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Un joven con alma vieja y un viejo con alma joven

Charlemos seguros

El asegurador

Desde que era niño, era un tipo un poco distinto, pues cuando íbamos mis hermanos y yo los sábados y domingos a montar a caballo con mi padre al rancho Los Migueles, (en donde salíamos al campo en grupo y llegábamos a ser 80 o 100 personas), mientras los niños jugaban a diferentes cosas durante el paseo, yo jugaba con ellos solo un rato, porque también encontraba no pocos momentos que para mí eran maravillosos al emparejarme con alguno de los adultos a platicar durante la excursión, cosa que les llamaba la atención a chicos y grandes, pero yo disfrutaba de esas amistades, esa mezcla maravillosa de adulto-niño, y sostenía pláticas profundas y divertidas de las que me encantaba aprender.

Si a eso añadimos que se me conocía como el Abuelo, apodo que me puso mi padre porque a los cuatro años me amarraban a la silla del caballo y a cada rato perdía el sombrero, y con el pelo muy rubio, casi blanco, mi padre me llamó el Abuelo, lo cual hizo gracia a los caballerangos; y, a partir de ahí, en el rancho nadie más me llamó Carlos.

De ahí se exportó el apodo a través de mis hermanos al futbol, y el sobrenombre terminaría por acompañarme toda mi vida; pero quizá el hecho de que me bromearan diciéndome que era un abuelo joven me llevó a reflexionar y pensar en las diferentes etapas de la vida, y afortunadamente concluí que uno tiene que vivir de la mejor manera cada etapa y sacar lo mejor de ella. Y la forma óptima para lograrlo es estar abierto al aprendizaje.

Durante muchos años tuve extraordinarios maestros, como mi abuelo, mis padres, mis hermanos y algunos otros. Todos ellos son gente maravillosa de la que he aprendido mucho y que sobre todo en la primavera y verano de mi vida me enseñaron tantas cosas que a ellos les debo haber sido un alma vieja en un cuerpo joven.

Por todo ello, siempre me he considerado un afortunado y un bendecido por la vida. Cabe aclarar que a lo que yo llamo la vida muchos otros llaman Dios, pero ¿qué importa cómo le llamemos? Al final lo que cuenta es la esencia, lo que verdaderamente es. Y ha sido tan generosa conmigo que sería una aberración total no estar agradecido con ella.

Pero, volviendo al tema de las etapas de la vida, definitivamente pienso que es más difícil ser consciente del aquí y el ahora en la primavera y verano de nuestra vida; porque, aunque uno vive más el momento, una cosa es vivirlo y otra muy diferente es ser consciente y poder ver en perspectiva hacia atrás y hacia adelante.

Hay mucha gente que vive con la atención en otra estación de su vida. Ver en perspectiva hacia el pasado me parece un poco más fácil, y por supuesto que sólo hay que echar una mirada para no caer en las trampas del tiempo, ya que aquel que constantemente vive en el pasado deja de vivir su presente. Yo creo que de vez en vez hay que mirar por el espejo retrovisor de nuestra vida y sí, ¿por qué no?, disfrutar rememorando algunas vivencias, que maravilla reunirse con amigos y compartir buenos recuerdos, pero sin caer en la añoranza. Añorar el pasado nos hará vivir infelices en el presente y no nos permitirá vivir nuestro presente a tope.

Me parece que vivir el presente pero lograr la habilidad de ver en perspectiva hacia el futuro termina rindiendo frutos, porque no cualquiera puede imaginarse dentro de cinco años o dentro de 10, y hacerlo de manera consciente, sin dejar de vivir con plenitud el presente. Me parece que es importante aprender a hacerlo, pero siendo muy consciente del momento en que vivimos, para que ello nos permita siempre estar en el aquí y ahora y disfrutar al máximo el presente, que al final es lo único que hoy existe.

Cuando voy a un velorio (que, por cierto, cada vez nos toca ir a más), lo primero que me viene a la mente es la edad cronológica del difunto y trato de pensar (sin juzgar) si habrá vivido feliz su vida… Cuando la gente rebasa los 80, automáticamente pienso que fue una vida completa (al menos en lo que a cronología se refiere).

Por ello, si Pitágoras no miente y utilizamos la analogía de las estaciones del año, la primavera sería de los cero a los veinte años; el verano, de los veinte a los cuarenta; el otoño, de los cuarenta a los sesenta; y el invierno, de los sesenta a los ochenta. Así que, lo quiera o no, recientemente inicié el invierno de mi vida; y eso, lejos de entristecerme, me hace reflexionar en que debemos aprovechar lo que nos quede de habilidades físicas, que sin duda se irán perdiendo, pero debemos enfocarnos en disfrutar la vida de nuevas maneras y encontrar la belleza del invierno, sin añorar las demás estaciones.

Y ahora que estoy recién llegado a esta etapa de mi vida, tengo que realizar más que nunca una tarea: enseñar. Siempre he dicho que uno nunca debe dejar de aprender, pero hay que dedicar un buen tiempo del invierno para enseñar. Ojalá todo mundo buscara la forma de ser maestro en su invierno y tratar de dejar un legado. Desafortunadamente, ser maestro en nuestro país no es algo que tenga un buen reconocimiento. Sin embargo, no se trata de buscar reconocimientos, sino de desarrollarnos en la vida siendo felices.

Y el ser maestro, además de la gran alegría que proporciona, no nos debe impedir seguir aprendiendo en la vida hasta el último de nuestros días, porque independientemente de que el objetivo es ser feliz, algo que debemos buscar como vocación es ser un eterno aprendiz, como bien dicen los masones: “Cuando el aprendiz está listo, aparece el maestro” y “El maestro vive en los zapatos del alumno”.

Ahora, durante el invierno, trataré de aprender lo más que pueda de los jóvenes, de los que por supuesto hay muchísimo que asimilar.

Y no dejo de agradecerle tantas bendiciones a la vida, siempre generosa conmigo, porque me sigue dotando día a día de maravillosos maestros, diría yo “maestros naturales”, entre ellos mi esposa, que está por entrar al otoño; dos extraordinarias hijas, que están a la mitad de su verano; un hijo y una hija preciosos que están apenas a la mitad de su primavera; y hasta ahora tres maravillosos nietos al inicio de su primavera también. Todos ellos abiertamente amorosos y personas de las que aprendo todos los días.

Estoy seguro de que me seguirán aportando muchas enseñanzas, porque tengo la esperanza de que cuando me “filtre” (como yo llamo a cambiar de plano) o, para sonar un poco más poético, cuando se apague la llama de mi vida, la gente diga:

“Fue una gran persona que siempre aportó, un viejo con alma joven”.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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