Decisiones ciudadanas

Charlemos seguros

El asegurador

Contundente y firme fue la respuesta ciudadana en los pasados comicios del 6 de junio y en la consulta popular del  1 de agosto. Las interpretaciones políticas, partidarias o ideológicas que han sido analizadas por los expertos se centran en un balance para partidos, candidatos, instituciones, el presidente y los ciudadanos, siendo ilustrativas de las decisiones ciudadanas que quedaron de manifiesto esos días.

A partir de los resultados  se aceptaron las derrotas que el Ejecutivo  se ha encargado de evidenciar  contra todo aquel que le haya negado el voto. “Aspiracionistas, egoístas e hipócritas” son algunos calificativos que nos ganamos quienes sólo ejercimos el derecho a expresarnos civilmente ante las opciones expuestas en las boletas o a abstenernos frente al    despropósito de la consulta popular. Esas expresiones son, sin embargo, el inicio de algo mucho más importante que se toca en esta columna dedicada a abordar la cultura de previsión.

La ciudadanía de la clase aludida por el presidente demostró que el poder reside en el voto, no en las ocurrencias y obsesiones de un sujeto con conductas megalómanas, mitómanas, mesiánicas y misóginas. La conducta de un ciudadano que elige algo distinto a las dádivas está, en ese preciso momento, manifestando su aceptación al reto que significa “hacerse responsable de sí mismo”, respetando a quienes disientan de esta afirmación. Lo mismo cuando, animado por las evidentes falsedades de un ejercicio ocioso, caro y absurdo, evita acudir y con ello expresa su repudio a semejante despilfarro.

Las disertaciones posteriores de quienes defienden a la clase media y quienes la fustigan parecen coincidir en el mismo punto. Este segmento socioeconómico no acepta coacción ni imposición alguna. Su preparación, visión y expectativas se centran en sus propias capacidades, no en las constantes y exasperantes menciones de partidos políticos que presumen de realizar programas de apoyo a los desprotegidos, que cumplen, en algunos casos, cinco generaciones viviendo en la pobreza. 

La causa de semejante fracaso es precisamente la perniciosa dependencia que esas clases desarrollan hacia el patriarca en turno, auspiciado por organizaciones clientelares que exigen veneración y fidelidad a cambio de los apoyos otorgados con dinero público.

La conducta de los clasemedieros no es un descubrimiento;  es simplemente la confirmación de una actitud centrada en la meritocracia de quienes nacieron, crecieron, se reprodujeron y murieron ahí, además de quienes han escalado posiciones para alcanzarla y disfrutar de su satisfacción al poder contarse entre los habitantes de dicha clase. 

Las decisiones políticas al elegir una opción para castigar a otra en materia de estos análisis tocan de paso el tema cultural que se desprende de la preparación académica fustigada por el presidente, tal vez movido por la frustración que se advierte ante su pobre resultado en la vida universitaria.

El tema cultural de la clase media es, a su vez, la actitud que me mueve a referirla para preguntar si la decisión de elegir a alguien o abstenerse de siquiera pasar frente a una mesa de consulta puede asemejarse a tomar la decisión de asegurarse u omitir hacerlo. Es decir, elegir una opción entre las alternativas existentes para que se asuma una posición política se parece a esa difícil y controversial decisión de elegir   un contrato para garantizar la independencia de la familia o de sí mismo cuando un riesgo se manifiesta y origina pérdidas que deberán enfrentarse  de alguna forma.

La clase media “aspiracionista, egoísta e hipócrita” definida por el presidente es también la que, de igual forma que en el tema de la consulta, omite muchas veces atender la previsión, siendo necesario recurrir a técnicas y métodos específicos para que comprenda la importancia de asegurar su patrimonio, su salud y su vida. 

Con el ejemplo de lo ocurrido en la vida política de este país  es necesario también centrarnos en esa decisión que permita resolver por propia cuenta lo que tendrá que resolverse  en algún momento sin necesidad de depender de las fórmulas  de explotación de la conciencia que el Gobierno  toma para agenciarse votos. La decisión ciudadana de votar o no hacerlo se asienta en un estímulo que, en muchos casos, no hemos logrado activar en la población para que decida  asegurarse, ante lo cual miles que han logrado mantenerse o ascender a la clase media están en grave peligro de descender al exponerse a riesgos cada vez más frecuentes y severos.

Debe uno hacerse  responsable de las consecuencias de dicha elección, de la misma forma que la decisión de asegurar el auto, la casa, la salud y la vida, o no hacerlo, reside en quienes así lo han practicado. 

La experiencia de los beneficiados por un seguro se confronta con la de aquellos  que no lo lograron por carecer de un contrato, lo  que los  instala en el padrón de damnificados, menesterosos, olvidados  y víctimas de un evento natural o humano que debe enfrentarse  de alguna forma. A eso  agreguemos la desaparición del Fonden,  que quedó extinto hace unos meses.   

La decisión ciudadana de hacerse responsable de su propio auto, su propia casa, su propia salud  y su propia vida es un distintivo de quien rechaza o minimiza la posibilidad de depender de ayudas públicas. De esa forma se honra la decisión del ciudadano  de reducir al mínimo las nocivas dependencias respecto a  un gobierno que no lo protege, no lo cuida, no lo atiende y tampoco lo representa. 

Esa actitud clasemediera que tanto disgusta al presidente tiene ahora un nuevo reto ante la anulación  de dicho fideicomiso, lo que exige aceptar y enfrentar la responsabilidad de nuestras propias cosas y nuestra propia vida.

La decisión ciudadana de tomar en sus manos el control de sus propias pérdidas eleva sus posibilidades de permanecer en la clase media o aspirar a escalar a la clase alta. Asegurarse es una decisión ciudadana centrada en una cultura financiera que considera  al seguro como una de sus principales adquisiciones, por encima de hedonismos y vanidades que algunos prefieren dejando al seguro en segundo o hasta en tercer plano. 

Conforme la población acepta esta realidad, sus preferencias de consumo se modifican, se adecuan y se hacen más dirigidas a la meta de estar en paz, financieramente hablando, en vez de estar en las redes exhibiendo un progreso que, tal vez, forma parte de sus pasivos.

Las decisiones ciudadanas se generalizan cuando el hartazgo o la sensación de peligro alcanza su mayor nivel, pero la cultura de previsión exige    esfuerzos de mucho mayor envergadura y compromiso para desterrar la dependencia frente a “programas sociales” como el único recurso de quien los necesita para atender las pérdidas propias cuando no se tomó la responsabilidad de hacerlo anticipadamente y con su propio dinero.

Cuando casi la mitad del territorio está en zona de riesgo catastrófico natural y asediada por la delincuencia organizada; cuando  casi la totalidad de la población está expuesta a un virus inclemente,  a  una estrategia gubernamental desastrosa en la gestión de la pandemia y a un sistema de salud pública desbordado, ineficiente y politizado, asegurarse es una decisión ciudadana que el sector debe propiciar. No hacerlo  tiene consecuencias similares a las que se presentan    en las elecciones políticas, por lo que me atrevo a preguntar:

¿Qué tal si en lugar de hacer proselitismo asegurador   hacemos difusión de la cultura previsora? 

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

Califica este artículo

Calificación promedio 0 / 5. Totales 0

Se él primero en calificar este artículo