“¡Uff, tengo que hacer esas llamadas pendientes! Bueno, las hago después”.
“Hoy me toca ordenar los archivos nuevos. Bueno, mejor lo hago mañana”.
“Mañana sin falta lleno mis números”.
¿Te suena familiar?
¿Cuántas actividades dejamos de hacer o pasamos “para luego” hasta llegar al punto de que llevarlas a cabo efectivamente se vuelve un momento de crisis, premura y altos niveles de estrés?
Postergar acciones, tareas o decisiones se puede definir como procrastinación, y esto no es más que evitar hacer aquello que no me causa placer.
Debo confesar que por mucho tiempo fui una persona procrastinadora, y eso derivaba en situaciones de estrés, frustración y molestia conmigo misma, por no tener la determinación de hacer lo que debía cuando debía.
Muchos años, intentos, lecturas, videos y cursos pasaron antes de que pudiera encontrar la forma de dejar de postergar ciertas tareas y pendientes.
Hoy quiero darte algunos tips y herramientas que, si tú eres como yo era, “un procrastinador obstinado”, podrán ayudarte para ir trabajando poco a poco en ello.
1. Identifica la emoción que hay detrás. Primero, algo que me causaba mucha frustración era pensar: “Sé lo que tengo que hacer, sé cómo hacerlo, pero ¿por qué no deseo hacerlo? ¿Por qué quiero postergarlo?”. Era común encontrar excusas que fueran “más importantes”. Entonces, cuando tengas el qué, el cómo y no sepas el porqué de postergar, realiza el siguiente ejercicio:
Imagina el resultado que esperas después de hacer esa actividad y analiza cómo te sientes con ese escenario. Yo encontré que postergaba porque me daba miedo el resultado. Esa llamada en la que quizá me van a reclamar, o me van a decir que no, o me van a cancelar; o que no salga “perfecto” o como yo lo imagino. Al concebir el resultado, me figuraba dos opciones: si era un resultado positivo, me sentía motivada para perseguirlo; y, si el resultado era negativo, entonces ya habría pasado esa angustia y habría obtenido algún aprendizaje. De cualquier manera, había que averiguarlo. Y la duda es algo que no puedo resistir; así que tenía que saber cuál sería el resultado.
2. Haz una lista y prioriza de acuerdo con urgencia y energía. Una de las cosas que más ayuda son las famosas To do list; y, aunque tenía libretas, notas y hasta aplicaciones, me seguía siendo problemático realizar dichas tareas. Me di cuenta de que en dichas listas ponía tantas actividades y pendientes que con sólo ver el número me agobiaba y no podía decidir con cuál empezar.
Entonces empecé a asignar días y tiempos de acuerdo con la urgencia, es decir, el lunes era para pendientes administrativos, martes para orden, miércoles para seguimientos, etcétera. Y al mismo tiempo ordenaba de mayor a menor dificultad las tareas, de tal modo que hacía el lunes por la mañana las tareas más complicadas, que requieren más atención y energía; y los viernes aquellas que no me significaban tanto problema. De esta forma puedo enfocarme en las tareas que menos me atraen cuando tengo más energía. Y me enfoco en un pendiente a la vez.
3. Celebrar y recompensar. Al término de cada lista, cuando veo que fui capaz de cumplir cada acción, considero eso una victoria para mí, y por lo tanto pienso que merezco una recompensa. Yo encontré que, si me asigno pequeñas recompensas, al final sentía esa palmadita en la espalda de “¡bien hecho!”, lo que reforzaba el ánimo de querer volver a hacerlo para el siguiente día.
Poco a poco, estas prácticas se convirtieron en un hábito, y hoy por hoy son parte de mi rutina diaria.
Así puedo decir con total orgullo que he dejado de ser procrastinadora; y, aunque aún hay actividades que no me gusta hacer o que me son pesadas, saber que tales tareas tienen un día y horario programado me permite vivir más tranquila, más enfocada y con mucho menos estrés, además de que me encanta saborear mis deliciosas recompensas.