En una reunión de las muchas que se llevan a cabo en esta época, saludé a una persona que ha quebrado en dos ocasiones. ¿Qué hizo para rehacerse de esas dos experiencias? “Ponerme en las manos de Dios y trabajar con más empeño que nunca. Si te tomas de la mano de Dios y te aplicas un día sí, y otro también, terminas por reponerte”, recalcó.
Después me encontré con el abogado Manuel García Pimentel Caraza, quien, para hacer evidente por qué quiebran las empresas y por qué proyectos personales y familiares naufragan, simplemente dibujó una embarcación para explicar que, detrás de esos descalabros, está el comportamiento de directores generales, operadores e integrantes del consejo.
Imagínate un proyecto de cualquier índole como este barco, explicó, con un director general que lo conduce, caprichosamente; una operación con gente de todos los niveles maniobrando las velas a su antojo, sabiendo que el alto mando los presionará sólo para mostrar números trimestrales que lo mantengan en la posición, y un gobierno corporativo que no actúa.
Todos conocemos directores generales que toman el timón y llevan la nave hacia mares tranquilos, donde se sienten serenos, aunque a veces el que maneja de las velas los pone en aprietos y, entonces sí, al darse cuenta de que la zona de confort puede no garantizar su permanencia, buscan enderezar el rumbo y lograr resultados, a veces, apenas aceptables.
En ocasiones, aquellos que tuvimos o tenemos a nuestro cargo la responsabilidad de una dirección general, caemos víctimas de esa experiencia. La zona de comodidad es muy peligrosa. Desaprovechamos no sólo las oportunidades, sino que dejamos de lado el uso inteligente y productivo del talento y de los recursos de que disponemos.
No hace falta descuidar mucho la operación para toparnos con desempeños cuestionables, sobre todo, si no hay descripciones de puesto con los indicadores pertinentes o si aun teniéndolos, no los fijamos con claridad y no los medimos con la periodicidad prevista. El desempeño puede acabar siendo una conducción de las velas conforme sople el viento.
No es raro que esa experiencia se dé en la vida personal y familiar. Desviarse de la dirección deseada no es difícil. Perfilamos un destino y luego, como capitanes de nuestro propio destino, caemos en el juego de tomar el timón para ir hacia mares tranquilos que prometen sosiego sustentado en las emociones, alejándonos de los planes previstos.
Si el timón es manejado fuera de las condiciones necesarias y suficientes para acercarse al destino, para ir cumpliendo con el propósito, iremos a la deriva cayendo víctimas de sensaciones que pierden de vista el logro del objetivo, lo que en mucho podría estar debiéndose a la poca importancia que le demos a reglas de juego que impongan orden.
El abogado Manuel García Pimentel Caraza considera que el gobierno corporativo es vital para que una empresa pueda trascender generaciones. La falta de él, dice, impide que en lo general las organizaciones no pasen de una segunda generación. Establecer reglas al respecto, y aplicarlas, se vuelve fundamental en un proyecto de esta índole.
No es necesario profundizar mucho para advertir que la ausencia de acuerdos que permitan hacer altos para revisar la marcha de una empresa, de una relación, da al traste con los sueños, ya que , sin las bases firmes, éstos terminan por dar tumbos y naufragar: sean proyectos empresariales, familiares, profesionales, familiares, terminan por desfondarse.
No hace mucho escuchamos decir al presidente de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas (CNSF), Ricardo Ochoa Rodríguez, que los problemas de las empresas obedecen más a un gobierno corporativo débil que a carencias técnicas o de cualquier otro género. Cuando no se respeta lo esencial, afloran consecuencias a veces devastadoras.
Constituir un gobierno corporativo que le dé viabilidad a una empresa es una obligación de todo consejo de administración, es una responsabilidad. No obstante, la advertencia del abogado, si todo se queda en la obligación, si no se asume la responsabilidad, ese proyecto puede convertirse en un gran problema para los empresarios, para los accionistas.
Recordamos ahora a Juan Murguía Pozzi, abogado recientemente fallecido que sabía un rato largo de consejos de administración, de gobierno corporativo. Sostenía que todo el mundo debería tenerlo para manejarse con posibilidades de éxito. Se refería a empresas de todos tamaños, a familias e individuos. Haríamos bien en escuchar su orientación.
Manipulemos el timón de manera proactiva y estemos al tanto de la ejecución de los procesos pertinentes, estructurando un gobierno corporativo eficiente. Si así lo hacemos, las probabilidades de lograr lo que nos proponemos se verán multiplicadas. De lo contrario, los contratiempos que enfrentemos podrán ser catastróficos.
Si bien es cierto que las decisiones que se toman tienen una elevada carga emocional, un proyecto, de cualquier índole, demanda el establecimiento de un orden que se ciña a las mejores prácticas para evitar sorpresas que provoquen descrédito cuando, en todos los ámbitos, lo que suele generar e impulsar el éxito son la credibilidad y la confianza.
Es digno de aplauso el cuasi heroísmo de hacer resurgir una empresa de entre las cenizas, como el ave fénix, pero lo es más procurar conducirnos siguiendo reglas de juego claras, que permitan tomar decisiones correctivas a tiempo, aunque en ese proceso haya algunas relaciones que se lastimen por depender en exceso de circunstancias meramente emocionales.