La responsabilidad de tener

Charlemos seguros

El asegurador

Hace tiempo leí esta frase: “Los billonarios no deberían existir”. Obviamente, llamó poderosamente mi atención  porque es un cuestionamiento que siempre me he hecho. Argumentaban que el cerebro humano no estaba diseñado para comprender los grandes números, y daban un ejemplo por demás ilustrativo en términos de tiempo:  un millón de segundos significa 11  días;  un billón de segundos significa  37 años.

Esto me hizo comprender algo que siempre había sospechado:  llega un momento en que, cuando hay algo en exceso, se vuelve demasiado y pierde significado al volverse incomprensible.

Quiero aclarar que no es que esté en contra de la riqueza. Nada  más lejano a esa idea. Me gusta la buena vida y disfruto vivir bien, para lo cual he trabajado arduamente desde muy joven (de manera formal, en seguros desde los 21 años;  y de manera informal, en otras actividades, desde los 17, para ayudar en aquel entonces a mi padre a pagar mis estudios).

También soy partidario de la meritocracia,  y tajantemente contrario al comunismo o socialismo. Me parece que el esfuerzo, la preparación, el talento y la dedicación deben rendir frutos, y no sería justo que una persona que cubre con creces ya sea uno, varios  o todos los atributos mencionados  gane igual que otro que se dedique a la misma actividad pero que no tenga   ni siquiera alguno de dichos rasgos.         

Pero lo que me duele y hace que me rebele        con toda mi fuerza   es la desigualdad  que impera en el mundo y en nuestro querido México.

En principio, yo  pensaba   que el origen de la problemática era la ambición desmedida de algunas personas por acumular riqueza de manera totalmente insana;  pero después llegué a la conclusión de que eso  es sólo una parte del problema.

Por supuesto que siempre habrá gente avara, mezquina y que es capaz de lo que sea, de pasar por encima de los demás  o de hacer daño irreversible al planeta  con tal de acumular riqueza,  y eso es una pena.

Sin embargo, revisando algunas historias de personas que han logrado las mayores fortunas del mundo  (sin que provengan de herencias), me doy cuenta de algo interesante:  en varios casos, después de un tiempo, llegan al punto de dar   un giro de 180 grados, y pareciera que se percatan       de que acumular por acumular  no tiene ningún sentido.

Dichos personajes de pronto deciden donar una parte importante de su fortuna  a obras de caridad. Quizá  un ejemplo que vale la pena analizar es el de Chuck Feeney  (busquen  en la web    El millonario  que donó toda su fortuna).      

Es posible que él  haya sido quien inspiró a otros de las recientes listas de los más ricos del mundo, como   Gates o Buffett,     a hacer lo mismo.

Por supuesto que hay otros que siempre se mantendrán en esa absurda carrera de la acumulación insana, enfermando cada día más  de ambición de riqueza y poder.  Incluso algunos crean sus fundaciones de beneficencia, las cuales quizá  ayuden a ciertas causas, pero también en ocasiones obedecen a una mera planeación fiscal.

Sin embargo, en el caso de los magnates que han donado grandes caudales, valdría la pena saber qué    les habrá pasado por la  cabeza para que dieran ese giro positivo en su vida.         

Quizá  se dieron cuenta de que no les serviría de nada seguir acumulando;  o quizá llegaron a la conclusión de  que  son una parte importante del terrible problema de desigualdad e inequidad que existe en el mundo;  o quizá  solamente quisieron enmendar el camino…

El problema no sólo se da por esa terrible sed de acumulación, sino que hay más. Hay otra vertiente con  la cual también tienen que ver esos personajes, mas no son los únicos responsables, ya que en esa otra cara del problema  participamos todos.

De esa otra vertiente quizá  los millonarios ni siquiera se percaten. ¿Por  qué tienen una gran participación? Porque  en definitiva   tener  es una gran responsabilidad,  y esa vertiente  es nada menos que    el ejemplo.    

Ellos quizá  no son  conscientes de que se vuelven íconos, y por ende ejemplos a seguir para  la mayoría de las personas, representando una influencia negativa para mucha gente.

En esa vertiente, todos somos responsables por la equivocada asunción que ha hecho la sociedad de que ser billonario es sinónimo de éxito.

Yo no tengo nada en contra de que una persona se haga millonaria. Sin  embargo, para mí, esa meta de volverse billonario  es un espejismo, porque seguramente, cuando se alcanza ese objetivo,    se siente  un gran vacío, porque dudo que eso las  pueda alimentar interiormente, y quizá  por ello dan un giro a su vida buscando llenar ese hueco  con obras de caridad.

Me encantaría preguntarles a estos megarricos:    “¿Has cuidado no hacerle daño al planeta  o a las demás personas con  la forma en que generas tu dinero? ¿Has sido cuidadoso en pagarles  adecuadamente a los trabajadores que te han ayudado a forjar esa fortuna?”. Y, aunado a esto:       “¿Los has motivado a desarrollarse como empresarios  para que sean patrones justos que fomenten la equidad para buscar un mundo mejor para todos? ¿O más bien has        practicado la ley del embudo para buscar acumular mayor riqueza?”. 

