Vivir Seguros es, más que el mero título de una columna, una invitación a reflexionar sobre cómo vive su papel cada uno de quienes trabajan en la industria aseguradora.
Esta vez abrimos nuestro espacio para compartir un momento memorable que refleja no solo qué es y qué hace un seguro, sino cómo logra un agente que el seguro sea lo que es.
Es un hecho que un agente de seguros profesional pone sobre la mesa todas sus cartas no solo a la hora de vender una póliza, sino también de actuar al ocurrir un siniestro.
Agradecemos por ello al autor que autorizó publicar la siguiente carta, producto de un ejercicio realizado y entregado durante la segunda sesión semanal de un mastermind sabatino.
Demos por cierto que la mayoría de los agentes, promotores, aseguradores y reaseguradores, en general, han vivido experiencias susceptibles de considerarse sucesos memorables.
¿Cómo no enamorarse de una actividad que conocemos, entendemos y comprendemos a cabalidad, por medio de la prueba del ácido que representa el pago de un siniestro?
Ojalá que el texto que hoy compartimos inspire a más de uno a adentrarse en el seguro y en el papel que éste desempeña en el sector asegurador.
Nunca olvidaré esa mañana de domingo
Nunca olvidaré esa mañana de domingo en que sonó mi celular y del otro lado la voz de mi esposa me decía: “Acabo de ver en una esquela del periódico que falleció tu amigo Jorge, ¿sabías eso?”. Yo estaba en el hoyo 16, casi a punto de acabar la ronda de ese día. Me quedé en shock, y sólo se me ocurrió pedirle al amigo con quien iba que nos detuviéramos un momento para elevar una oración por el eterno descanso de Jorge, mi amigo.
Jorge era un verdadero tipazo. Desde la primera llamada que entablamos hubo una buena química; y, cuando lo conocí aquel día junto con su esposa, supe que eran especiales y que aquello era el principio de una bonita amistad. Nos reunimos una tarde en un Vips para platicar de seguros, y recuerdo que ella llevaba en el vientre a su primer hijo, con seis meses de embarazo. Llevaban poco tiempo de casados. Jorge era un hombre atlético, con una excelente condición física; de hecho, pocos años atrás lo habían calificado para representar a México en justas internacionales de natación. Tenía un puesto importante en una empresa trasnacional de manufactura tecnológica, y en una promoción tuvieron que mudarse a vivir a Memphis, donde la empresa tiene una de sus plantas, para que él se hiciera cargo de la logística.
El último contacto que tuve con él fue en enero de 2010, mediante un correo electrónico en el que me preguntaba si su póliza de seguro estaba en orden y sus pagos al corriente. Yo no noté nada raro, pues lo consideré como una consulta rutinaria. Para entonces, era obvio que él ya sabía que su cáncer había avanzado mucho y que sus días estaban contados, pero no me mencionó nada de su condición de salud. Cinco meses después de ese correo, pidió que lo llevaran a su natal Guadalajara a dar su última exhalación.
Supe el día y la hora de la misa por el amigo que me refirió a Jorge, y allí estuve puntual. Me acerqué a Paty, su viuda para darle el pésame. Ella me abrazó y lo agradeció. Le pregunté si se acordaba de mí, pero evidentemente no, por la cara que hizo. Ya habían pasado varios años desde la última vez que nos habíamos visto. Le dije: “Soy Francisco Sepúlveda. Yo le vendí a tu marido su primera póliza de seguro, y estoy aquí además para ayudarte con los trámites para que cobres el seguro”. Ella volvió a abrazarme con el abrazo más fuerte y sincero que nunca voy a olvidar.
En ese momento comprendí lo que era realmente mi trabajo.
¿Qué es el seguro de Vida sino un montón de papeles aburridos, amarillentos por el tiempo, con cifras y frases legales?
Pero, cuando este montón de papeles es bautizado por las lágrimas de una viuda, se convierte en un verdadero milagro. El seguro de Vida es la lámpara de Aladino de los tiempos modernos. Es la comida, el techo y la cobija; es la colegiatura y los libros; es la paz y la tranquilidad de la esposa y de los hijos; es su comodidad y la promesa cumplida de un padre de su amor perenne. El seguro de Vida le da dignidad a la viuda para que ella pueda seguir viviendo como esposa; constituye los sueños que los padres tienen para sus hijos y la promesa de que los cumplirán, con ellos o sin ellos.
El seguro de Vida pone sobre la mesa dinero para un evento predecible que siempre ocurre en forma y tiempo impredecibles.
Gracias, Jorge, porque me diste la oportunidad de comprender que mi trabajo no fue venderte esa póliza, sino ayudarte a escribir esa carta de amor para tu familia.
Entregar el cheque de ahorro con el que los padres le darán el privilegio a su hijo de estudiar una carrera universitaria es una gran emoción que he vivido muchas veces. Pero también más de una vez he tenido que entregar el cheque a una viuda para cumplir la promesa de amor que le hizo su esposo de que siempre cuidaría de ella y de sus hijos.
Aquel día en que le di el cheque a Paty le pedí permiso para abrazar a su hijo, ya de siete añitos, quien tenía además una hermanita dos años menor que se había quedado en casa. Me agaché, lo abracé y le dije en voz bajita: “No te preocupes amigo, todo va a estar bien”. En ese momento sentí al mismo tiempo un cálido abrazo, como si Jorge estuviera allí sonriendo y diciéndome: “Francisco, no llores por mí. Lo que has hecho para proteger a mi familia nadie en el mundo lo pudo hacer, y realmente te quiero agradecer por ello”.
Esos son mis momentos de la verdad; son los momentos mágicos que se quedarán siempre aquí conmigo. Para mí no tienen precio. Y, más que un trabajo, esta labor es un llamado, una misión. Mi misión.
Soy Francisco Andrés Sepúlveda, y desde 1999 mi misión como agente de seguros es ayudar a personas, familias y empresas a proteger lo más valioso que tienen y a transformar su visión financiera en realidad.
Zapopan, Jalisco, mayo de 2021.
Zapopan, Jalisco, 22 de mayo de 2021