El grupo plural de expertos en economía y políticas públicas denominado México, ¿cómo vamos? elaboró un análisis del informe de los tres primeros años del Gobierno actual. La síntesis es como sigue:
El Producto Interno Bruto (PIB) está al nivel del tercer trimestre de 2016, es decir, no hemos logrado llegar adonde estábamos antes de la pandemia, caída explicada por la llegada de el Peje en 2019 y la pandemia en 2020.
El salario mínimo aumentará a 172 pesos. Algunos comentan el efecto inflacionario de este aumento del 22 por ciento. Sin embargo, el nivel del salario mínimo es todavía muy bajo. Los números cuentan una penosa realidad: 41 por ciento de la población mexicana vive en pobreza laboral, es decir, el dinero que llega a la casa familiar no alcanza para cubrir las necesidades básicas de sus miembros.
El empleo sufre: en el periodo marzo de 2020-octubre de 2021 se dejaron de crear 100,000 empleos mensuales; imposible absorber a los jóvenes que se incorporaron a la Población Económicamente Activa (PEA).
Después de haber leído las cifras de los párrafos anteriores, algunos podrán encontrar consuelo en la política social del Gobierno. “Primero los pobres”, reza el eslogan. La realidad es otra: en 2016, el 61 por ciento de los hogares más pobres recibía beneficios de algún programa social; hoy ese porcentaje es sólo del 35 por ciento.
Parece increíble, pero las estrellas de los programas sociales actuales, como Apoyo para el Bienestar de las Niñas y los Niños, Hijos de Madres Trabajadoras (antes estancias infantiles), Becas Benito Juárez (educación media superior), Jóvenes Escribiendo el Futuro (educación superior) y Jóvenes Construyendo el Futuro son regresivas. Esto significa que benefician a personas que no son las más pobres. Algún argumento de beneficio clientelar para las huestes de Morena debe de estar por ahí, pero de Primero los pobres ni hablar.
El Gobierno presume del incremento de remesas proveniente del exterior, lo cual en sí debería ser motivo de vergüenza nacional. No es posible alardear de la expulsión de mexicanos que no encontraron oportunidades en su propio país.
Se pretende que el porcentaje de deuda respecto al PIB permanezca en 51 por ciento siempre y cuando se alcancen las metas de crecimiento económico planteadas por el Gobierno. Habrá dinero para cumplir con compromisos adquiridos, como el de las pensiones a los adultos mayores. Pero, si nos quedamos cortos, vamos a tener que recurrir al sablazo para cumplir con las promesas.
La inflación de 2021 superó el 7 por ciento, cifra récord de los últimos años. Cierto es que la inflación en Estados Unidos y en Canadá estará alrededor del 5 por ciento, pero las señales de alarma ya están encendidas.
¿Cómo llegamos a esta situación a mitad del sexenio, polarizados y apenas soñando con recuperar el camino?
La casa de la contradicción, libro de Jesús Silva Herzog Márquez, de reciente publicación, describe el camino recorrido en el siglo 21. Veamos.
Al final del año 2000, los mexicanos creímos haber encontrado el cambio democrático que lo solucionaría todo; y lo único que nuestra decepción descubrió, seis años después, fueron las limitaciones de un sistema pantanoso, contradictorio y de corriente alterna.
Fox flotó sobre la realidad; no gobernó ni a su gobierno. Carlos Castillo Peraza, el panista más lúcido, lo denominó “el alto vacío”. Parecía revolucionario, y resultó continuista de alta renuencia al conflicto. Predicó el cambio de paradigmas, y terminó abandonado a la inercia y sin hacer olas. Enrique Krauze, el intelectual de las biografías, denominó a la de Fox la “biografía del no poder”, breve y lapidaria descripción del presidente que dijo que no podía y al final no quiso, achacando a la democracia recién estrenada la responsabilidad de su paralización. Así fue desperdiciada una oportunidad irrepetible, marcada por altos ingresos petroleros y una legitimidad inédita. Diría el Perro Bermúdez: “¡La tenía!, ¡era suya! ¡Y la dejó ir!”.
