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México es un país que siempre ha estado por encima de sus gobernantes: tanto de los buenos y generosos, como de los perversos y ambiciosos, y los ha cobijado a todos por igual, aunque los ha premiado o castigado por el peso de su responsabilidad política.

En su historia, ha registrado el paso de mujeres y hombres brillantes que, por su apasionante trayectoria, llena de congruencia, fueron reconocidos como hijos ilustres, mientras que a los traidores lo ha castigado con la muerte, el exilio, el olvido (de muchas generaciones) y hasta con el desprestigio de la honra.

Cómo no recordar la herencia de Lázaro Cárdenas del Río, el “Tata”, defensor de los recursos energéticos de los mexicanos; el legado de Venustiano Carranza, impulsor del constitucionalismo; de Francisco I. Madero, Padre de nuestra incipiente democracia, o de Porfirio Díaz, gestor de la industrialización y del movimiento cultural de la nación.

Cómo dejar en el baúl de los recuerdos a Benito Juárez, padre de la Reforma, de la legalidad, del pleno respeto al derecho ajeno; a José María Morelos y Pavón, el “Siervo de la Nación”.

Todos ellos dejaron una herencia inolvidable para nosotros y para nuestros hijos.

En la memoria histórica de los mexicanos se mantendrá la entrega amorosa y sin medida de los auténticos luchadores de las causas sociales como Emiliano Zapata o Francisco Villa, que desairaron el poder y se convirtieron en íconos de los movimientos libertarios del país.

La responsabilidad histórica

El próximo presidente de la república tendrá una responsabilidad histórica sobre sus espaldas, ya que cargará con todas las limitacionesirresponsabilidadestraiciones y las deudas social y económica de los últimos mandatarios.

Ese jefe del Ejecutivo recibirá un país cubierto de sangre por los miles de mexicanos muertos víctimas de la inseguridad. Solo en los dos últimos sexenios se han registrado 234,000 asesinatos (entre ellos 135 candidatos a puestos de elección), sin olvidar a los cientos de desaparecidos, de los feminicidios y de los “no contabilizados”.

Quien se pondrá el 1 de diciembre la banda presidencial recibirá y deberá administrar un país con 54 millones de pobres, la mitad de ellos viviendo en la pobreza extrema, en la miseria, con poco o casi nada para sobrevivir en familia.

El nuevo mandatario tendrá en sus manos un país dividido por cuestiones partidariasideológicas o doctrinales; gente que se ha sentido traicionada, una y otra vez, por líderes, funcionarios, legisladores, que se han enriquecido a más no poder, dejando en la desdicha a cientos de personas.

El nuevo presidente recibirá un país, además, con 30 millones de jóvenes (la cuarta parte de sus habitantes), “Millennials” con ganas de comerse al mundo, de triunfar; ávidos de trabajar y de abrirse espacios a como dé lugar; capaces (en todos los sentidos) de hacerse ver y de hacerse sentir como la fuerza laboral de México.

¿Qué debe hacer el nuevo presidente?

1.- Llegar con mentalidad de estadista, con una visión transformadora y de largo alcance, que visualice a México como una poderosa nación, capaz de posicionarse como líder y ejemplo en toda Latinoamérica (principalmente) y en el mundo. Respetar y hacer respetar al país desde dentro y desde afuera.

2.- Alejarse de las ideologías (sobre todo de las extremas y radicales); ponerse por encima de ellas para gobernar para todos sin excepción alguna. Deberá administrar para pobres y ricos, jóvenes y adultos; hombres y mujeres; para la gente del campo y de las urbes, para los creyentes y no creyentes.

3.- Reconstruir el tejido social hermanando a todos (porque todos somos una gran familia); educando para lapPaz; impulsando el respeto a la diversidad; protegiendo a los más débiles, desprotegidos y vulnerables.

4.- Fortalecer el estado de derecho y la legalidad; aplicar la justicia sin distinciones y castigar a los culpables de cualquier delito, sin dejar espacio a la impunidad.

5.- Quizá lo más importante: generar un nuevo pensamiento, una nueva cultura, una nueva cosmogonía, exaltando nuestra mexicanidad, nuestras raíces, construyendo al nuevo ciudadano que tanta falta le hace al país.

El nuevo presidente tendrá el honor y quizá la gloria (todo dependerá de él) de conducir los destinos de este hermoso, generoso y entregado país llamado México.

 

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