¿Cómo cuidas a quien más le hablas?

Charlemos seguros

El asegurador

 

La sobada frase de que tuvo que ser una pandemia lo que finalmente nos despertara  no parece desatinada. Sin el freno que se impuso por medio del confinamiento, muchos permaneceríamos aletargados, y me incluyo entre ellos.

Curioso, diría yo, que la enfermedad COVID-19 haya encerrado en casa a millones de personas, que se preocupaban por no contagiarse, por  no enfermar, como si el cuerpo hubiera sido para la mayoría una preocupación consciente antes de que el coronavirus hiciera presencia.

Resulta comprensible que, al tener que permanecer en casa, durante los primeros días las reacciones fueran divergentes, pues no pocos recordarán que hasta nos recomendábamos series, películas y toda una variedad de entretenimientos, casi como si fueran vacaciones.

Luego, sin embargo, más para unos que para otros, las cosas comenzaron a dificultarse. La economía comenzó a ser un factor crítico en la vida de muchas personas, de muchas familias. El ambiente empezó  a enrarecerse, sobre todo por la falta  de certidumbre.

Al temor de ser contagiados se   agregó la preocupación de no tener recursos suficientes para hacer frente a las necesidades básicas. La desinformación comenzó a hacer estragos también. La polarización inducida por discursos con mensajes cuestionables continuó, continúa.

En ese contexto, como quiera  que sea, cada cual comenzó a responder a la situación de manera distinta. Esa respuesta es producto de varias situaciones, pero sin duda,  como dice Luis Rojas, un psiquiatra  español, tiene que ver con lo que cada quien  se está diciendo acerca de la pandemia.

Desde una perspectiva simple (y hasta simplona) de la comunicación, ésta se trata de ese proceso a través del cual alguien (emisor) le dice algo (mensaje) a otro (receptor) con  algún signo (voz, letra…)  valiéndose de un medio (escrito, digital…) y con  algún motivo en mente (la intención que se persigue).

Lo normal es  entonces  que, cuando uno se dirige a otros, siga ese proceso y lo haga con alguna intención, sea ésta consciente o inconsciente.

De ahí que en medio de una experiencia como la que el mundo está viviendo  haya respuestas de distinta índole al fenómeno. La incertidumbre es un factor que no es extraño en muchos sentidos. Tanto  es así que un asunto como los seguros o  las fianzas tienen  un lugar para reducir efectos probables de un acontecimiento determinado.

Pero tanto si una persona se siente optimista y esperanzada   como si se siente afectada por la desesperanza y la ansiedad, ello es resultado de los mensajes que llegan hasta ella. Son tantos esos mensajes que muchas  veces un individuo no logra interpretarlos a cabalidad.

No obstante, señala el psiquiatra  mencionado, lo más relevante es lo que cada uno de nosotros se dice y   el nivel de emocionalidad con que se expresan esos mensajes.

Si nuestra mente toma el control, algo distinto sucederá, porque nos ayudará a cobrar conciencia de nuestras  posibilidades. Cuidar nuestro cuerpo se volverá entonces algo congruente. Después de todo, esa parte material no es más que nuestro instrumento de aprendizaje, de ejecución.

A veces, sin embargo, parece que el cuerpo manda, y que lo hace al grado de,  por así decirlo, tomar  la forma que quiere, por desgracia haciendo de este país un lugar lleno  de obesos con enfermedades crónico-degenerativas.

Rojas ha dicho en una conferencia que nadie más habla con cada uno de nosotros que nosotros mismos, y de ahí lo que nos digamos, algo  que cobra importancia capital cuando compartimos la existencia con otros, en especial si esos otros son niños, a quienes les “hablamos” utilizando    distintos códigos.

En este proceso de comunicarnos con nosotros mismos  habría necesidad de una mayor conciencia de lo que nos decimos y de cómo nos lo decimos.

A veces parecería que las condiciones actuales solo nos conducen a “ser serios”, precisamente por el  paradigma que nos hemos estado formando respecto de la pandemia. ¿Qué tanto hemos reído, por ejemplo, en estas semanas de confinamiento? ¿Cómo anda nuestro sentido del humor?

Parecería hoy que muchos nos hemos acercado al dios en el que creemos  como una respuesta   al miedo más que a la confianza.  Finitos, como somos, aunque no sabemos cuándo nos tocará marcharnos de aquí —de ahí el seguro de Vida—, a unos más que a otros les ha crecido el temor a morir, lo que fatalmente ocurrirá.

¿Qué tanto has reído en estos tiempos?

Yo, después de escuchar al psiquiatra, caigo de nuevo en la cuenta de que soy un mal contador de chistes, pero muy bueno para celebrarlos  con risas y carcajadas. Suelo reírme mucho de mí, de mis tonterías, incluso de mis desatinos.

¿Y si nos proponemos buscar mensajes que nos hagan reír, sean éstos chistes o  anécdotas? Podemos reír a carcajadas sin dejar de cuidarnos, de verdad; y no solo ahora, sino siempre. Necesitamos estar y sentirnos bien mentalmente para cuando todos volvamos a las calles, a las  oficinas, a las actividades que nos ocupan.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

Califica este artículo

Calificación promedio 0 / 5. Totales 0

Se él primero en calificar este artículo