Llegó otro panista, con legitimidad cuestionada por ya sabes quién, pero dispuesto a gobernar. Surgió la guerra civil fría, caracterizada por la polarización fomentada por quien se sentía seguro ganador y se convirtió en seguro perdedor. Empieza el “nosotros” y “ellos” que hoy escuchamos todos los días: no hay negociación posible con el de enfrente, neoliberal funesto que destruye el bienestar del pueblo sabio. El Waterloo de Calderón fue el viraje en materia de seguridad: combatir a narcotraficantes dispuestos a todo y con recursos con un Ejército inferior y diezmado por la corrupción.
En palabras de Jesús Silva Herzog, el dolor se incorporó al reporte del clima y los goles del futbol: decapitados, ejecutados y colgados de puentes, con letreros de odio y venganza.
Llegaron los priistas ofreciendo su oficio de gobierno al grito de “¡Que se vayan los pendejos y regresen los corruptos!”.
El actor encargado de vender el producto de sus benefactores, con presencia de maniquí pero maneras de septuagenario y sin talento para la improvisación, encarnó como ninguno la arrogancia y el cinismo de la corrupción. Empezó con pacto y reformas, y terminó manchado por escándalos de saqueo. De lo malo pudo surgir lo bueno: al afirmar Peña Nieto que la corrupción es parte de la cultura mexicana, concluye Silva Herzog Márquez, su aserto pudo haber provocado una revolución moral. Lesionada la autoestima del mexicano, las acciones contra la corrupción podrían haber surgido de una conciencia colectiva de no más.
Y llegó el obstinado para convertirse en necio. Lo catapultó una mayoría ninguneada que apostaba por un cambio radical, haciendo polvo a los partidos tradicionales: muy poco PRI, casi nada de PAN y de plano nada de PRD. El primer líder social convertido en presidente diagnostica con certeza, tiñendo de pasión antielitista su discurso de poder y exhibiendo la desvergüenza de la corrupción y la falta de oportunidades para millones. Pero los remedios son otra cosa: propósitos legítimos anunciados hace años, pero pésima ejecución de decisiones no analizadas; empuje de medidas sin detalle de ejecución; un simple propósito que debe ser suficiente por la pureza de su intención. ¿En qué planeta?
Esperábamos un gobierno de izquierda, y a la mitad del camino ya le vemos el plumero al proyecto de restauración autoritaria, militarista y mocha, combinado forzadamente con políticas macroeconómicas ortodoxas y con aquello que Roger Bartra apunta: clientelismo, nostalgia, confusión intelectual y conservadurismo. La lluvia diaria de palabras en la mañanera muestra a un político astuto que ha sabido centralizar las opiniones de todos los colores. La aplanadora estacionada en la cuneta unos pocos años resurge con un hiperpresidencialismo evidente. Lo que importa es la voluntad del presidente. ¡Ni los nostálgicos del super-PRI del siglo 20 lo imaginaron!
Estamos a medias del sexenio. Esperábamos manzanas, y nos está cayendo sopa de pasta a borbotones. Me confieso confundido sobre lo que nos ha pasado en la primera mitad y lo que nos espera en la segunda. Desde la perspectiva del devenir del nuevo siglo, todo puede suceder.¿Leer o no leer los periódicos todos los días? Jorge, un amigo ausente muchos años por motivos de trabajo, llegó con entusiasmo, buscó casa en Querétaro y se dedicó a restablecer el contacto con sus redes sociales (familiares, amigos…) y con las noticias de su México añorado. Hoy dice que no sabe lo que está pasando; intentó averiguarlo con consultas diarias de periódicos de línea tan diferente como Reforma y La Jornada (convertido este último en portavoz oficioso, si no oficial, del nuevo régimen. Hoy Jorge ya no quiere queso, sino salir de la ratonera. Que los periódicos los lean otros. La novela del siglo 19 y las antologías de cuentos de diversos autores ocupan su tiempo de manera más provechosa. Dice que volverá al análisis y al debate; pero, por el momento, solicita la tregua que todos anhelamos.