Los sistemas de salud a escala global han estado en el epicentro de la lucha contra la pandemia de COVID-19 y se han visto orillados a equilibrar la necesidad de aliviar el sufrimiento y salvar vidas, pese a importantes presiones económicas. En este contexto, más del 90 por ciento de los directores financieros de empresas enfocadas a servicios sanitarios en el mundo reconoce que el episodio epidemiológico que desencadenó el nuevo coronavirus generará consecuencias financieras negativas para sus organizaciones, incluso después de contabilizar las ayudas provenientes de fondos federales y estatales, de acuerdo con una encuesta de McKinsey & Company.

La investigación de la consultora señala que los sistemas de salud siguen centrados en los pacientes y la atención; sin embargo, es probable que el crecimiento proactivo y específico deba ser parte de la respuesta a los desafíos financieros. También añade que cabe la posibilidad de que los estados financieros de los sistemas de salud experimenten una presión negativa, como resultado de la crisis del coronavirus. 

El reporte de McKinsey & Company revela que, si bien los sistemas de salud han aumentado la capacidad para manejar casos de COVID-19 e incurrido en costos adicionales para adquirir equipo de protección personal y poner en funcionamiento planes para aumentar su capacidad, también han tenido disminuciones de hasta 70 por ciento en el volumen quirúrgico y 60 por ciento en el tráfico del departamento de emergencias. 

Asimismo, para los sistemas de salud, es factible que los desafíos financieros actuales persistan en la “nueva normalidad”. Dado que muchos proveedores están experimentando un aumento reciente en el volumen debido a la demanda reprimida, las perspectivas financieras a largo plazo son menos seguras, ya que 20 por ciento de los pacientes encuestados por McKinsey & Company afirma no saber cuándo planificará su próxima visita al doctor. 

Esta incertidumbre sobre el momento y la demanda de servicios de los consumidores sanitarios, combinada con la posibilidad de un resurgimiento del COVID-19, señala McKinsey & Company, requerirá que los sistemas de salud se adapten y respondan a una gran cantidad de presiones, que incluyen:

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