En días pasados nos sorprendió, una vez más, el temblor del 19 de septiembre. Pareciera tradición que en este día se repitan movimientos telúricos con semejanzas en tiempos y formas.
El hecho de que se haya presentado de forma similar, incluso después del consuetudinario simulacro, nos hace sentir vulnerables, indefensos; como viviendo una situación apocalíptica. Pero, sobre todo, nos deja extrañados y sin respuestas.
Los comentarios generalizados reflejaban asombro e incredulidad: “No es posible que esto suceda”, “Qué situación más extraña”, “Debe de haber una explicación…”.
Se realizaron mesas de análisis. Se tuvieron diferentes pláticas con científicos; e incluso se llegó a mencionar la supuesta posibilidad de que nosotros mismos lo hubiéramos provocado por nuestros pensamientos… Pero lo cierto es que no se llegó a ninguna conclusión.
La realidad es que no había respuesta que explicara el evento. Ni las matemáticas ni la ciencia nos brindaron un espacio de certeza ni de comprensión de lo sucedido. Pero nuestra naturaleza humana nos exige buscar innumerables explicaciones.
¡Qué difícil es mantenernos en el no saber! Y, al mismo tiempo, qué complicado es querer encontrar una respuesta a absolutamente todo lo que nos pasa.
Esto me hace pensar en la poca capacidad que tenemos para vivir en el absurdo, en lo que no tiene demostración. Si tuviéramos plenamente esa capacidad, entonces podríamos rendirnos ante la comprensión de que no vamos a comprender muchas cosas.
Los griegos bautizaron esto como hybris, que significa arrogancia ante el universo; creer que somos omnipotentes y omniscientes; que lo podemos todo (incluso provocar un temblor) o que podemos saberlo todo. Las redes sociales brindan esas explicaciones por medio de diferentes influencers y “expertos” en la materia… ¿No sería más fácil aceptarnos como seres ignorantes, incompletos e imperfectos? Hasta donde sé, nadie ha llegado a una conclusión de qué pasó, de por qué se repitió el evento sísmico en forma similar…
Me gustaría invitar al lector a aceptarse en el espacio del no saber; tolerar nuestra ignorancia en algún campo (o en muchos); admitir que no somos dioses. Y, si no se cree en ningún dios (como afirmaban los estoicos), al menos no creer que el ser humano es el director de la orquesta universal.
Primo Levy, escritor italiano, sobreviviente del holocausto, relata en su libro Si esto es un hombre que de forma constante se preguntaba, en el campo de concentración: “¿Adónde nos llevarán? ¿Será que esto es el final? ¿Sobreviviré? ¿Cómo y cuándo moriremos?”. Y afirma que no dejó de hacerlo hasta que un día renunció a seguir planteándose tales preguntas.
A veces un “no sé” puede llegar a ser la mejor contestación. Estamos condenados a formularnos preguntas y muchas veces a no recibir respuesta. La respuesta es, en sí, la no respuesta. Sólo mostramos debilidad existencial al no aceptar el azar mismo de la vida.
Esto me hace recordar la película No mires hacia arriba, en la que el personaje de Peter Isherwell, un empresario con mucha influencia en el mundo tecnológico y en el gobierno, propone el uso de tecnología experimental para intentar resolver el conflicto principal de la película. Su papel muestra a un individuo necio, arrogante, que consideraba que sabía más que el resto; incluso creía que salvaría a la Tierra, y además le hizo saber al personaje de Leonardo DiCaprio que él tenía información exacta de cómo sería la muerte de éste.
¿Cuántas veces hemos escuchado que “información es poder”? Y hoy, cuando tenemos acceso ilimitado a todos los datos posibles, cuando incluso nos hemos vuelto adictos a ellos, creemos que somos profundamente poderosos; y estamos olvidando que se trata no sólo de tener información, sino de poseer la adecuada formación para desarrollar un criterio y con ello elegir fuentes confiables y sustentadas. Vivimos hoy en una sociedad escéptica en algunos temas pero que al mismo tiempo cree todo si lo leyó en Facebook.
Este temblor del 19 de septiembre me hace reflexionar sobre la importancia de aceptarnos como seres limitados y asumir lo que Ortega y Gasset afirmaba: “Vivir es sentirse perdido, y el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse”.