Querido lector, aquí estamos de nuevo. Te saludo habiendo recibido mi primera dosis de la vacuna de AstraZeneca, un tanto entusiasmado con el pensamiento idealista de que la situación de la pandemia, difícil y dolorosa para nuestra sociedad y el mundo, comienza a dar indicios de quedar atrás.
Entraré en el tema. Quizá compartas que todas las familias tenemos frases, refranes o anécdotas muy particulares que tienen un sentido especial para sus miembros. Se repiten constantemente y constituyen una suerte de axioma cada vez que se pronuncian.
Para mi familia de origen tal es el caso de la frase “Como perro en el Periférico”, que hace referencia a la actitud de total desconcierto que muestran o mostraban estos animales cuando, por azares del destino, iban a parar al arroyo de tan impresionante vía de circulación.
Para contextualizar a quienes no la conozcan, sea porque no han visitado Ciudad de México (CDMX), o incluso para aquellos, más jóvenes, que habitan en ella pero que no vivieron de primera mano la disrupción que significó el Periférico hace algunas décadas, voy a explicar sus características, o al menos mi percepción de ellas.
El Periférico es una avenida muy significativa y recordable para mí. Durante mi niñez viví en Ciudad Satélite, en el Estado de México, y prácticamente la única avenida para llegar al Distrito Federal, hoy Ciudad de México, era el Periférico.
El llamado Anillo Periférico es una larga vía de tránsito de forma circular. De ahí proviene su nombre, aunque en realidad no llegó a completar los 360 grados y convertirse en un círculo completo. Cuando fue construido, a lo largo de las diferentes etapas rodeaba la ciudad casi en su totalidad, como una especie de borde contenedor.
Sé que hoy, con el crecimiento de la mancha urbana, eso parece inimaginable, pero así fue.
Seguramente, en parte por encontrarse a la orilla de la ciudad como por otros factores sociales y demográficos propios de hace cuatro décadas, era común que los perros callejeros llegaran fortuitamente a esa vía.
El Anillo Periférico consta de un arroyo central con tres carriles de circulación en cada uno de los dos sentidos. Cuenta con innumerables pasos a desnivel, la mayor parte de ellos pasos deprimidos, es decir, circulación por debajo del nivel de calle. Y precisamente por esta última característica resultaban complejos y desafiantes, al menos para que los canes salieran de la avenida una vez que hubieran ingresado a ella y avanzado, transitando hacia los mencionados pasos a desnivel, que de algún modo se convertían en tramposos túneles.
Espero haber logrado por medio de mi descripción el entendimiento de la logística y la situación. Desde luego, debo reconocer que, en mi perspectiva, hasta los perros han evolucionado en estos pocos años en las ciudades. Así que te pido, lector querido, que imagines un perro de campo si te resulta más útil.
Imagina por favor. El can entra en la avenida. Comienza a percibir y mirar el movimiento de los autos. Unos circulan en un sentido. Otros en otro. Lo hacen a velocidades distintas. Se cambian de carril. Rebasan. Entran y salen del arroyo. El cuadrúpedo demora en detectar los patrones. Tarda en identificar y predecir el comportamiento. Intenta desesperadamente descifrar la naturaleza detrás de lo que ocurre. El clímax sobreviene cuando colisiona con un vehículo en movimiento.
Hasta este momento en la lectura, con absoluto derecho por cierto, cualquiera podría manifestarse completamente desconcertado y preguntar: “¿Y qué tiene que ver un perro en el Periférico con los seguros, el cambio tecnológico o las insurtech?”.
Mi respuesta sería: todo.
Hemos escuchado que lo que mata no es la bala sino la velocidad, hablando de armas de fuego. Para el perro ocurre lo mismo. El peligro no son ni la avenida ni los autos en sí mismos. El problema es que lo que sucede a su alrededor se desarrolla a gran velocidad; a una velocidad que le impide identificar oportunamente los patrones o predecir los sucesos; y acaba, frecuentemente, costándole la vida.
Eso, justamente eso, es lo que está ocurriendo en el entorno de los negocios y el cambio tecnológico.
Las modificaciones en los hábitos y en los patrones de compra son vertiginosos. Lo que funciona hoy ya no funciona en un año o a unos meses de distancia. Lo que resultó disruptivo se vuelve la norma y lo obligadamente esperado en muy poco tiempo; pierde su valor como novedad en forma sorprendentemente rápida. La innovación caduca muy deprisa.
Y lo más sorprendente es que, si la innovación depende de la tecnología, ésta no ofrece barreras de entrada para los competidores. Si algo se puede comprar, la competencia lo va a obtener; y un modelo que tomó algún tiempo crear se igualará tan pronto como se haya entendido el diseño y la tecnología de elaboración se adquiera.
El “Periférico de la innovación”, si se me permite acuñar la expresión, puede ser tan letal para nosotros como para los perros aventureros entrar al Anillo Periférico.
Evidentemente somos superiores a los canes, pero estamos obligados a mostrar y demostrar esa superioridad. Necesitamos entender, identificar y conocer las tendencias de cambio a altísimas velocidades, tan velozmente como ocurren, como si nuestra vida empresarial dependiera de ello. De hecho, sí depende de hacerlo.
Tenemos que balancear el cambio y la disrupción con el compliance, la normatividad y, ante todo, contra la natural resistencia al cambio que tenemos los seres humanos. Salir de la zona de confort ya no es una actitud ideal. Es una cuestión letal, de vida o muerte, tal como es para el perro en el Periférico interpretar lo que ocurre.
Observar a la competencia, que en la analogía podrían ser los vehículos en movimiento, es indispensable.
Curiosamente, debo decir que en mi percepción, y no tengo ningún elemento o estadística que me respalde, creo que los perros aprendieron la lección a lo largo de los años. Aprendieron a no entrar ni caminar a la orilla del arroyo.
Nuestro reto es mucho mayor, pero la moraleja sirve, en mi opinión.
No seamos como los canes que lucían desconcertados sin saber qué hacer y perecían de manera dramática.
Mostremos las cualidades que hacen del ser humano el rey de la Creación.