Inicio esta colaboración con la referencia del entrañable puerto de Acapulco que Agustín Lara inmortalizara en su canción “María Bonita”, dedicada a María Félix en 1946, para escribir acerca de la catástrofe natural que azotó y devastó el puerto, así como comunidades asentadas en la costa de Guerrero el pasado 24 de octubre. Unas horas fueron suficientes para destruir la infraestructura urbana, rural, turística, marítima y vial, sin importar el nivel socioeconómico de las víctimas del furioso meteoro. Lo más lamentable son las muertes que el fenómeno meteorológico originó, por ello expreso mis más sentidas condolencias.
Los cálculos preliminares apuntan a 18,000 millones de dólares de posibles pérdidas, aunque esa cifra se verá rápidamente rebasada por las consecuencias del desastre, cuando la interrupción de actividades turísticas de las que vive esa ciudad demore meses para poder reactivarse. Además de las pérdidas humanas resultantes directamente del huracán, habrá que sumar las que se produzcan por la afectación de infraestructura hospitalaria que, de inicio, exige que se restablezca la energía eléctrica para poder operar. Reactivar ese flujo tomó más de una semana, tiempo durante el cual hubo personas fallecidas en hospitales porque estaban internadas ahí cuando ocurrió la catástrofe.
Es oportuno analizar este evento desde tres ópticas específicas, siendo inicialmente la que nos corresponde como sector. El papel del seguro en una comunidad turística tiene usos directos en las coberturas de daño a terceros cuando los prestadores de servicios reciben y atienden a los huéspedes, comensales y visitantes a instalaciones de entretenimiento. Sin embargo, cuando un fenómeno de esta magnitud azota las edificaciones, el seguro se convierte en el mejor instrumento financiero para enfrentar pérdidas que, de otra forma, son imposibles de atender.
Es precisamente ahí donde resaltan las condiciones con las que la cobertura fue configurada para cubrirlas, aplicando los principios técnicos de suscripción a partir de inspecciones necesarias para proteger ampliamente lo asegurado. La experiencia de este siniestro dejará nuevamente de manifiesto la importancia de otorgar valores suficientes para que la pérdida sea cubierta en su mayoría por un contrato indispensable.
La segunda óptica toca también al sector, pero en la brecha de aseguramiento que existe en materia de bienes que carecen de cobertura. Las instalaciones turísticas cuentan en su mayoría, con seguros, así sean insuficientes, pero no así las familias que atienden al turismo y que habitan en zonas populares donde han vivido, desde hace generaciones, sin mayor atención en su carencia de cultura de previsión, colocándolas en un crítico estado de vulnerabilidad, precisamente en una zona de riesgo hidrometeorológico, sísmico y, lamentablemente, humano, ante la delincuencia que azota al puerto.
Asegurar los complejos hoteleros, vehículos, yates, lanchas, motos acuáticas, restaurantes y bares, así como a los empleados y directivos de dichos complejos hoteleros, además de la infraestructura habitacional de lujo en condominios y torres a unos metros de la playa, así como a las personas que los atienden, ha sido el objetivo principal del sector. Sin embargo, dirigir los esfuerzos a culturizar a la población para el aseguramiento de sus bienes, ha sido, por decir lo menos, discreto.
Ante estas dos ópticas que tocan al sector, es prudente analizar este fenómeno desde la percepción ciudadana y popular. Las afectaciones a complejos turísticos y habitacionales de gran valor fueron las primeras escenas publicadas. Las redes sociales se inundaron de fotos que subían los turistas y propietarios, teniendo por respuesta la solidaridad ante la desgracia, aunque en su mayoría, el seguro del inmueble se encargará de reponer una generosa porción de lo perdido.
Frente a tal particularidad, no queda más que aplaudir y resaltar la previsión que practica este segmento de la población. Una inversión millonaria, en un destino costero de sismicidad constante y a la orilla del mar debe estar, por principio elemental, bien asegurado. Los afectados verán repuesto su patrimonio y seguirán practicando esa indispensable previsión.
La clase popular, en su mayoría desprotegida, tendrá que formarse para alimentar el padrón de damnificados que un gobierno indolente e inepto levante para medrar con los apoyos, aplicando un destacado sentido del oportunismo en un año electoral. Ahí, precisamente en este punto, está la tercera óptica que es indispensable resaltar: el tema político electoral.
Un gobierno atascado en el lodazal de su ineptitud acompañado por el ejército, como lo ilustran las fotografías tomadas al titular del Ejecutivo en un trayecto carretero, por demás incomprensible hacia la zona de desastre, es la viva imagen de lo que ocurrirá con los damnificados en el preciso momento de entregar los apoyos, lo que inspira el título de esta colaboración:
“Acuérdate de Acapulco” para anteponer la previsión a la diversión. “Acuérdate de Acapulco” para revisar que esa previsión sea por la cuantía suficiente y en las condiciones de uso de mayor beneficio. “Acuérdate de Acapulco” para ese acto de reflexión que el sector debe hacer en beneficio de los damnificados populares, que no han merecido atención cuando se prospecta porque, supuestamente, no tienen dinero para pagar cuando precisamente por no tenerlo es que no podrán enfrentar sus pérdidas.
“Acuérdate de Acapulco” cuando estés frente a una boleta en una casilla electoral y tengas que tachar una opción de gobierno.
“Acuérdate de Acapulco” cuando visiten tu comunidad prometiendo el paraíso en una zona devastada que, hasta entonces, todavía tenga evidencias físicas y humanas de la catástrofe.
“Acuérdate de Acapulco” para darte cuenta que vives en una zona geográfica privilegiada, pero, precisamente por ello, altamente vulnerable ante el embate implacable de la madre naturaleza.
Recordar Acapulco toca lo hermoso de sus playas y las puestas de sol; las vacaciones con amigos y familia o el primer destino playero de los bebés cuando los llevan a conocer el mar; la luna de miel y las noches de amor desbordado de los enamorados; los maravillosos y tradicionales congresos y convenciones del sector financiero e industrial; los brindis etílicos en noches de bohemia y desvelo con aficionados o profesionales de los excesos, luego de un pescado a la talla en Bonfil, o las donas de chocolate acompañadas de cervezas a la orilla de la playa al terminar el paseo en la banana, el parachute o la moto acuática; los clavados de La Quebrada y la música en vivo de bares y centros nocturnos de clase mundial como la discoteca “Baby´O”.
Acapulco será otro después de esta tragedia. Sin embargo, la dura y amarga lección que nos deja es una oportunidad para insistir hasta la exasperación en la imperiosa necesidad de desarrollar la cultura de previsión en la población vulnerable que, alarmantemente, sigue sin tenerla.