En días pasados, una persona me comentó: “Estuvimos en una reunión y mi compañero ni siquiera me volteó a ver. Me ignoró totalmente. Es algo que me molesta mucho que hagan”.
Por supuesto, el ser anulado visualmente en una reunión (o en cualquier interacción) provoca molestia e incomodidad. El ser mirado es la demostración mínima de que existes para el otro.
Considero que durante la pandemia, perdimos esa costumbre, no nos mirábamos realmente; veíamos en una pantalla al interlocutor, pero en ese momento, no nos permitía encontrarnos directamente con él. Y ¿por qué es tan importante el contacto visual? Porque es el nivel más elemental de educación: hacerle saber a la persona que existe, que es importante, que se le considera. Al menos dar la impresión de que estás ahí con él (ella).
Pienso que, lamentablemente, algunas profesiones son anuladas desde el contacto visual. ¿Cuántos oficios vivirán día con día el sentimiento de anulación? En ocasiones, no se voltea a ver a un mesero, a un repartidor, al Valet parking. Vemos al otro como un “algo”, no como un “alguien”. Es un simple intercambio de funciones. Hoy somos indiferentes a la mayor parte de la gente y, aunado a esto, tenemos la gran “facilidad” de escondernos en una pantalla antes que intentar reconocer la valía de otras personas.
¿Por qué evadimos la mirada? Las razones clásicas pueden ser: nerviosismo, vergüenza, evasión. Esta última creo que es la más común en nuestros tiempos, pareciera que, si se tiene una persona enfrente, se opta por sumergirse en el celular e incluso se disculpa la conducta con gran facilidad: “Es que estoy ocupado” y probablemente la ocupación radique en ver memes en las redes sociales.
En un mundo regulado por la prisa y el ensimismamiento, voltear a ver al otro, pareciera que es desperdiciar tiempo. A veces, me duele pensar que estamos avanzando tanto en inteligencia artificial, y, sin embargo, carecemos de inteligencia relacional.
La simple mirada tiene ese poder, provoca que nos sintamos valorados por los demás. Aunque también hemos dicho que “hay miradas que matan”, que con el solo hecho de voltearnos a ver sabemos que estamos siendo desaprobados. Pero, ¿habrá miradas que, en vez de matarnos, nos salven?
El contacto visual es la primera forma de generar empatía; estudios demuestran que cuando una persona se siente amenazada por alguien, hacer contacto visual con el posible agresor puede provocar que éste desista de cometer un delito.
Una persona con estrabismo me confesó una vez, “¿cómo puedo generar confianza en los demás, si la primera interacción que tenemos es a través de los ojos y la gente no sabe cómo verme? Mi primer contacto se torna torpe”. Comprendí que, efectivamente, nuestro primer recurso de relacionamiento se establece con la mirada.
Amable lector, quiero preguntarte, ¿en algún momento te has sentido invisible para los demás? Confieso que yo sí, y la sensación no es agradable. Así que la responsabilidad personal radica en evitar que los demás se sientan anulados, cancelados. Pensemos, ¿cómo es la interacción natural con los demás?, ¿con el equipo de trabajo?, ¿con los clientes? ¿Se les verá sólo como una póliza?
Los ojos son el reflejo del alma, dicen. ¿Qué descubrirían tus interlocutores al dirigirles una mirada? O si se las niegas, la conclusión, ¿cuál será?, ¿carencia de alma?
Es totalmente real que hay miradas que verdaderamente pueden llegar a salvarnos de la invisibilidad existencial.