Aunque en las últimas décadas la industria del transporte marítimo ha observado un gran progreso en cuanto a la disminución constante de los naufragios de buques, derrames y pérdidas de vidas en el mar (eventos que generan sustancias químicas tóxicas para las comunidades y los ecosistemas), resulta innegable que para la contención de los daños que desencadenan tales actividades marítimas, ha sido determinante la participación tanto de los reguladores como de las aseguradoras.
En un documento titulado El viaje final: aseguradoras, desguace y sostenibilidad marítima, James Thomas, director gerente de Seguros de Reino Unido e Irlanda de la empresa Accenture, hace el señalamiento anterior y precisa que, en tales casos, con el involucramiento del seguro y del regulador crece la posibilidad de garantizar que los desperdicios, pérdidas y el recipiente en cuestión se deseche de forma ética.
Sin embargo, esto se aplica solo a una pequeña fracción del mercado de desguace de buques, ya que casi la totalidad de ellos se desguazan no debido a un accidente sino a la vejez.
La información detalla que el Convenio Internacional para la Seguridad de la Vida Humana en el Mar (Solas), que entró en vigor desde 1980, establece las normas mínimas para la construcción y el equipamiento de los buques mercantes. De esa manera se busca desperdiciar energía y tener menos tripulantes pero mejor capacitados.
Por otro lado, la economía como fuerza de cambio es un arma de doble filo porque impulsa a los armadores a buscar los mejores precios cuando llega el momento de desguazar sus embarcaciones, una decisión que tiene un alto costo humano y ambiental.
Los valores de la chatarra pueden ser sustanciales debido al metal con el que se construyen los recipientes. Como resultado, el alto precio que perciben los armadores cuando envían un buque en su viaje final tiene un costo enorme: la mayoría de las veces se incurre en las playas del subcontinente indio, donde 71 por ciento de los buques al final de su vida útil en 2020 fue destrozado.
El representante de Accenture señaló también que la exposición acumulada a sustancias químicas tóxicas daña a las comunidades y a los ecosistemas, con consecuencias devastadoras para la biodiversidad local, la pesca y la cadena alimentaria.
Además de petróleo y aguas residuales, los cascos viejos pueden albergar una gran cantidad de contaminantes peligrosos como asbesto, pinturas tóxicas, sustancias que agotan la capa de ozono (SAO), e incluso, metales pesados como el cadmio y el mercurio.
Si bien estas estadísticas son una lectura sombría, no quiere decir que la industria no esté haciendo intentos para impulsar un mejor reciclaje de barcos.
En los casos de desguace convencionales, es difícil ver cómo las aseguradoras pueden ejercer mucho control, si es que lo tienen, sobre la disposición de los buques y adoptar una línea dura con los clientes, exigiendo que tengan políticas de reciclaje de base antes de otorgar cobertura. También pueden rechazar la cobertura del viaje final cuando el barco es remolcado para desguazar a un astillero deficiente, aunque estos viajes finales a menudo pueden disfrazarse como otra cosa.