Estoy convencido de que Juan Murguía Pozzi tocó muchas vidas, y la mía fue una de ellas. Por eso sentí, y mucho, el anuncio que de su fallecimiento nos hizo Antonio, su hermano, el 20 de noviembre del año en curso.
Conocí a Juan un mediodía de marzo de 1979, y algo muy relevante ocurrió años después, cuando a finales de 1990 nos reunimos para realizarle una entrevista que se publicaría en el periódico El Asegurador.
Minutos antes de la hora estipulada arribé a Londres 13, colonia Juárez, en el entonces Distrito Federal, donde se ubicaban las instalaciones de Afianzadora Insurgentes, de la cual Juan era director general.
Me anunciaron, y mientras llegaba la hora exacta de la cita y esperaba en la recepción vi en una pequeña mesa una revista con un diseño poco atractivo y la tomé para echarle un ojo. Sencilla y todo, su contenido me atrapó.
Leía yo con interés esa publicación cuando la secretaria me avisó que podía pasar a la oficina que ocupaba Juan. Me levanté y, con la revista en la mano, pasé con la idea de pedírsela regalada.
Cuando le hice esa petición, me preguntó: “¿Te gustan los temas que trata la revista USEM?”.
Le respondí que sí, y me dijo que por supuesto podía llevármela, lo que agradecí. Entonces procedimos a realizar la entrevista.
Esa misma tarde recibí una invitación de Juan para participar en el Curso de Formación Social de la Unión Social de Empresarios de México (USEM), que consistía en 18 sesiones semanales, los martes, que incluían comida y dos sesiones con empresarios de distintos giros.
A lo largo de la vida he recibido muchos regalos, pero debo admitir que el que Juan me hizo aquella tarde, cuando él mismo era presidente de la USEM, ha sido uno de los más trascendentes, pues a partir de ahí comencé a entender el mundo empresarial, al empresariado y el vasto y complejo entorno en el que un empresario ha de moverse.
En aquella época, en la USEM se hacía hincapié en la relevancia de conducir empresas buscando que la organización sea altamente productiva, plenamente humana y socialmente responsable.
Así que, por citar algunos de los temas que se trataron en aquel curso, en los talleres semanales se hablaba de justicia, responsabilidad, empresa, familia, utilidades, ecología y toda una serie de asuntos que sensibilizan a cualquiera que tenga la oportunidad de participar en sus sesiones. Este curso es más y mejor conocido como Cufoso.
Participar en esas sesiones era algo exquisito, pues eran conducidas por personajes como Lorenzo Servitje, Arturo Martí, Mariano Azuela, Gerardo Canseco…, y al mismo tiempo era muy aleccionador departir con ellos y con personas interesadas en hacer empresa.
A ese cambio de paradigma en el ejercicio empresarial atribuyo, en buena medida, el hecho de que El Asegurador tenga hoy la oportunidad de estar viviendo su año 38 (el medio se fundó en 1984, y el 31 de octubre de ese año se publicó su primer número).
No fueron pocas las ocasiones en las que Juan Murguía Pozzi y yo coincidimos. En esos momentos, él generosamente me brindó su tiempo y sabiduría y compartió conmigo ideas, conocimientos, experiencias y opiniones.
Juan era entonces parte de un ramillete de empresarios exitosos del seguro y de la fianza que fueron compañeros en su niñez, entre ellos uno también recientemente fallecido: Joaquín Brockman Lozano, así como también José Luis Llamosas Portilla y Rolando Vega Sáenz.
Juan era un hombre con mucho sentido del humor, y su risa permitía identificar su presencia desde lejos. Ese carácter, tan afable siempre, se disfrutaba mucho cuando uno estaba cerca de él, además de que hablaba de temas que iban más allá del seguro y de la fianza.
Con mucha frecuencia, los temas que compartía tenían que ver con algo que lo apasionó desde muy joven: la creación y funcionamiento de los consejos de administración, y muchas veces hacía hincapié en el Gobierno Corporativo.
Juan hacía ver estos temas de la administración empresarial como algo muy lógico y muy necesario, y tan indispensable en los negocios de cualquier tamaño que por ello aprendimos que tal gestión corporativa constituye la condición fundamental para darles viabilidad a las empresas en el largo plazo.
Hombre de fe, vivía con Dios en su corazón, una orientación hacia lo divino que incluía a su familia. Todos juntos practicaban los preceptos religiosos de una manera encomiable. Estoy seguro de que por su manera de ser y de hacer hoy descansa en paz.
Supo hacer muchos amigos.
Algunos de esos amigos son los que teníamos oportunidad de saludarlo y de escucharlo, ya en los últimos años, en un grupo que denominamos ASEG, cuyo propósito ha sido reunir a exdirectores generales de empresas de seguros y de fianzas y de entidades relacionadas con estos servicios financieros.
Poco es lo que podemos escribir ahora acerca de todo lo que Juan fue (y seguirá siendo) debido a sus grandes aportes a esta industria y debido también a su fructífera trayectoria vital, que transformó mentes en los ámbitos personal y empresarial. Todos nos vimos beneficiados con su claridad de ideas, que compartía con generosidad..
Estoy seguro de que sus familiares, todos ellos muy apreciados, con Lucero, su esposa, en primerísimo lugar, saben que Juan hizo siempre lo mejor que pudo y fue lo mejor que pudo ser, y les expresamos nuestras más sentidas condolencias.
A sus amigos y colegas del mundo empresarial en distintas líneas de negocio les expresamos también ese pésame, ciertos de que todos y cada uno de ellos guardarán mucho de lo que Juan les compartió en beneficio personal y empresarial.
Desde El Asegurador, nuestra gratitud para Juan, cuya partida nos recuerda la importancia de entender lo que es la empresa y lo que implica hacer empresa. Coincidimos con él en que las personas somos pasajeras y en que debemos institucionalizar las empresas de manera que éstas sean productivas, humanas y funcionen comprometidas con la sociedad.
Qué privilegio poder llamar amigo a Juan en estos tiempos actuales, cuando la palabra amigo se ha devaluado tanto, pues muchos en nuestros días confunde el mero contacto con el prójimo con la amistad verdadera, que está más allá de la banalidad, un fenómeno en el que las redes sociales lamentablemente han contribuido mucho por su irreflexivo uso del idiom).
Descansa en paz, querido Juan.