Leo Ética y disciplina: método de acciones físicas, de K. Stanislavski; y, aunque obviamente se refiere al actor teatral, sus apuntes nos conducen a reflexionar si con el papel que cada cual desempeña en el teatro de la vida uno convierte su respectiva actividad en templo o escupidera, como se titula el segundo capítulo que dicha obra aborda.
Ciñéndome a lo que el libro asienta desde el inicio, cada quien elige, de alguna manera, ser un actor “magnífico o indecente” debido a que, indica, el escenario es como una hoja blanca de papel, y se puede servir a lo que es noble o a lo que es bajo; y también se puede elegir servir a lo que es degradante abusando del estatus cultural del público.
Conforme a un curso que imparte el director teatral Rafael Perrín denominado Actuar no es cosa de actores, cabe entender que todos somos actores con papeles distintos en esta obra que se llama vida, e incluso en los sectores asegurador y afianzador.
En una obra que sobre planificación del tercer hábito de su libro Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, asentada como primero lo primero, Stephen R. Covey cita la queja de un ejecutivo al decir: “En esta empresa no hacemos eso”, en referencia a vivir los valores que enarbolamos.
El desafío en eso de vivir los valores que seleccionamos, según Stanislavski, se debe comenzar con uno mismo, enfocándonos en tener disciplina y orden. Todo comienza, apunta el escritor, con la autodisciplina individual en cualquier papel que se desarrolle.
¡Es tan fácil y frecuente culpar a los demás de nuestra falta de ética y disciplina! Lo que muchos directivos y empleados dicen, y nos lo recuerda el autor, es: “No se puede hacer nada con esta gente”, resaltando que en ese tenor cabe la frase: “Médico, cúrate a ti mismo”.
Un primer desafío es, en este contexto, para los dirigentes, muchos de los cuales gozan de reconocimiento, e incluso admiración, si bien, advierte el escritor, “generalmente son los oportunistas los que alcanzan el éxito” porque “saben jugar” con las debilidades de los demás.
Antes de comenzar a tratar el tema de la disciplina personal, Stanislavski cuestiona por qué gente talentosa deshonra la profesión. Su respuesta es categórica: porque se perdieron el respeto, lo que se traduce en un reto si uno quiere el respeto de otros.
El seguro, la fianza, son dos mundos, diríase mejor, dos obras en las que muchas personas participan en distintos momentos. Esto reta, primero, a entender la obra, el propósito que persigue, y sentirnos plenamente parte de ella.
¿Cómo nos ubicamos en ese contexto? No es raro que se nos llene la boca diciendo que somos ese ideal que significa el rol que presumiblemente representamos, cuando, como se dice en el libro, “hay aquellos que perturban la actividad y tendrían que ser echados de la misma”.
¿Conocemos el papel que nos toca dentro de la obra, de la industria en la cual nos movemos? Si no lo conocemos, es muy difícil, si no imposible, entender todas y cada una de las responsabilidades que integran dicha obra teatral o tal industria, y no comprenderemos las consecuencias de nuestra actuación.
En este orden de ideas, a menudo nos encontramos en la disyuntiva, consciente o inconsciente, de ejecutar las acciones violentando la delgada línea que existe entre lo que suma por bueno o resta por degradante, afectando negativamente a lo que bien podría ser el arte de servir.
¿Podemos admitir la idea en el sentido de que no hay papeles menores en los sistemas asegurador y afianzador? Muchos no solo lo aceptan, sino que actúan en consecuencia. Pero en la cadena de valor todos juegan, deberían jugar, un papel preponderante: nada es secundario.
Tal vez ha llegado el momento de identificar a plenitud el papel o los papeles que representamos y evaluar qué estamos haciendo con ellos; y no solo por los resultados, que pueden obedecer a causas diversas, sino por la manera en la que los vivimos.
¿Proceso delicado?
Entramos ahora en un terreno que no causa extrañeza. Casi todo el mundo busca inspirarnos con historias de genios, de esos que no se dan en maceta. Por lo menos Stanislavski reprueba que a los genios se los use generalmente como un modelo a seguir.
“Un genio es una persona aparte. Todo lo hace a su manera”, recalca.
De cualquier modo, una exigencia natural en el proceso de vivir cada papel en su dimensión real es, dice, entender los personajes que representamos para reconocer el peso que tiene cada una de las herramientas que utilizamos.
Afirma el autor que solo alguien que ha tenido que luchar por años para adquirir plenamente el espíritu y la forma física de los personajes puede experimentar lo que significa una peluca, una barba, un vestuario y otros accesorios que requiere en el escenario.
Recuerdo cuando, décadas atrás, un agente, por ejemplo, llevaba consigo un portafolios. Vi muchos de estos accesorios que me impresionaron favorablemente: limpios, ordenados, impecables, frente a otros que contenían cualquier cosa, lo que les restaba personalidad, confiabilidad.
La crítica del autor para algunos actores, aplicable a cualquier otra actividad, es que muchas veces éstos no son suficientemente disciplinados, “no han aprendido aún el principio elemental del manejo de un objeto o una pertenencia”, y son, reafirma, “desaliñados”.
Luego, desde la perspectiva de Stanislavski, el texto señala que se requiere disciplina para usar los objetos físicos a fin de sacarles el mayor provecho, pero se necesita una cantidad infinita de preparación para entonar la mente con el trabajo, conjunción absolutamente indispensable “para una gran representación”.
Un desafío adicional
Apenas para cerrar la parte conceptual, según Stanislavski, “no hay tiempo que perder”, y uno debe practicar todos los días para estar en posición de representar el papel correspondiente de la mejor manera. Un profesional que no practica un día determinado considera que algo ha perdido.
Para un “actor” en cualquier ámbito, incluido el teatral, la excusa típica es “no tengo tiempo”; o bien ese actor cae en ensayos mecánicos, carentes de profundización, de entrega, además de que no tienen el coraje de aprender de los demás.
Cada actividad en seguros y en fianzas, y cabe decir en cualquier otra actividad empresarial, demanda asumir los roles que nos corresponden y representarlos a cabalidad, logrando cautivar a públicos que ignoran mucho todavía de estos servicios financieros y esperan un nivel óptimo de experiencia de cliente, algo que hoy no ocurre y que muestra una amplia brecha por recorrer.
¿Conocemos, entendemos y comprendemos el papel, los papeles, que nos toca representar? ¿Cómo cambiarán esos roles en el futuro? ¿Nos preparamos ya para lograr una gran representación o caeremos en la típica excusa?