¡Feliz inicio de año! Deseo que los resultados alcanzados al término de un 2022 complejo hayan sido los esperados, o incluso superiores, ya habiendo arrancado las actividades y proyectos de 2023 para lograr algo auténticamente espectacular.
Inicio este año con la reflexión del tiempo, cuyo valor, en muchas ocasiones, es desconocido. Además, alejado de los discursos o hasta homilías propias de esta época, es preciso insistir en las recomendaciones de precaución al conducir un vehículo en cualquier parte de nuestro hermoso país. Como parte sustantiva de la previsión, manejar con cuidado es la base de una cultura de respeto al peatón y, ahora más que nunca, a los señalamientos de tránsito colocados para que el automovilista los observe y cumpla con las disposiciones dictadas en el reglamento de tránsito.
Comparto en esta columna mi experiencia en los últimos días del año pasado. Al intentar obtener la cita para verificar, me sorprendió encontrarme con infracciones llamadas “fotos cívicas”, que fueron aplicadas a las placas de mi auto por conducir “a exceso de velocidad”. Aclaro que ese concepto es aplicado cuando se detecta en los radares que el conductor ha excedido —así sea por un kilómetro— la velocidad permitida y marcada en los señalamientos de calles, avenidas y vías rápidas. No acostumbro rebasar los límites de velocidad, pero algunas veces éstos resultan difíciles al circular por calles donde hay escuelas u hospitales y, sin darnos cuenta, rebasamos la velocidad permitida.
Ante la cantidad de infracciones acumuladas, me fueron restados siete de los 10 puntos que tiene cada conductor en sus placas. Semejante calificación me hizo acreedor a cumplir con tres cursos en línea (desde el portal correspondiente): uno presencial y cuatro horas de trabajo comunitario para liberar las infracciones y poder verificar.
Con semejante penitencia, ser un infractor de tránsito deja de ser algo trivial, convirtiéndose en un auténtico conflicto cuando la agenda está saturada. Los cursos en línea consisten en explicaciones del reglamento de tránsito y las particularidades de convivencia con peatones, ciclistas, motociclistas y camiones de pasajeros o de carga cuando se circula en zonas escolares o de hospitales, calles y avenidas o vías rápidas. Para cursarlos sólo se necesita ingresar al portal correspondiente y dar clic en el botón de cada curso, que dura entre 15 y 30 minutos.
Si estos cursos son los únicos que se deben presentar, el infractor queda liberado sin mayores trámites. Acumular cinco infracciones amerita un curso presencial, que se imparte en la segunda sección de Chapultepec. En este curso, a la teoría se suma la práctica sobre una bicicleta y el código de señales que estos conductores deben practicar cuando transitan para avisar lo que van a hacer. Este curso dura una hora, pero el traslado e ingreso a la zona donde se imparte puede demorar otro tanto, sobre todo cuando hay tráfico. Los jóvenes que lo imparten hacen su mejor esfuerzo por explicar los detalles de la conducción en dos ruedas. En algún momento, ya en la sesión práctica, se invita a quien quiera (y pueda) subirse a una bicicleta para rodar en la zona de seguridad y poner en práctica en la calle las señales estudiadas.
Librado este requisito, los infractores deben realizar “trabajo comunitario” en los lugares y actividades disponibles en el portal. Éstas pueden ir desde acudir a una estación del metro para aplicar gel a los usuarios, hasta ir a Xochimilco (u otros parques) a recoger basura, sacar lirio de los canales, regar los prados o cortar los arbustos. Llegar a este nivel de infracciones implica cubrir dos horas por cada punto adicional a los primeros cinco que se acumulen, lo que puede significar una inversión de otras dos horas sólo en el traslado y regreso.
Mi puntaje me obligó a cubrir cuatro horas de “trabajo comunitario”, además del curso presencial y los tres cursos en línea. Investigando si tales penas podían conmutarse por las tradicionales multas económicas, confirmo que no hay alternativa. La mayoría de los infractores, tal vez por costumbre, creemos que cometerlas es un tema secundario que se resuelve pagando las multas. Por años, la ciudad recaudó millones de pesos cobrando multas sin haber disminuido el número de infracciones y los accidentes derivados de ellas. Hoy, con la obligación de pagar con tiempo propio, la mayoría de los infractores cuidaremos de no ser sorprendidos por las fotos cívicas.
Concluyo luego de esta experiencia que el tiempo tiene un valor muy superior a lo que pueda costar una infracción. Acudir a tomar un curso, a limpiar botes de basura en un parque o aplicar gel a los usuarios del transporte público son factores que consumen tiempo, además de dinero. Valorar el significado de ese tiempo cuando se está pagando una infracción es, desde mi punto de vista, una atinada forma de concientizar al conductor sobre la necesidad de respetar un reglamento de tránsito, sobre todo cuando se corre el riesgo de quedarse sin circular por la condición de verificar el auto a partir de estar limpio de infracciones. No obstante, queda la inquietud de comprobar si el aprendizaje que recibe el infractor lo lleva a modificar sus hábitos de conducción y si lo hará por conciencia o sólo para evitar la sanción.
La previsión toca también este punto. La responsabilidad al conducir un vehículo con apego a los reglamentos existentes no exige una especialidad en conocimientos urbanos. Sólo se precisa un elemental y lógico método de pensamiento para tener claridad de las reglas que se deben observar. El tiempo, en cambio, implica un análisis profundo de valoración para tener claro el precio que le ponemos a cada hora de trabajo o descanso. Una infracción puede sonar cara; pero, cuando la hora de trabajo vale el doble o el triple, la sanción económica traducida en tiempo de trabajo comunitario resulta carísima.
El aprendizaje que me deja la sanción es doble. Primero, respetar estrictamente los límites de velocidad marcados en las vías rápidas como una forma de conducción responsable para evitar la sanción de tránsito. Segundo, compruebo que el tiempo es muchas veces subvaluado. Mientras el precio de las infracciones sea monetario, las personas lo pagan a regañadientes. Ahora que el precio es con tiempo, estoy seguro de que ello redundará en darle su justo valor cuidando en todo momento de él y consecuentemente disminuyendo la frecuencia con que se violan las normas de tránsito por exceso de velocidad, no respetar los semáforos o cebras peatonales, invadir carriles exclusivos, estacionarse en doble fila, bloquear las tomas siamesas de bomberos, etcétera.
Me declaro crítico y contrario a muchas de las políticas y decisiones populistas que este Gobierno ha implementado. Sin embargo, debo reconocer como un acierto la aplicación de este tipo de sanciones a quienes de forma continua y reiterada cometen infracciones de tránsito, lo que me lleva a recomendar leer el reglamento y, evidentemente, respetarlo a cabalidad. Feliz inicio de año.