Ni queriendo

Charlemos seguros

El asegurador

 

Existen resultados que sólo un administrador mexicano puede lograr.

Pemex reportó una pérdida de 481,000 millones de pesos en 2020. Esto equivale a casi 4,000 pesos por cada mexicano, hombre, mujer o niñe (para que las feministas se sientan respaldadas; aunque bien sabemos que el lenguaje “inclusivo” es inviable); Petrobras, la empresa petrolera de Brasil, reportó, para el mismo periodo,  una utilidad equivalente a más de 200,000 millones de pesos mexicanos.

El IMSS y la CFE, con déficits crónicos, deben andar por el estilo.

Es necesaria una voluntad a prueba de bomba para alcanzar una quiebra técnica en una empresa que extrae un recurso valioso del subsuelo y lo vende. Claro que muchos me dirán: “Es necesario hacer grandes inversiones;  el mantenimiento de las instalaciones es muy caro, y el Gobierno  le cobra enormes impuestos a la petrolera”. Ese cuento ya es viejo y se repite año con año para justificar lo injustificable  en una empresa que pierde con producción alta y también con una producción a la baja, como la actual.

Así como existen empresas cuya improductividad es una incógnita difícil de resolver,  existen negocios destinados a obtener grandes utilidades pero  empeñados en malograr el éxito que se intuye inminente. 

Ejemplo de un negocio destinado a las alturas con empresarios empeñados en destruirlo es la selección  mexicana varonil de futbol, que monopoliza las esperanzas de todos, destacando el fervor de la afición cuando el equipo nacional se presenta en cualquier plaza de Estados Unidos. Con una clientela constituida por nostálgicos migrantes que buscan en el grito que sueltan en las gradas  una compensación a las duras jornadas en un país extraño, el lleno en el estadio y el ingreso por derechos de televisión están asegurados.  

Con un negocio tan rentable entre las manos, cabría esperar un propósito claro por parte de quienes lo manejan,  es decir, los dueños de los equipos de primera división, quienes inexplicablemente parecen empeñados en llevar al abismo al futbol  mexicano: ya  no hay descenso ni ascenso, lo cual permite a algunos equipos transitar por una mediocridad constante, de torneo a torneo, sin la amenaza de ver afectada su inversión por temas tan banales como un pésimo desempeño deportivo; no existe límite de jugadores extranjeros, y el empresario se sirve con la cuchara grande  al  importar jugadores baratos de Suramérica  sin preocuparse por desarrollar el talento nacional.

Cierto es que el proyecto de equipos como Pachuca, Atlas, Guadalajara y América prevé  la formación de jugadores como una manera de forjar a los integrantes de equipos  del futuro, pero es también un hecho que la posición de centro delantero está monopolizada por extranjeros. 

La polémica de la semana es la convocatoria de Rogelio Funes Mori, ariete argentino del equipo Monterrey, recientemente nacionalizado, como flamante refuerzo de la selección  mexicana que enfrentará a lo mejor de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y El  Caribe (Concacaf)  en la próxima Copa Oro.

Sí hay un jugador de alta calidad, mexicano, que se desempeña en la posición: Raúl Jiménez, quien juega en un equipo británico  donde brilla con luz propia. Sin embargo, un choque de cabezas hace unos meses lo mandó al hule, y eso lo imposibilita para defender por el momento los colores del equipo de todos. Y no hay otro. 

El sempiterno Chicharito no está en su mejor momento y enfrenta la negativa del entrenador nacional a convocarlo. Los otros dos centros delanteros, Alan Pulido y Henry Martin, lucen sus habilidades en el dominio del balón y sus exóticos cortes de pelo, pero no la meten ni por casualidad.

México participó durante varios años en la Copa América, el torneo continental donde se enfrenta lo mejor de Suramérica  (Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Colombia y otros); además, en el terreno de los   clubes, participaba anualmente en la Copa Libertadores de América enfrentando a los trabucos del Cono Sur a visita recíproca. 

De manera absurda, alegando razones de calendario y objeciones de la Concacaf,   México abandonó ambos torneos para concentrar sus esfuerzos en superar a los poderosos equipos regionales: Trinidad y Tobago, Jamaica, Honduras, El Salvador y  otros equipos centroamericanos y de El  Caribe, así como a Canadá (“¿Hay futbol  en Canadá?”) y   Estados Unidos. 