“¿Qué sientes cuando sabes que al tomar ciertas decisiones que incrementan tu fortuna quizá  estás  masacrando de alguna manera las esperanzas de progreso de mucha gente?  ¿Te duele ver la pobreza y el hambre que hay a tu alrededor?   ¿O ya  se te volvió parte del paisaje?”.

 ¡Cómo es posible que puedan seguir acumulando riqueza en una carrera absurda para ver quién ocupa un lugar más alto en la lista de millonarios del mundo?   

Quizá  la pregunta que habría que hacerles es: “¿Realmente  te hace feliz hacer más y más dinero?”.

Ésa  es una pregunta que yo al menos no voy a poder contestar nunca, porque no está en mi interés hacer mucho dinero. Prefiero  trabajar para lograr un mundo más equitativo y menos cruel.

Me parece que muchos de los que amasan grandes fortunas   están cortados con  la misma tijera.

Algunos de esos millonarios estipulan salarios para sus trabajadores,  pagando sólo lo suficiente para que no se los robe la competencia, pero no van más allá.

Al menos he observado en   esta gente que no inculcan al personal que trabaja para ellos  el espíritu de convertirse en empresarios y que sean a su vez generosos con sus trabajadores  para que éstos  también se conviertan en empresarios y a su vez desarrollen a más personas, creando un círculo virtuoso.

Incluso pareciera que les molesta que sus trabajadores a la par  que trabajan para ellos emprendan y tengan deseos de mejorar. Es  tal su egoísmo que   ven eso como una amenaza.

Algunos consideran  a sus trabajadores hasta como parte de su patrimonio, y claro que gozan de su simpatía mientras les reportan  utilidades y se mantienen  en su equipo;  pero, cuando dejan de trabajar para ellos, automáticamente los ven como adversarios.

La situación  es todavía peor cuando los más privilegiados utilizan su posición y su poder   para no permitir el desarrollo de aquellos que menos tienen y a quienes  por azares del destino les tocó nacer sin privilegios.

Pero ¿por qué llegar a eso?, ¿por qué tener que llegar a ese punto?, ¿por qué no simplemente tratamos de dar un mejor ejemplo?, ¿por qué primero tienen que llegar a acumular cantidades estratosféricas  de dinero para darse cuenta de que eso no es lo ideal?, ¿por qué no ser más medidos y tener más empatía y solidaridad con la gente que trabaja para nosotros?

Y un ejemplo claro, contundente y muy triste de que no   sólo los megarricos  son responsables de esto  es un dato que me golpeó el cerebro la primera vez que lo escuché: para  erradicar la hambruna en el mundo, se requerirían 280 000  millones de dólares anuales, pero el mundo gasta más del doble de esa cantidad en dietas.   Sí, tal como se escucha:  ¡en programas para bajar de peso!;  así que mientras una mitad de la humanidad pasa dificultades para alimentarse, la otra gasta cantidades absurdas para bajar de peso…        

Además, nuestra sociedad sobrevalora a los millonarios, los admira y los transforma en ídolos que hay que emular.

Decía un autor que, si algunos chimpancés  en la selva empezaran a tratar de acumular más plátanos de los que fueran capaces de comer, se volverían materia de estudio para los científicos;  pero, cuando eso mismo   hacen los humanos, es todo lo contrario:   al que más acumula  lo ponen en la portada de la revista Forbes como una especie de homenaje.

Definitivamente, es una pena que exista esa desviación en la humanidad y que caigamos en la ideología        equivocada de   “Tanto tienes, tanto vales”.          

 Nada más equivocado que valorar a las personas por el monto de sus cuentas bancarias o  por sus pertenencias materiales, pero parece  que el éxito se mide de esa manera en nuestra sociedad.

El resultado de ello  es que en el mundo más de 50 por ciento  de la riqueza está concentrada en menos de 1 por ciento  de la población,  y nuestro México ayuda de manera importante a esa tendencia. Me  parece grosero que en un país como el nuestro  los intereses de un solo  individuo hayan representado en algún momento 10 por ciento  del Producto Interno Bruto; pero digamos que ésos son los “logros”   de los individuos más ricos del mundo. 

Yo no creo que el ejemplo para empezar a revertir este estado de cosas  tenga que venir forzosamente de esa gente.   ¿Por qué no tratar de romper con eso desde otro sector? Sí, ¿por qué no empezar nosotros?, ¿por qué no iniciar desde la clase media?, ¿por qué no preocuparnos por dar un mejor ejemplo a  nuestros trabajadores?, ¿por qué seguir endiosando y admirando a esa gente rica que no ayuda a que se vayan estrechando esas brechas tan dolorosas entre los que hemos sido tan afortunados y los que no lo han sido?      

¿Por qué enfocarnos en lo que aún no poseemos, en  lugar de vivir agradecidos y demostrar nuestra gratitud   por haber sido tan privilegiados?       

