El concepto económico básico, ese que aprendes en la primera clase de la primera materia sobre el tema, es la diferencia entre flujo y stock.
Recibo 100 pesos mensuales como sueldo; ése es el flujo. Tengo 1,000 pesos ahorrados en el banco; ése es el stock. Si el flujo de ingresos es mayor que el monto de gastos en el mismo periodo, ya la hice. En otras palabras, 100 pesos mensuales de ingreso y 80 pesos mensuales de gastos me dan un remanente de 20 pesos. Si los ahorro, incremento mi stock. Así de simple aquí y en China.
Si en otro caso tengo los mismos 100 pesos de flujo de ingreso mensual, pero mis gastos son de 120 pesos mensuales, los 20 pesos faltantes tendrán que cubrirse con parte de mi stock; y, si no lo tengo, con deuda. No hay de otra. Puedo retrasar lo inevitable y posponer algunos pagos, pero los 20 pesos faltantes del siguiente mes se sumarán, y aquello se convertirá en una bola de nieve.
Entonces decido endeudarme y pido prestados 20 pesos. Obvio, con sus respectivos intereses. Si es tarjeta de crédito, aquello es una bomba de tiempo. Conozco casos, y seguramente ustedes también, de personas educadas y aparentemente sensatas que empiezan a columpiarse de una tarjeta a otra para continuar gastando igual, pero sin tener el ingreso para hacerlo.
Existen muchos casos en los que la locura se vuelve colectiva y es todo un país el que pretende vivir del sablazo indefinidamente.
Entonces, ¿no es válido endeudarse? Depende. Para vivir arriba de tus posibilidades, es altamente desaconsejable. ¿Tienes un ingreso de 100 pesos mensuales? No gastes más de 100 pesos mensuales. Suena básico, elemental e innecesario de enunciar, pero no nos damos cuenta de su simplicidad hasta que vemos en la televisión a una señora que se dedica a arreglar la situación económica de familias capturadas por el pensamiento mágico de la multiplicación milagrosa del dinero.
La tal señora llega a la casa de los afectados y en unas horas descubre que aquello es un hoyo de proporciones monumentales: los ingresos mensuales varían, pero el tren de gasto de la familia corre de manera independiente y con gran iniciativa. Todas las tarjetas de crédito están al cien, y el embargo de la casa es inminente. La señora encargada de arreglar el asunto se arma de unas tijeras enormes y con la presencia de toda la familia recorta las cinco tarjetas de crédito, así como las tres tarjetas departamentales. Los quejidos de la madre y sus dos hijas adolescentes resuenan por toda la casa. Y después viene el interrogatorio que descubre lo evidente para cualquiera, menos para los afectados: gastan mucho dinero en ropa, accesorios, cortes de pelo y salón de belleza; cambio anual de coche, viajes esporádicos a playas nacionales y a Las Vegas con frecuencia y cotidianas salidas a comer o a cenar, cafés, copita y demás. Aquello es un desorden total. Pronto la señora ejecutora tiene un presupuesto de gastos ajustado al tope señalado por los ingresos familiares proyectados. Y lo más duro: tendrán que ser aún más austeros para poder pagar los pecados cometidos. Las negociaciones con los bancos y las tiendas para pagar en abonos la deuda contraída ya están en marcha.
Entonces, regresando al tema del endeudamiento, ¿en qué casos se vale pedir prestado?
Endeudarse es como ahorrar, pero en negativo. Alguien ahorra para que otro se pueda endeudar. El banco sólo pone en contacto a las dos partes, mediante un módico (¿?) interés. Cuando deseo adquirir un bien, como individuo o como familia, tengo entonces dos opciones: ahorrar hasta juntar el dinero necesario en un plazo definido o pedir ese monto prestado y pagar la deuda en ese mismo plazo.
Al final voy a llegar al mismo momento y con el mismo resultado: ahorro o deuda cero y el bien deseado en la mano. ¿Cuáles son entonces las diferencias? La primera es que yo necesito el coche ahorita, y no me quiero esperar dos años para comprarlo. La segunda es que por mi ahorro me van a pagar intereses (muy chiquitos, porque así son los bancos) y por la deuda me van a cobrar intereses (ésos sí grandotes, porque así son los bancos). ¿Prefiero tener el bien ahorita y pagar grandes intereses; o ahorrar, obtener diminutos intereses y comprar el bien cuando tenga lo requerido? Claro que la incertidumbre también cuenta: es muy probable que los intereses que recibo por mi ahorro no sean suficientes para compensar el aumento de precio del auto en los dos años.