Por supuesto, es evidente el progreso de los equipos del norte  y también el de algunos de Centroamérica;   pero México, considerado por años como el Gigante de la Concacaf,   pertenece, por estilo de juego y nivel, a Suramérica. Las razones, seguramente de índole económica, orillaron a tomar la decisión.

Es de pena ajena escuchar a los comentaristas deportivos nacionales intentar mantener el negocio a flote, pues en ello se juegan su continuidad profesional. La reducida asistencia a los estadios, a excepción de los inmuebles de Monterrey, donde poderosas empresas sostienen a los equipos locales con fuertes inversiones en instalaciones y contrataciones en el extranjero, es indicador claro de la decadencia vestida de gallina de los huevos de oro (rostizada) para lograr la comida de hoy a pesar del hambre de mañana. 

La miopía es evidente para todos, excepto para los dueños del balón, fieles a la consigna de sacar el máximo beneficio en el ejercicio corriente, sin visión de futuro.

Aun  en tan difíciles circunstancias, la selección  nacional continúa siendo un producto de alta demanda y pingües  beneficios. A pesar de ser el equipo que ostenta el récord mundial de derrotas en copas del mundo, basta que el equipo nacional se presente en un juego amistoso o en un partido oficial  para que la afición se hermane para apoyar al equipo tricolor, el cual, pese a las adversidades, ha logrado superar la primera ronda en los últimos seis mundiales, para caer abatido en la ronda de eliminación directa. 

Sí da coraje que incluso Costa Rica y Estados Unidos hayan llegado más lejos que México en la justa mundialista. Bueno, coraje a la afición, pues los dueños de los equipos, quienes manejan a la selección,  no dudan en subordinar el interés deportivo al poderoso llamado de un puñado de dólares.

Actualmente, los miembros de la denominada Generación de oro, jugadores surgidos de las selecciones campeonas con límite de edad y también de las canteras de Pumas, Guadalajara, Pachuca y Atlas,    empiezan a regresar a México una vez transcurrida su aventura europea. 

Ya pasaron de jóvenes promesas a jugadores consolidados y veteranos de largo colmillo y recalan en tierras nacionales para pastar en praderas de baja exigencia. Algunos logran alcanzar las doradas costas de la Liga de Estados Unidos, la MLS, para cosechar dólares a cambio de regar la polilla por una o dos temporadas más. Quedan Raúl Jiménez, el  Chucky  Lozano, el   Tecatito,  Héctor Herrera y algún otro que ahora se me escapa. Nada que ver con los cientos, sí, cientos de jugadores de Argentina y Brasil   que inundan de manera renovada el mercado europeo como auténticos países exportadores de talento futbolístico.

Y nos venden hipótesis disparatadas: “El mexicano no sabe salir al extranjero”. Absurdo. Millones de mexicanos emigran al norte,  bajo circunstancias muy adversas, y al cabo de algunos meses ya envían remesas de dólares a la familia.  “El futbolista mexicano no es competitivo”. 

Cuando los clubes mexicanos compitieron en la Copa Libertadores, lograron importantes resultados, superando la hostilidad de los suramericanos,  incluyendo a los árbitros, hacia el intruso del norte.  Como  selección, México superó repetidamente a todos los equipos, a excepción de Brasil y Argentina.  “El jugador mexicano prefiere permanecer en su país  disfrutando de altos sueldos, instalaciones de primer mundo y el reconocimiento de la afición”. Aquí sí puede haber algo de verdad. 

Nuevamente, esto es un tema de directivos, quienes pueden explorar diferentes alternativas para propiciar la presencia de un número mayor de jugadores nacionales en Europa, pero prefieren exportar a algún jugador cada cinco años y continuar concentrados en el caldo local con muchos ingredientes importados.

Al ver el ejemplo de la Selección Nacional de Futbol,   no puedo menos que preguntar: ¿propicia  el sector asegurador mexicano el desarrollo del mercado nacional? La reducida demanda de  seguros en México, achacada al reducido nivel adquisitivo de la población, propicia un estancamiento, e incluso un retroceso, como en el caso del seguro de Gastos Médicos Mayores.

¿Podemos hacer algo para  impulsar el desarrollo del seguro en México, además de esperar que el ingreso per cápita y la distribución del ingreso mejoren? ¿Es la utilidad del ejercicio corriente el único interés de los dueños de aseguradoras?

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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