La COVID-19 está cerca: el papá de Grisel, responsable de Tesorería en una empresa multinacional de capital japonés, murió recientemente. Le habían trasplantado un riñón hace algunos años, y su organismo no resistió. Todos en la casa se habían contagiado por el virus, que fue importado al seno familiar por quienes fueron obligados por la necesidad económica a arriesgar el pellejo propio y de los cercanos en salidas frecuentes a centros de trabajo o lugares de comercio informal en la vía pública.
Hijos, hermanos, primos, cuñados, suegros y padres caen contagiados ante la acometida del implacable virus. Ya nos llega el agua a los aparejos.
Apenas el 28 de febrero de 2020, el primer caso de coronavirus se daba a conocer: un mexicano, de regreso de un viaje por Italia, había sido diagnosticado. Al Día de Reyes de 2021 ya son 1,466,490 casos confirmados y 128,822 muertos.
Los números cuentan la historia completa.
En el año 1 antes de la COVID-19 (a. de la C-19), es decir, 2019 de nuestra era, murieron en México 800,000 personas (vamos a utilizar números cerrados por facilidad de exposición). Como es habitual, Pareto nos indica que las cinco primeras causas explican 70 por ciento de los fallecimientos.
Un total de 165,000 mexicanos murieron en 2019 por enfermedades del corazón, 110,000 por diabetes, 95,000 por tumores, 94,000 por afecciones del hígado y 93,000 por homicidio. La retahíla de cifras, observadas a vuelo de pájaro, muestra con claridad la situación actual de la salud y la violencia en nuestro país.
Al observar a 12 meses la cifra de muertos por COVID-19, el número rebasa los 152,000. Los decesos anuales por el virus alcanzarán, muy probablemente, el primer lugar como causa de muerte en México. Sin embargo, una lectura más profunda nos indica que muchas de las muertes por COVID-19 hubieran ocurrido de todas maneras, no en el 2020, pero casi con seguridad en el transcurso de la década de los veinte. ¿De dónde sale tamaña afirmación?
Utilicemos el principio de causa próxima, el cual sirve a suscriptores de riesgos para determinar la causa original de la realización de un riesgo: el barco se hundió, pero la causa del hundimiento no fue el temporal que azotó la costa occidental, sino la falta de mantenimiento, que explica las precarias condiciones de la embarcación y exhibe al hundimiento como un evento causado por la negligencia del armador, no por las condiciones meteorológicas, que por sí mismas habrían sido insuficientes para provocar la zozobra del buque.
En el caso de la COVID-19, es claro que una persona con mala condición cardiaca provocada por hipertensión, condición que a su vez fue provocada por obesidad, estrés y falta de ejercicio, es presa fácil del virus. Una persona de la misma edad en buenas condiciones físicas hubiera resistido la enfermedad.
Lo mismo puede decirse de la diabetes, que, si bien tiene un componente genético importante, también es propiciada por malos hábitos. Y qué decir de un hígado afectado por el alcohol, incapaz de cumplir con su maravillosa función de laboratorio corporal con tecnología de punta.
De los tumores podemos decir, a falta de evidencia sólida en contrario, que su origen es aleatorio; y de los homicidios… bueno, de los homicidios no hay que dar una explicación: todos los mexicanos podemos explicar el origen de la violencia que concluye fatalmente con cifras que no dejan de crecer.
Podemos afirmar, entonces, que la COVID-19 es como un catalizador: la salud de la persona ya estaba mal; el virus únicamente acelera el desenlace fatal.
Estamos encerrados por la amenaza de la COVID-19, que cobrará 152,000 muertes en el primer año; y mucho menos en los años subsecuentes (esperemos que así sea) una vez que los sujetos de alto, medio y bajo riesgo sean vacunados con apego estricto a las prioridades señaladas. Japón solicita que los atletas que acudan a la justa veraniega en 2021 vayan vacunados. Pocos países podrán cumplir con el requerimiento. Atletas jóvenes y en excelente forma física no son los primeros en la lista.
Cerramos las casas; los restaurantes con todo y la carta desesperada de los empresarios que gritan: “O abrimos o morimos”; las oficinas y todo giro que no sea indispensable, como sí lo son supermercados y tiendas.
Pero no cerramos la boca, y continuamos consumiendo alimentos procesados de varios octágonos. Y, cuando el exceso de peso amenaza con transformarse en obesidad, seguimos posponiendo la recuperación, la cual debe iniciarse con un cambio de hábitos: menos sal, menos grasas saturadas, menos azúcar y, por supuesto, menos cantidad. El corazón sufre y espera la solución, que nunca llega. La diabetes prolifera en gordos y mal alimentados, y el alcohol vulnera la integridad del hígado por el exceso que no evitamos.
Mañana es la palabra que difiere los esfuerzos. La procrastinación nos permite continuar haciendo lo que nos da la gana, pues la amenaza de un infarto, un coma diabético, la amputación de una pierna o la cirrosis son eventos lejanos que seguramente pasarán de largo para afectar a otros.
El seguro de Vida es lo único que ampara contra la realización de un riesgo sin incertidumbre: todos vamos a morir. Es inevitable. La incertidumbre está en el cuándo y, por supuesto, también en el cómo.
A pesar de la certidumbre de ese evento futuro, el cuándo y el cómo corresponderán, casi con certeza, a nuestro estilo de vida. La fórmula para prevenir, si no evitar de plano, casi cualquier enfermedad es la misma: comer menos y comer bien: verduras, frutas, semillas, soya, proteínas vegetales, germen de trigo, avena y cereales sin industrializar; llevar el consumo de carne roja al mínimo y disminuir el de pollo y pescado; adiós a refrescos, pastelitos, pan dulce, pizzas y toda clase de alimentos procesados. Tampoco es ciencia nuclear, pero sin duda la fórmula exitosa se basa en aplicar lo de “el sentido común es el menos común de los sentidos”.
Una sencilla consulta en internet nos dará información abundante sobre alimentos saludables y recetas. Otra opción es leer La panza es primero, de Eduardo del Río, mejor conocido como Rius (por cierto, fallecido en 2017 de cáncer de próstata). Ameno y de una lógica contundente.
Una pregunta sencilla nos da la pauta para enderezar el camino: ¿vivo para comer o como para vivir?