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De dos al cuatro

Charlemos seguros

El asegurador

Todos hemos escuchado sobre esfuerzos que pretenden incrementar la penetración del seguro en nuestro país, y algunos hemos participado en ellos. No pretendo ser demasiado crítico, pero me parece que el resultado de tales iniciativas en las últimas décadas está muy lejos de ser el deseado.

Querido lector, hoy quiero reflexionar con usted  sobre eso, que es un desafío particularmente arduo para el sector.

¿Qué pasaría si estuviéramos basándonos en supuestos falsos al construir las estrategias de crecimiento? ¿Qué sucedería si nuestros supuestos se basaran en   mentiras?  Me encantó esta definición que encontré: “Mentira   s. f.  Afirmación que una persona hace siendo consciente de que no es verdad”.

Sabemos bien que los dos poderosos argumentos que aparecen una y otra vez en los análisis estadísticos y poblacionales confluyen en las  causas para explicar el reducido nivel de aseguramiento: falta  de cultura y bajo poder adquisitivo. Y, francamente, yo podría aceptar ambos sin mucha discusión  si no viera a un peatón entrar en  una tienda   con un iPhone X  en las  manos para abonar 200  pesos al saldo y poder hacer uso de él.    

Me explico. Resulta difícil pensar que haya un razonamiento sólido que sustente la acción de   las  personas de  poseer, sea por adquisición o arrendamiento (asumamos que no es robado), ese objeto y dedicar una parte significativa de sus ingresos a la compra de crédito para  su uso. Lo mismo ocurre con los servicios de TV de paga, por ejemplo.

Es claro. No hay un sustento lógico en ello. Es una decisión básicamente emocional.

Un individuo que privilegia  este tipo de producto o  servicio en su gasto corriente lo hace por un   deseo,   por las satisfacciones emocionales que le brinda, llámese  estatus, competitividad o  sentido de pertenencia, por mencionar sólo algunas.

Si así lo permite el  lector,   voy a usar una expresión más coloquial para ese factor llamado deseo. Voy a utilizar las conjugaciones del verbo querer. También voy a tratar de ilustrar los escenarios de decisión que enfrenta un potencial asegurado.

¿Por qué hablar de   querer  como un factor crítico para la decisión? Porque  el hecho de querer  deriva de un impulso emocional, más que de uno racional.

Durante años hemos trabajado para influir en el pensamiento racional de nuestros prospectos, esgrimiendo  toda suerte de argumentaciones  lógicas, analíticas  o  financieras  para acompañar el raciocinio del potencial comprador hasta su elección. De hecho, éste es  el arte de los números y las finanzas.

Y para introducir el desafío  y el axioma de mi admirado Dr. House,   apelo a aquellos que, como un servidor, han prospectado, y les pregunto: ¿cuántas respuestas poco racionales han recibido a lo largo de los años?  ¿Qué pasaría si supiéramos que en realidad no nos han dado respuestas ilógicas, sino que de plano  nos han mentido?            

Y por mentir   quiero decir   lo que los prospectos   han hecho al respondernos  lo que ellos creen que sonará  socialmente aceptable, creíble,   lo que nos dejará tranquilos… o al menos lo que hará que ya no insistamos.    Esas mismas respuestas son las que los entrevistados entregan en extensos estudios estadísticos donde deseamos ver reflejadas  las “causas últimas” de la no elección  de compra de un seguro. Repito: ¿y  si fueran mentiras?

Voy al principio de esta colaboración y tengo en mente  la definición de mentira: el entrevistado o prospecto sabe que la verdadera razón para no adquirir la póliza es diferente de  lo que respondió. Tal vez simplemente   no quiere.   No siente el deseo emocional de hacerlo. Pero no querer  parece irracional… Entonces   inventa    (nunca fue tan atinado un verbo) una excusa más creíble.  

Eso sí explicaría cabalmente por qué     se prefiere un smartphone, la TV de paga o cualquier suerte de artículos o servicios que deberían estar por detrás de la adquisición  de un seguro…, racionalmente hablando, se entiende. Simplemente, estos aparatos le brindan al comprador emociones satisfactorias que nuestros productos no brindan. O  al menos   eso le parece al prospecto.

¡Oh, Dios! ¡Hemos  estado usando las disciplinas equivocadas! Tal vez antropología, sociología y psicología deberían  sustituir a las investigaciones,  encuestas y estadísticas de mercado, que pretenden explicar un comportamiento basado… ¡increíble!, en respuestas falsas.

Y por favor  no se tome esta reflexión como si yo pretendiera  acusar de dolo o mala fe  al prospecto. Hay una explicación muy simple: nadie  quiere parecer tonto. Y menos aún en  una entrevista o encuesta.   El prospecto podría estar aduciendo  algún elaborado razonamiento simplemente para evitar el auténtico   no quiero,  no se me antoja.   Una de las experiencias  más enriquecedoras en mi aprendizaje sobre coaching ontológico ocurrió  en una sesión general,    cuando el moderador preguntó:  “¿Qué  sabor de helado te gusta?”. Y después invitó a un participante a explicar por qué. Al cabo de muchas “argumentaciones”, por cierto bastante elaboradas, el ejercicio guiado nos llevó a concluir que no existe tal “explicación”. Al menos no una lógica.

Es pura preferencia, deseo, emoción personal. Punto.

Basados en numerosos estudios, hemos realizado ajustes y cambios a los productos de seguros. Uno de los ejercicios más recientes, las coberturas básicas, muestra  resultados incipientes. Vale la pena tomar un poco más en serio esta hipótesis y abordar, por ejemplo, el reto de trasladar a la población del cuadrante dos al cuatro.   Impulsar que   quieran  si ya pueden. Y, sin duda, muchos clientes pueden más allá de lo que nos dicen. Insisto:  la telefonía celular lo demuestra, tal como lo revela cualquier padrón actualizado.

¿Cómo hacer que los prospectos   quieran?  

Sé muy bien que la respuesta a tal interrogante es un campo desconocido. Las especialidades y ramas del conocimiento  son diferentes. Quizá la más familiar para muchos de nosotros es la mercadotecnia. El modelo de impulsar  a toda costa un producto está llegando a su límite. Hay que hacer que el cliente lo desee,   lo   quiera; que       intervengan en la  adquisición de un seguro emociones y sentimientos de orgullo y gozo,  incluso de complacencia.

Continuaré profundizando al respecto en futuras colaboraciones. Yo lo disfruto, y espero que mi lector también. Gran parte de estos pensamientos derivan de animadas tertulias que realizo  con uno de los mejores actuarios que impulsan al  sector asegurador mexicano y un pensador siempre reflexivo. Nos conocimos hace casi tres décadas, cuando iniciábamos en el sector:   Mauro Soria Mata, hoy alto funcionario en activo y a quien envío un saludo afectuoso.      

Cada potencial cambio de cuadrante da para muchos ejercicios reflexivos.

No es tarea sencilla. Parece algo muy diferente de lo conocido. Pero las posibilidades suenan prometedoras, ¿no?  

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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