“Este año deseo salud, en primer lugar; y cambiar mi coche, bajar de peso, ser mejor papá y poder ahorrar”, afirmó uno de los invitados a la cena de Fin de Año de 2022.
Siendo una tradición, no es extraño escuchar uno o varios deseos para el comienzo de la llamada “página 1 de 365”.
Los deseos nos permiten dibujar un horizonte anhelado; se convierten en grandes motores en nuestro día a día y nos otorgan valoración personal cuando los hemos alcanzado.
El ser humano necesita deseos, metas por lograr.
Un hombre le aventaba una varita a su perro, y éste, emocionado, se lanzaba a buscarla, la tomaba y se la regresaba a su amo, y así sucesivamente durante un buen rato seguían jugando. El hombre afirmaba: “Es un goce saber que alguien te establece una meta por cumplir y que además no cuestiona la tarea, sino únicamente la lleva a cabo. Los seres humanos tenemos la capacidad de elegir nuestras metas o de rogar a un ser superior (cada quien, según sus creencias) que nos arroje una vara para así tener una razón de ir tras ella en el día con día”.
Ciertamente, el valor de los deseos radica en eso: en el camino que debemos recorrer para conseguirlos; en el disfrute mismo de su alcance. Por eso, cuando conseguimos algo, sentimos gratificación, pero al mismo tiempo necesidad de establecer una nueva meta. Para eso están los deseos, para caminar hacia ellos; porque, cuando se cumplen, tenemos la oportunidad de elegir nuevas metas.
Además de reconocer el valor per se de un deseo, es importante analizar la elección de éste.
En estas fiestas navideñas tuve la oportunidad de conocer a un hombre sabio que me llevó a reflexionar sobre estos aspectos. Bauticé a mi nuevo amigo como Sócrates contemporáneo porque me llevó a “pensar mis pensamientos”; a cuestionarme y a poner verdaderamente en la mesa el valor y la razón de ser de cualquier deseo que elijamos.
Comenzamos a conversar de diversos temas, pero por supuesto la típica plática fue mencionar los deseos para el siguiente año. Le compartí algunos de ellos, y con una forma tierna pero firme al mismo tiempo me cuestionó:
—Eso es lo que deseas, pero ¿realmente lo necesitas?
Me sorprendió la agudeza de la pregunta. Y continuó:
—¿Qué hace que lo desees tanto? ¿Por qué será tanto tu anhelo?
Mientras él me cuestionaba, yo guardaba silencio ansiando encontrar respuestas acordes. Mi amigo insistió:
—¿Qué pasaría si nunca se logra? ¿Cómo se vería tu vida afectada al no conseguirlo? ¿Quién o qué te impulsa a desearlo? ¿Es realmente tu deseo o es un deseo que responde a necesidades o sugerencias de otros?
Si hay algo que realmente disfruto en la vida es tener conversaciones o estar en lugares que me permitan meditar y cuestionar mi forma de estar en el mundo y como consecuencia de ello encaminar mis pasos hacia aquello que descubra como realmente importante para mí.
Me mantuve en silencio, y antes de empezar a responder él prosiguió:
—¿Qué percibes después de estas preguntas?
—Que probablemente ambicione cosas que ni siquiera tengan tanto sentido para mí —aseveré.
Mirándome con sus azules ojos, me respondió esto:
—En mis 77 años de vida he comprendido que uno de los grandes secretos de la vida radica en aceptar que no controlamos todo lo que sucede y que pase lo que pase podemos estar bien; aprendí que puedo enfocarme en el cumplimiento de algo pero que debo ser capaz primero de revisar si en realidad ese “algo” contribuirá realmente a mi razón de existir y en segundo lugar aprender a disfrutar el camino sin aferrarme al resultado.
Hizo una pausa y agregó:
—Personalmente, soy un amante de la lectura, y principalmente de la filosofía; agradezco a los estoicos, que me enseñaron el concepto de la aquiescencia: aceptar el destino, en lugar de intentar luchar contra él. Más tarde, Nietzsche retomó esta idea como Amor fati, que significa amar la vida tal cual es. Por cierto, te cuento que en la actualidad esta frase es uno de los tatuajes más solicitados. Deberías pensar en hacerte uno —dijo, y sonrió de forma pícara.
Bebió de su copa de vino y continuó:
—¿Te has dado cuenta de que los seres humanos colocamos nuestras expectativas en un elevador, pero nuestras acciones van por las escaleras? Queremos que los deseos se cumplan rápidamente y que se adecuen a la línea que supuestamente nosotros establecimos. Y a veces hasta de forma rígida. Por ejemplo, “Mi promoción a ser director tiene que ser ya, en este año” —dijo sonriendo—. Piensa en algo: ¿cuántas desilusiones o fracasos te ocurrieron el año pasado porque las cosas no iban como tú esperabas? Ése es realmente el núcleo de la frustración: que tus deseos no se cumplan como crees que deben ser y en el momento en que tú hayas estipulado. Y, entonces, la gran pregunta es: ¿y por qué crees que deben ser como tú quieres? ¿Por qué tendría que ser tal cual como tú lo dictas?
Sus palabras me dejaron helada y al mismo tiempo enfrentada conmigo misma. ¡Claro! Mi nuevo amigo Sócrates tenía razón. Llena de curiosidad, al final yo también quise preguntar y le dije:
—¿Y entonces tú qué deseas para este 2023?
—Deseo desear de forma correcta —y concluyó su afirmación levantándose de su asiento para recibir un abrazo de inicio de año.