En una sesión más del ciclo de reuniones semanales que llevo a cabo por Zoom todos los martes, de 21:00 a 22:00 horas, tocó examinar, para cerrar el trimestre, el capítulo denominado “Disciplina personal”, del libro La ciencia del éxito, de Napoleon Hill (Editorial Grijalbo). Los que participamos tenemos la idea de leer, estudiar y, sobre todo, aplicar tales conceptos.
Es frecuente que en el ejercicio de revisar y comparar un contenido determinado recurramos a ejemplos o experiencias ajenas y olvidemos las nuestras. Nos quedamos solo con el conocimiento, pero nos falta internalizar lo aprendido. Pero lo más grave es que no nos damos la oportunidad de poner a prueba lo que aprendemos y con ello excluimos la posibilidad de comprobar su eficacia.
Estoy convencido de que prácticamente todos podemos compartir una historia de éxito en la que aplicamos determinados principios y habilidades, incluso sin tener conciencia de que lo estamos haciendo. Sentimos un deseo tan grande de conquistar nuestro objetivo que no reparamos en que estamos viviendo lo que la idea exigía para manifestarse.
El capítulo mencionado nos condujo a ir hacia atrás para encontrar una experiencia que hubiera implicado la disciplina personal. Por mi parte, me remonté a 1984, cuando lanzamos al mercado el primer número del periódico El Asegurador, cuya creación tuvo, como todo proyecto, un antes, un durante y un después que, sin duda, arroja numerosas lecciones.
He platicado algunas veces que, al imprimirse el primer número de este medio, fechado el 31 de octubre de 1984, y tenerlo en las manos, todos aquellos que participamos en su realización mostramos nuestra alegría de diferente manera. Por mi parte, sin embargo, el hecho me condujo a reflexionar, porque una sola edición, diríase, cualquiera puede hacerla.
En efecto, una forma de disciplina personal se tradujo en pensar que todos y cada uno de los números del periódico comenzaran a circular en las fechas determinadas, manteniendo no solo la continuidad sino también la constancia, lo cual supuso una participación y un compromiso activo por parte de todos y cada uno de quienes iniciamos el proyecto.
El propósito de lograr que cada edición saliera puntualmente al mercado demandó una serie de acciones puntuales, pues no solo debían efectuarse aquellas que darían como resultado tener el producto en los días previstos, sino también establecer un plan de circulación que hiciera ver que ese compromiso asumido se estaba cumpliendo.
Una costumbre que mantenían siempre los directores de las empresas en las que previamente había laborado fue ser los primeros en llegar y los últimos en irse. Esas personas estaban dispuestas a recorrer la milla extra. Esa costumbre la tuvieron entonces todos los colaboradores de la empresa editora del periódico, una práctica que generó confianza y certidumbre entre suscriptores y anunciantes.
Llegar a tiempo a los eventos que organizaba el sector; llegar a tiempo a las citas para entrevistas o reuniones de negocios provocó una imagen que favoreció al proyecto. Al final, lo que los demás veían era el resultado de una disciplina personal por parte de la mayoría de quienes trabajaban en la organización, lo que significó un gran compromiso.
Veintidós años después, El Asegurador comenzó a ser dirigido por otra persona; y ahora, al preparar la reunión para tratar el tema de la disciplina personal, el suceso, la experiencia toda, vinieron a mi mente provocando que, después de más de 38 años de haber iniciado el proyecto, me plantee una serie de preguntas.
¿Volvería a vivir —por ejemplo— la experiencia de trabajo de un proyecto que me exigiera el mismo nivel de disciplina personal? ¿Qué supondría lanzarme a una aventura con ese perfil? ¿Me ganaría el relativo confort y detendría una marcha hacia algo concreto? ¿Vencería el conformismo o algunos temores?
Cualquier desafío puede enfrentar pretextos diversos: desde ser muy joven o hasta ser ya un viejo, por mencionar solo un par de ejemplos. O está la falta de dominio de la tecnología o de otros idiomas. O la dificultad que entraña, cuando vivimos con una mente cerrada, no poder comunicarnos con efectividad con las cinco generaciones que habitamos la Tierra.
En las sesiones, un concepto siempre presente es el propósito determinado, que demanda no solo armarse de valor para romper las cadenas que nos hemos creado y nos mantienen cautivos, sino tomar decisiones que requerirán un seguimiento que podemos hacer con toda la carga de la experiencia y de los conocimientos.
Hay, ciertamente, recursos de toda índole para no detenernos en la búsqueda de lograr un sueño, utilizándolos para ser creativos e innovadores, de manera que todo aquello que en principio parece un obstáculo se transforme en la oportunidad que necesitamos y merecemos, entendiendo, sobre todo, que solos no podemos con aquello que emprendamos.
Y no, como me decía un experto, para emprender no es necesario acabar con lo que disfrutamos. Solo será necesario reflexionar para quedarnos con lo que para nosotros tenga sentido. Implicará, seguramente, crearnos nuevos escenarios en los cuales deberemos recurrir a la disciplina personal en los campos que sean procedentes, alejándonos de cualquier idea que nos haga sentir que hemos perdido o estamos perdiendo algo de valor.
De ahí la pregunta que hoy, recorriendo ya el año 71 de mi existencia (que se cumplirá en julio de 2023) me planteo: ¿volvería a hacerlo? De ahí asimismo mi osadía de preguntarte, tras examinar un éxito sonado de tu parte que ya has dejado atrás: ¿volverías a hacerlo? ¿O morirás con “la música por dentro”, como decía el célebre Wayne Dyer?