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Una historia para contar y recordar

Charlemos seguros

El asegurador

Hace unos días, un queridísimo amigo me envió una fotografía histórica por whatsapp, y es la primera que acompaña esta publicación. En ella, de izquierda a derecha: Luis López Coello, Carlos Molinar Berumen (mejor conocido como el Abuelo, o sea yo), el queridísimo Guillermo Hernández (el Plátano), Jorge Cándano (un gran compañero que al acompañarme en la media cancha siempre me hacía brillar más de lo que por méritos propios hubiera logrado), don Ignacio Nacho Trelles (director técnico en jefe de las selecciones nacionales de futbol en los años setentas medios altos), Jaime López Coello (el Pingüino) y Alfredo Solares, apodado Coutiño.

Al recibirla, no pude evitar sonreír y recordar. ¿Qué día tan especial? Me dije a mí mismo: “Tiene que haber sido ese día”; y, aprovechando que hace poco con un cambio de casa había encontrado una caja de recortes de periódico y fotografías de mis juventudes, saqué la caja y encontré una par de recortes de periódico de ese día.

Como por arte de magia, empecé a recordar lo sucedido ese día, y vinieron a mi mente escenas maravillosas de un partido extra oficial de esos que no se pueden olvidar jamás.

Formábamos parte de la Selección Juvenil de Futbol de México que se preparaba para que dentro de unos tres o casi cuatro años representara a México en la Olimpiada de Moscú en 1980. De los de esa fotografía solamente el Plátano, Coutiño y yo, además de Pepe Rascón (q.e.p.d.), quien no sale en esa foto, pertenecíamos a la selección.

Nos entrenábamos en el Centro de Capacitación en Tlalpan, junto con la Selección Nacional que representaría a México en el Mundial de Argentina 78 en un par de años. Al salir un viernes del entrenamiento, don Nacho Trelles, entrenador en jefe de la Selección Mexicana, junto con Jesús del Muro, nos preguntó si podríamos juntar al equipo para servir de sparring a la selección grande al día siguiente.

Obviamente le respondimos: “Por supuesto, don Nacho,  aquí estaremos mañana”. Como no teníamos los teléfonos de los demás compañeros de la selección olímpica, le pregunté a  el Plátano y a Coutiño: “¿Y de dónde vamos a sacar los teléfonos de los compañeros para avisarles?”. Mis amigos se rieron y me dijeron: “Abuelo, no friegues, una oportunidad así no se puede desperdiciar. ¿Tú crees que los amigos de la selección de la preparatoria La Salle van a rehusar una invitación a jugar contra la Selección Nacional? ¿Quién dijo que les vamos a avisar a los compañeros de la Juvenil….?”. Nos fuimos felices a casa con la tarea de llamar por teléfono a los amigos para tan sui generis invitación, y así lo hicimos.

Recuerdo que no pudimos completar el equipo, y hasta llevamos de extremo izquierdo a Jorge Linss, amigo cercano de Pepe Rascón, pero quien no jugaba mucho futbol, o al menos no al nivel que se requería.

Lo que ocurrió ese sábado fue histórico y mágico. Se inició el interescuadras y  empezó a desarrollarse de manera normal. La Selección Nacional enfrentaba sin saberlo a un equipo de chamacos que creían que era la selección olímpica pero que en realidad era una mezcla de amigos que jugaban en la selección de la preparatoria La Salle, aunque lo que sea de cada quién, talento no faltaba.

Empezó a transcurrir el tiempo, y no podían anotarnos gol; y, por otro lado, los empezamos a forzar a dar más de sí. Quitando el físico dispar entre ellos y nosotros, en términos de fútbol no se apreciaba una superioridad notoria de parte de ellos; y, en cambio, hubo varias ocasiones en las que más de uno se sorprendía de nuestra actuación.

Del Muro, entrenador auxiliar, empezó a presionarlos, mientras don Nacho Trelles observaba y de vez en vez les hacía un señalamiento, no con el mejor tono. La situación se tornaba confusa, mientras Del Muro les gritaba más y más, y aquéllo  empezaba a convertirse en regaño… Y seguían sin anotarnos. Nosotros, crecidos, empezamos a mostrar aún mejores cosas, y en una jugada preciosa les anotamos gol por conducto de Pepe Rascón.

Lo impensable estaba sucediendo: la Selección Nacional caía ante un equipo de chamacos cuates de la selección de La Salle disfrazados de la Selección Olímpica Amateur.

A mediados del segundo tiempo, ante los regaños de don Nacho Trelles y la impotencia que les representaba el mal rato a los seleccionados, empezaron a utilizar mucho más la fortaleza física, y comenzamos a recibir alguna entradas, dijéramos con “rudeza innecesaria”, cuando de pronto se escuchó un silbatazo, y don Nacho Trelles paró el partido, nunca sabremos si para evitar que saliéramos lástimados, si para castigarlos y no darles la oportunidad de empatarnos o quizás,  ¿por qué no pensarlo?, para evitar que cayeran por una diferencia mayor. El hecho es que finalizaba antes el encuentro y se consumaba una historia maravillosa en la que unos chamacos derrotábamos a la Selección Nacional.

Los periodistas no daban crédito a lo que pasaba, y don Nacho Trelles, separándose un momento del grupo del regaño, tuvo el enorme gesto de sacarse una fotografía con los chamacos que acababan de derrotar a su selección.

Esta historia por fortuna la avala un par de notas periodísticas que corroboran esa travesura de jóvenes que se atrevieron a divertirse y a demostrar que, si uno se lo propone, puede lograr cualquier cosa.

Tomé los arrugados recortes de periódico, que por fortuna avalan la veracidad de la historia, ya que cualquiera pensaría que lo soñamos, y les saqué una fotografía con mi celular, para enviárselos a mis amigos por whatsapp.

El Plátano me confirmó escribiendo: “Claro, hermano, esa foto fue de aquel día”. Alfredo también me contestó diciendo:  “Abuelito, qué padre que me recuerdas esa anécdota”, y agregó: “¡Qué tiempos aquellos!”.

Y yo me puse a escribir este artículo, que servirá además de anécdota para recordar con los amigos y para mostrarles a los jóvenes de hoy que “Con determinación, entrega y pasión, todo, todo sin excepción, se puede lograr”.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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