Porque, para mí, todos aquellos que hemos tenido un techo, que no tuvimos  que preocuparnos  por nuestra próxima comida, que crecimos en el seno de una familia que nos arropó con cariño y que además tuvimos la oportunidad de estudiar  somos en definitiva grandes privilegiados.

Hace poco llegó a mis manos un video que les recomiendo que vean  en donde se explica claramente esto. Se llama    La carrera del privilegio,   y lo pueden encontrar  en YouTube   con la siguiente liga:     

Así es que, si tenemos la oportunidad de desarrollarnos en un trabajo y a la vez tenemos la oportunidad de emprender;  si tratamos bien a nuestros trabajadores y además no nos detenemos ahí, sino que procuramos darles un buen ejemplo  para que ellos a su vez se desarrollen y ayuden a otras personas, entonces estaremos haciendo algo por los demás y colaborando para reducir las brechas de la desigualdad y la inequidad.

Tenemos que ser  conscientes de que somos ejemplo para los demás;  así que no basta con emprender y tratar bien a nuestra gente. Es  necesario darles un buen ejemplo  para que ellos a su vez ayuden a otros a desarrollarse.

A veces hay amigos que nos dicen: “Pero  si yo no tengo una empresa…”,  pero  no sólo como empresarios  somos referentes de la   gente.

Me voy a referir a un claro ejemplo que me hizo ver un querido amigo que adora el golf. Mi amigo me decía que un caddie   (la persona que lleva los palos del golfista en el club de golf)      puede ganar entre 600 y 1000  pesos en cada salida;  y, si bien algunos de ellos no salen todos los días al campo, la mayoría lo hace   una y hasta dos veces al día, cinco o seis  días a  la semana.  Podríamos pensar que para ellos esto es una vida razonable; que con eso  buscan  que sus hijos estudien para lograr   un   nivel de vida todavía mejor  que el de ellos. Sin   embargo, no es así, porque ellos emulan  a sus patrones, ya que los consideran        el éxito personificado.

Los caddies  no ven que a lo mejor ese patrón trabaja toda la semana para tener su jugada de golf; ellos lo que ven  es a su patrón jugando, bromeando con los amigos, apostando y tomando  sus copas en las diferentes estaciones del campo y, al finalizar el juego, en el famoso hoyo 19.

Lo anterior se traduce en  un grave problema de alcoholismo entre los caddies,  porque caen en el espejismo de querer ser  como sus patrones, y además desean que sus hijos sean también como ellos.

Otros personajes que sin duda dan   mal ejemplo son los políticos. Un gran porcentaje de ellos ingresa a la política con una agenda oculta, con el fin de enriquecerse, por lo que juegan el terrible juego de la corrupción, coludiéndose con gente de la iniciativa privada (en muchos casos, con los ricos que los buscan para aliarse y aprovecharse de su paso por el poder)  en detrimento del país y de la población a la      que tendrían que servir.

Por eso, admiro a los políticos que tienen otro corte y no se sirven de su posición para delinquir, y por ello hace tiempo escribí un artículo que titulé  “Llenar el granero”,   en el que hacía referencia a José Mujica, expresidente  de Uruguay, alguien admirable porque,  habiendo sido presidente, no se enriqueció ni cambió su forma de vida. Y    otro ejemplo que me gusta aún más  es el de Angela  Merkel, de Alemania, a quien dediqué un artículo que titulé como le apodan cariñosamente muchos alemanes:   Mutti.             

La verdad es que esa desigualdad duele, y mucho. Una amiga hace unos días mencionó que jamás se lograría abatir la “desigualdad”   pero que a lo que debemos aspirar es a combatir la “inequidad natural”; no    la que deriva de la diferencia en esfuerzo, talento, conocimiento y dedicación, sino la que se debe a factores que nada tienen que ver con dichas características; esa que se da por la simple suerte de haber nacido en una situación privilegiada o en la más desventajosa que podamos imaginar.        

Yo me preguntaría: ¿qué  tanto estoy haciendo para ayudar a hacer un mundo mejor  para todos?, ¿a cuántas personas estoy empleando?, ¿las trato bien en todos los aspectos?, ¿con  mi manera de generar ingresos no le estoy haciendo daño al planeta o a otras personas? Y,  por último,  ¿estoy formando adecuadamente a la gente que empleo por medio de  un buen ejemplo?, ¿estoy ayudando a alguna institución inteligente que se dedique a apoyar a los más  marginados y que menos tienen?        

Tenemos que ser  conscientes de que el mundo requiere mayor empatía, solidaridad y caridad humana; y sobre todo reconocer que, independientemente del esfuerzo que hayamos realizado en nuestra vida, hemos sido grandes privilegiados; y que a mayor privilegio, mayor responsabilidad.

 No dejemos la responsabilidad de iniciar el cambio, tan necesario,  a los billonarios o  a los políticos,   porque  eso  estoy seguro de que no va a suceder.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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