de ponerse austero, aun cuando está comprobado que la mayoría del dinero asignado no sirve para nada. Defensa Nacional tendrá 16 por ciento más de recursos. Ni nos metamos a cuestionar la necesidad de mayores dineros para combatir al narco, aun cuando es evidente la intención de mantener al Ejército contento y garantizar su respaldo. Un 15 por ciento más a la Cámara de Diputados o, mejor dicho, a “la camarilla de mis diputados”, que hacen poco pero me apoyan mucho. A Salud también van más recursos, pero sólo 9 por ciento, que no está la cosa para derroches.
¿Quiénes tendrán menos dinero en 2021?
Trabajo y Previsión Social (-20 por ciento), Hacienda y Crédito Público (-17 por ciento), Relaciones Exteriores (-10 por ciento), CFE (-11 por ciento) y el Inegi, orgullo de Salinas y Pedro Aspe (con 54 por ciento menos).
En conclusión, nos apretamos el cinturón, pero no todos, dice el juarista, pues a mis favoritos justicia y mi amistad ($$$); mientras que a los demás sólo les toca el privilegio de apoyar al país en estos momentos difíciles. Dichosos ellos.
El petróleo sigue bajando de precio, y la producción también. Hay que apostarle al caballo viejo de la sabana para que se recupere, pues no esperarlo es propio de esos malos mexicanos neoliberales que apoyan las energías limpias de gran futuro. Algo se esconde tras un propósito que pocos entienden; aunque la verdad, pura y dura, se exhibe como una necedad ideológica y poco práctica.
A pesar de todo lo que se dice en redes sociales, el Gobierno actual tiene sus aciertos. El principal es no gastar más para con ello estimular la recuperación de la economía. ¿Por qué digo que esto es buena medida, cuando la opinión más difundida cuestiona la decisión de dejar a las micro-, pequeñas, medianas y grandes empresas a su suerte? Básicamente porque los gobiernos del siglo anterior, y los de éste también, han demostrado de manera contundente su enorme ineficacia para llevar a cabo proyectos. Y me refiero a todo proyecto. Mejor que se abstengan de hacerle al promotor del crecimiento con cartera en mano: terminamos igual o peor que antes, y más endeudados.
Y lo malo es que no se ve un proyecto que siente las bases del crecimiento con mejor educación, infraestructura y salud. Ahí seguimos en las mismas. Bastante perdidos.