La dislexia no es una señal de alarma que impida la suscripción de seguros

El Asegurador

La dislexia y la discalculia son trastornos del desarrollo relativamente comunes que pueden presentarse de muchas formas y que afectan la vida de una persona, dependiendo no solo de su gravedad, sino de la percepción individual y la naturaleza del apoyo de su entorno. Por ello, aunque hay que considerar varios aspectos, un diagnóstico de este tipo no impide ofrecer una cobertura de seguros a quien la solicite.

Así lo refieren Katharina Dorn y Ben Quilter, ambos suscriptores asociados de Vida y Salud en Colonia, de Gen Re, en un artículo de su autoría, en el cual indican que algunas formas de dislexia y la discalculia suelen tener efectos leves sin afectar realmente en la vida diaria, pero que también pueden ser condiciones graves que provocan luchas persistentes en los seres humanos durante la escuela y en el trabajo.

Dorn y Quilter destacan que las personas con dislexia o discalculia que han adoptado estrategias de aprendizaje exitosas o que han demostrado que están adaptadas a su condición, presentan un riesgo muy bajo.

Los autores revelan que el aspecto más importante al tratar un caso que involucra una discapacidad de aprendizaje es la presencia de comorbilidades; ya que algunas de las más comunes son el TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad) y la depresión o ansiedad. “En cualquier caso, cuando aparece una alteración de la dislexia o discalculia, se debe verificar la posible presencia de alguna de estas comorbilidades comunes”, señalan.

Asimismo, subrayan que si existe alguna comorbilidad, ésta debe calificarse según las características de las condiciones de ese individuo, pero cuando el caso de dislexia o discalculia no las tiene, un beneficio de vida o enfermedad crítica se puede evaluar como un riesgo mínimo. 

En tal sentido, los aseguradores podrían preguntar razonablemente si una persona con un trastorno del desarrollo del aprendizaje de este tipo corre el riesgo de empeorar los síntomas con el tiempo, lo que lleva a una discapacidad ocupacional, pero ¿pueden los trastornos del aprendizaje afectar realmente el estado de salud de una persona y provocar problemas de salud mental?

“Como los trastornos generalmente se diagnostican en la infancia, cuando una persona alcanza la mayoría de edad y está lista para solicitar cobertura de seguro, podemos asumir con seguridad que ha logrado hacer frente a su afección (por ejemplo, haber completado con éxito algún tipo de educación superior y mantener un trabajo). Por lo tanto, en la suscripción, estos trastornos del aprendizaje no son motivo de preocupación”, finalizan los representantes de Gen Re.

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