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Migración

acontrerasberumen@hotmail.com
Los números cuentan
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Por: Antonio Contreras

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#Opinión

En la colonia “El Mundo”, la situación cambia rápidamente.

“No es como antes”, opina Don Rufino. “Hay mucha inseguridad y ya no se puede salir en la noche”.

Lo que no dice Don Rufino es lo bien que le ha ido con sus diez bodegas en la Central de Abastos. Las consiguió en 1982, gracias a la recomendación de su compadre Albino, quien en ese entonces era un funcionarazo de la Delegación Iztapalapa.

En la colonia vive también Don Agustín, un agente de seguros con una cartera grande y diversificada, con su esposa Margarita y dos hijas veinteañeras a punto de casarse. Ya les propuso hacer una boda doble, pero ellas no quieren compartir ese día tan especial, aunque sea con su hermana. 

Él ya pidió que lo hagan abuelo cuanto antes y de muchos chiquillos. Rosalía, la mayor, ya le advirtió que sólo piensa tener un hijo, pues desea seguir su carrera como Administradora de Riesgos en una empresa comercializadora de productos básicos. Graciela, la más pequeña, está peor: No voy a tener hijos, papá. El mundo no es un lugar para traer más personitas.

Don Rufino y Don Agustín juegan dominó todos los jueves en la noche y hoy no es la excepción. Les completan el cuarto el contador, que lleva los libros de las bodegas de Don Rufino, y Esteban, quien dejó su natal Pochutla, hace apenas unos meses, y se mudó a la ciudad con su esposa y sus cinco hijos pequeños. 

Él quiere empezar a trabajar en la Central de Abastos, sólo terminó la preparatoria y viene a pedir trabajo al rico bodeguero. Nunca he jugado, les dijo Esteban, pero no aceptaron un no por respuesta; el recién llegado a la ciudad quería quedar bien y ya están los cuatro sentados alrededor de la pequeña mesa con cubierta de fieltro verde colocada en el salón de juegos de la enorme casa de Don Rufino. No la quiere vender, aunque su esposa le insiste que es lo mejor, vámonos a uno de esos condominios con vigilancia 24 horas y con calle cerrada cómo no, si en esos lugares viven puros influyentes.

Después de dos manos desastrosas, Esteban da muestras de una inteligencia natural aguda y pronto entiende la estrategia del jueguito. Los otros tres lo apuran para que tire su ficha, la de junto al dedo le sugiere Ramiro, pero él se toma su tiempo; no es ajedrez, le insiste Don Agustín, pero el joven no se inmuta y al final empieza a ganar partidas.

La sirvienta de Don Rufino, uniformada con un delantal azul y blanco, llega con el tequila, refrescos y una botana de varios quesos diferentes, carnes frías y las papas fritas y chicharrones de harina de rigor.

Esteban se levanta y saluda afectuosamente a Salustia. Ella fue quien le dijo que se diera una vuelta y le avisó a la esposa de Don Rufino. Ellos son del mismo pueblo.

Ramiro le hace los honores al tequila, un José Cuervo extra añejo. Todavía tiene la etiqueta del precio, más de nueve mil pesos. Compadre, ahora sí te luciste, expresa Don Agustín. Esteban guarda silencio, tal vez pensando en todo lo que podría hacer con ese dinero.

El dominó es un juego platicador. Nada de guardar silencio para que los jugadores se concentren, como sucede con el ajedrez. Los temas empiezan por la orilla: el clima, el tránsito, después pasan a la situación política del país, ya se destaparon las corcholatas, viene la encuesta y la 4T se prepara para su continuidad transexenal, si no hay algún buen candidato de oposición que diga lo contrario.

Inevitablemente llegan al tema de la colonia “El Mundo”, donde todos viven. Incluso Esteban y su familia habitan en un cuarto que consiguieron con la ayuda de Salustia y ahí se aprietan los siete, en espera de una mudanza cuando el padre consiga un trabajo.

Los ánimos se caldean rápidamente con las quejas de Don Rufino y su imprudencia de viejo rico, de baja sensibilidad a los problemas ajenos que él atribuye a la falta de voluntad para trabajar y progresar, surge impulsada por los cuatro tequilas: La colonia se está llenando de gente indeseable, llegan por oleadas de lugares donde las mujeres siguen teniendo muchos hijos y nos están invadiendo. No comenta, por supuesto, los bajos sueldos que paga a sus trabajadores en las bodegas, muchos de ellos inmigrantes dispuestos a trabajar de lo que sea. 

Esteban soporta los comentarios del anfitrión, ya platicó con él la posibilidad de empezar a trabajar en alguna de las bodegas, pero su paciencia se agota cuando Don Rufino insiste en atribuir la decadencia de la colonia a los nuevos vecinos. En medio de gritos del anfitrión y del recién llegado a la ciudad, la reunión termina abruptamente. Salustia acude al escuchar el ruido, se da cuenta de la situación, intenta calmar los ánimos y recibe un regaño del señor de la casa, cómo es posible que recomiendes a este alacrán. 

Ella guarda silencio, lo cual exalta aún más al descontrolado Esteban, quien ahora amenaza al anfitrión. Ándese con cuidado, le dice, conozco a varios compas y podemos hacerle la vida muy difícil. Quería irme por el camino correcto, pero con ustedes no se puede, son sus últimas palabras, antes de salir, no sin antes azotar la puerta.

A falta de un cuarto jugador y con el ambiente destrozado, los tres amigos intentan sacar alguna conclusión de aquello.

Esta colonia necesita gente nueva, sostiene Ramiro. Quedamos los viejos y sin jóvenes estamos condenados a desaparecer. Nos guste o no nos guste. El contador es un ávido lector y los ilustra con algunas estadísticas: la tasa de natalidad de los quince mayores países del mundo está por debajo de la tasa de reemplazo. ¿Quién va a pagar las pensiones? A los gobiernos, y el mexicano no se caracteriza por ser previsor, se les viene una crisis presupuestal, a pesar del esquema de afores surgido a finales del siglo pasado.

Es cierto, lo apoya Don Agustín. Las primas de las pólizas de gastos médicos mayores de mis clientes son cada vez más altas por su envejecimiento y en las pólizas de mis clientes treintones y hasta cuarentones aparece la pareja y un hijo si bien te va. Dependemos de los migrantes. Este muchacho se ve listo y lo recomienda Salustia. Creo que le vas a tener que pedir una disculpa.

¿Estás loco? Don Rufino se había calmado, pero ahora parece escalar nuevamente la cima de la exasperación. Lo que voy a hacer es subir la barda, poner una cerca eléctrica encima y contratar un guardia armado. A ver si así se atreve.

Creo que paso a retirarme, comenta con calma Don Agustín. Ramiro también se levanta, dispuesto a seguirlo.

Don Rufino permanece en la sala. Su esposa Margarita baja y lo ve sentado en el sillón; Salustia ya subió a contarle las nuevas.

No me imaginé que fueras tan necio, le dice. Mañana hablamos y vete haciendo a la idea de ayudar a este muchacho. No se te olvide apagar la luz cuando subas.

 Don Rufino apaga la luz, pero no sube las escaleras. Está sentado tomando su último tequila. Ya sabe que no va a dormir bien dándole vueltas al asunto.

El correo electrónico de Antonio Contreras es acontrerasberumen@hotmail.com

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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