Al morir, un hombre se encontró en un hermoso lugar, rodeado de todas las comodidades que se puedan imaginar. Un hombre de chaqueta blanca que le informó que era su sirviente se le acercó y le dijo: “Te está permitido tener cualquier cosa que elijas, cualquier comida, cualquier placer, cualquier tipo de entretenimiento”. El hombre estaba encantado, y durante días gozaba de todas las delicias y experiencias que había soñado en la Tierra.
Un día, sin embargo, el hombre muerto se cansó de todas esas cosas y llamó a su sirviente, al que le confesó: “Estoy cansado de todo esto. Necesito hacer algo. ¿Qué tipo de trabajo puedes darme?”. El sirviente sacudió la cabeza apenado y respondió: “Lo siento, ésa es la única cosa que no puedo conseguirte. Aquí no hay trabajo”, a lo que el hombre contestó: “¡Cómo? ¡Entonces preferiría estar en el Infierno!”. El sirviente dijo entonces en voz baja: “¿Pues en dónde crees que estás?”.
Este tema lo he desarrollado en una de las conferencias que imparto con el título de este artículo. Cuando les hago esta pregunta: “Si tuvieras una semana de vida (que algún día será realidad), ¿trabajarías?”. Alguna vez alguien me respondió: “¿Para qué?, si ya no tendría deudas que pagar…”.
El trabajo no sólo cumple una función de cubrir necesidades básicas, sino que dignifica al ser humano y le otorga la posibilidad de contribuir con la sociedad.
A lo largo de mi carrera profesional he tenido el privilegio de trabajar muy de cerca con el sector asegurador, donde empecé en el área de recursos humanos y desde hace varios años como proveedor de servicios de capacitación y formación. Quiero dedicar este artículo especialmente al ramo asegurador porque me congratulo de que a lo largo de mi camino me he encontrado con vocaciones sólidas y claras en la función que ejercen los agentes de seguros y todas las personas dedicadas a este sector.
Alguna vez le preguntaron a Freud cuál debería ser el criterio para medir la madurez de una persona; su respuesta fue: “Amar y trabajar”. En mi experiencia he escuchado testimonios que reflejan que esta profesión (asegurador) conjuga los dos elementos. Nunca olvidaré una plática que tuve hace tiempo con un director de agencia que me dijo: “Gracias a mi padre, yo inicié esta carrera porque alguna vez lo acompañé a entregar un cheque a una persona que había sufrido un accidente, y gracias al seguro que había comprado con antelación tendría una manera de vivir de forma digna su incapacidad. Ese comentario fue revelador porque me di cuenta de que nuestro trabajo no es vender una póliza, sino ayudar en los momentos más complejos que un ser humano puede vivir”.
En esta época de individualismo exacerbado, los filósofos no se acaban de poner de acuerdo en determinar si el ensimismamiento provoca depresión, o si por la depresión se genera ensimismamiento…
En términos prácticos, el dictamen es: cuando una persona sufre depresión, ese padecimiento ocasiona que piense más en sí misma; y el posible remedio para salir de una situación depresiva es dirigir la mirada hacia los demás, olvidándose, aunque sea por momentos, de su situación personal.
Esta profesión tiene la bondad de salir hacia el otro, de acompañar al ser humano en los momentos más difíciles a los que puede enfrentarse, y desde la asesoría y resolución brindar un apoyo que se convertirá en una bocanada de aire fresco para el asegurado.
Por otro lado, Tom Peters, gurú del liderazgo, ha expresado que las profesiones que serán reemplazadas por máquinas serán aquellas que no ofrezcan “una experiencia humana, demasiado humana”. Olga, una agente, me platicó sobre la satisfacción que tuvo al entregarle a un joven el cheque que cubriría sus gastos escolares gracias a que sus padres habían ahorrado durante años para ese momento. “Yo acostumbro hacer una especie de fiesta especial para la entrega. Me gusta ver la expresión y el gozo tanto de los padres como del hijo al recibir esta sorpresa. No cambiaría por nada mi trabajo, simplemente por estos momentos”, afirmó la intermediaria.
No se trata sólo de hacer el trabajo bien, sino de hacer el bien; de saber que por las noches podrás dormir tranquilo. Viktor Frankl afirmaba que la mejor almohada es tener una conciencia tranquila.
¿Cuántas veces hemos escuchado que no importa lo que tengas sino quién seas? Y yo agregaría: “… quién seas para los otros”. Es cierto, nuestro hacer se convierte en nuestra tarea diaria; y, si hacemos cosas valiosas, nuestra vida también lo será, porque al final somos la causa que abrazamos. No es que sólo logres la autorrealización, sino la autotrascendencia en tu trabajo porque el lazo que puedes construir con tu cliente se transforma en un vínculo existencial; porque, si lo das verdaderamente de corazón, se quedará por siempre, aunque tú ya no estés…
Gracias a todos los amigos y personas maravillosas que he conocido a lo largo de más de 20 años de trabajar para diferentes aseguradoras, porque todos, desde diferentes aspectos, han contribuido a que comprenda que la verdadera vocación y lo que hace que la piel se enchine es cuando comprendemos que nuestra profesión nos permite servir a los demás.
El reconocimiento y el aplauso que puedes recibir por lograr las metas y por tu trabajo son hermosos, pero saber que verdaderamente contribuyes para mejorar la calidad de vida de alguien es de otro nivel. No se trata de ser famoso, sino de ser útil para los otros. Ése es para mí el verdadero sentido del trabajo. Nos sirve servir…