Si ahora se toma en cuenta a todo un país, el caso es diferente por varios factores. El primero es que la deuda no se paga. Increíble, pero cierto. Pago puntualmente los intereses, o me echo encima a todo el sistema bancario mundial, pero el principal permanece sin cambio. Gran negocio para los prestamistas, porque los países, según ellos, no quiebran. La realidad es que sí quiebran, como le ocurrió a México en 1982 y en 1995, pero llegan los rescates, y todo el mundo vuelve a respirar.
El servicio de la deuda mexicana, es decir, el pago de los intereses de los innumerables tarjetazos que el país ha dado a lo largo de su historia moderna será, en 2021, de 723,898 millones de pesos, cifra equivalente al 2.9 por ciento del PIB; mientras que el endeudamiento adicional para cubrir el déficit presupuestal será de 718,193 millones de pesos, es decir, una cantidad prácticamente igual.
¿Cómo se traduce el párrafo anterior?
Primer punto: México tiene ingresos suficientes para cubrir sus gastos; no necesita endeudarse para pagar nóminas, pensiones o bienes necesarios para que el Gobierno y sus servicios a la población funcionen.
Segundo punto: México necesita endeudarse únicamente para pagar los intereses de la deuda que contrajo a lo largo de los años. Ese endeudamiento adicional se sumará al monto acumulado y empezará también a generar intereses que tendrán que pagarse el año que entra con… ¿ya adivinó? Más deuda. El argumento de defensa de todos los gobiernos del mundo, manejados evidentemente por políticos, consiste en sostener que el indicador importante es el porcentaje del servicio de la deuda en relación con el producto nacional bruto del país (PIB). Su razonamiento es el siguiente: me endeudo para promover el crecimiento del producto, que crece lo suficiente para absorber el pago de los intereses de la deuda que contraje para promover su crecimiento. Divertido, ¿verdad?
El argumento de los gobiernos es válido siempre y cuando se siga una lógica similar a la de un empresario, quien contrae deuda para comprar maquinaria, lo cual le permite producir más y así obtener el ingreso necesario para liquidar principal e intereses del préstamo. El pequeño problema es que el Gobierno de este país es pésimo promotor del crecimiento. Sabe gastar, pero no sabe cómo lograr que ese gasto genere el crecimiento necesario para justificar el endeudamiento. No es lo suyo. Si tiene que dar discursos o justificar lo imposible, lo hará brillantemente; pero lo de pedir prestado para invertir y obtener un beneficio que permita pagar deuda e intereses, olvídalo.
Ejemplo claro de lo que hemos dicho es el sexenio anterior. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), la deuda externa de México aumentó 46 por ciento de 2013 a 2018. Cada mexicano debía 37,837 pesos en 2013, y para 2018 ya debía 66,000. ¿El endeudamiento fue necesario para financiar proyectos de inversión necesarios para, ahora sí, llevarnos al primer mundo?
Lamentablemente, el monto de inversión pública fue menor a lo presupuestado. Simplemente, el Gobierno gastó más de lo que había planeado. Para ser exactos, 1 billón 800 000 millones de pesos en exceso, es decir, 9 por ciento más. Le “calcularon mal”, y el resultado fue un gasto excesivo, con destino nebuloso, para variar.
El escandaloso endeudamiento no generó un crecimiento mayor que el histórico, que fue de sólo 15.3 por ciento en seis años, equivalente a un magro 2.4 por ciento anual. Imposible justificar un endeudamiento sin beneficio, únicamente explicado por la decisión de gastar más para favorecer a una minoría que nuevamente decidió saquear al país.
La 4T ha continuado con el endeudamiento; aunque en su favor diremos que el destino de esta deuda adicional ha sido el pago de intereses de la deuda acumulada. La deuda se ha hecho más pesada porque en 2019 no crecimos debido al giro de la política económica del país, y en 2020 decrecimos alrededor de 8 por ciento debido, oficialmente, a la COVID-19. En relación con el producto del país, estamos más endeudados.
El resumen de nuestro paso de Guatemala a Guatepeor se puede definir como la transición de un gobierno neoliberal de poco crecimiento y alto endeudamiento a otro de todavía menor crecimiento y una mayor austeridad para todos, excepto para los pensionados de primera de Pemex, CFE e IMSS y los beneficiarios de los programas clientelares de la 4T. La pólvora de nuestros impuestos se consume en infiernitos mientras contemplamos los afanes dictatoriales del único con voz y voto, que proclama su voluntad de someter a consulta popular su permanencia.
Mayor dislate y confusión, imposible. La anunciada llegada del eterno aspirante fue propiciada por el egoísmo de los corruptos del club de amigos priistas del pasado reciente. Les permitimos el exceso, nos creímos su discurso modernizador, y hoy tenemos que asumir las consecuencias.
Hoy todos los mexicanos enfrentamos un panorama que se oscurece con cada mañanera. Sin duda, es momento de levantar la voz. El plazo se agota.