Después del atentado del 11 de septiembre, cierto periodista le preguntó a un asesor de seguridad estadounidense que cuáles eran las medidas que se debían tomar para evitar cualquier tipo de incidente terrorista en los aeropuertos. El asesor le advirtió que, aunque nos pareciera desconcertante, los aeropuertos habían implementado un simple “teatro de seguridad”: el arco de seguridad, la prohibición de ciertos artículos, las revisiones estrictas, etcétera, eran por completo insuficientes, aun cuando el deseo fundamental de los seres humanos es sentirse y mantenerse seguros.
El periodista se quedó ofendido con la respuesta e insistió en profundizar en el tema: “Debe de existir alguna forma real para evitar este tipo de eventos”, dijo, a lo que el consultor contestó con una pequeña sonrisa: “Entonces, si quieres asegurar el ciento por ciento de estabilidad, la respuesta es que los aviones se mantengan en tierra”.
Amable lector, probablemente cuando leas este artículo, el coronavirus habrá tomado un cauce distinto que hasta este momento nadie conoce, y me parece prudente contribuir con algunas reflexiones sobre este tema.
Es curioso que el primer artículo que escribí para este periódico fue “Empezar el 2020 con lentitud”; no pensé que mi recomendación se hiciera realidad en menos de dos meses. Cité a Byung-Chul Han (filósofo surcoreano), quien menciona que esta sociedad, llevada por el acelere continuo, ha olvidado contemplar, profundizar, conectar…
Nuestra realidad mundial hoy es que justamente estamos en pausa y con distintos tipos de reacción ante esta coyuntura: descontrol, miedo, incertidumbre; y al mismo tiempo ayuda, contribución, conexión.
El mismo Chul Han habla sobre la alergia al sufrimiento que actualmente padecemos y sobre el hecho de que sólo estamos al pendiente de una búsqueda perpetua de felicidad y autorrealización; pero la vida es maestra tan sabia que hoy también nos obliga a cambiar la postura y a emerger desde ángulos inimaginables.
Me gusta la anécdota del experto en seguridad porque nos hace reflexionar sobre el nivel de control que buscamos tener en nuestra vida. Los griegos llamaban a este tipo de pretensiones desmedidas hybris: la arrogancia de sobrevalorar las proporciones humanas, el no ser consciente de nuestro lugar en el universo, el ingenuo anhelo de omnipotencia…
Quisiera preguntarte en este momento, estimado lector: ¿en dónde está cimentada hoy tu seguridad? ¿Cuál es el teatro de seguridad que te has construido? ¿Está en el dinero? ¿En la salud? ¿En tu patrimonio? ¿En tu trabajo? ¡Qué regalo tenemos en este momento para regresar a ese cuestionamiento profundo y al mismo tiempo forzado! Los asistentes a las sesiones de Alcohólicos Anónimos rezan en su famoso Libro Azul: “De pronto comprendemos que Dios está haciendo por nosotros lo que por nosotros mismos no podíamos hacer”.
Esta pausa que estamos viviendo nos hace entrar en contacto verdaderamente con nuestra propia humanidad.
Con nuestra vulnerabilidad
La seguridad es una superstición. En este momento somos vulnerables, carecemos de nuestro escudo protector (el que cada uno haya moldeado). La vida tiene sólo dos certezas: la muerte y que no hay más certezas.
Mo Gawdat, CEO de Google X, habla en su libro El algoritmo de la felicidad sobre la pérdida de su hijo de 22 años. Menciona que debemos estar acostumbrados a que en esta vida “todo es rentado”: tus padres, tus hijos, tu casa, tu trabajo, etcétera.
Es curioso, pero aquel que verdaderamente tiene control es el que sabe que puede caer en descontrol.
Con nuestra dualidad
En el contexto de la pandemia es conmovedor encontrar cantantes en los balcones, entrenadores físicos compartiendo clases, personas que ayudan a gente anciana a hacer sus compras, creatividad en el aburrimiento… Y por qué no mencionar este gran sentido del humor que encontramos en memes o en dibujos que permite distanciarnos de la realidad sin cerrar los ojos frente a su contundencia.
Jaspers ya lo decía: “Hay algo en la tragedia humana que hace aflorar lo mejor de la persona”.
Y así como veo y escucho estos mensajes, también observo miedos, malestares, preocupaciones profundas, que también son válidas. También es posible en determinado momento (en una medida proporcional, ya que el veneno está en la dosis) sentirnos abrumados, desesperanzados.
En estos días platicaba con una persona que me decía: “Yo estoy supertranquilo, la calma está en mí; rezo calma, vivo calma”. Esto es posible, ya que habrá personas que se encuentren en este nivel más trabajado o elevado; lo que puedo asegurar es que lo lograron porque en determinado momento tuvieron que ver a los ojos a sus propios fantasmas, dialogaron con su miedo, no lo suprimieron.
Así que también es probable que tengas olas de miedo y cuestionamiento. Pero recuerda: “Nada humano me es ajeno”. Como decía mi querida terapeuta: “Te recuerdo que eres humanita, humanita…”, y ahí es donde reside la maravilla del ser humano: su luz y su sombra.
Somos una dualidad. La valentía nace en el miedo; la creatividad, en la preocupación; la compasión, en el sufrimiento…
No olvides apelar a tu resiliencia y recursos espirituales con que cuentes. Hoy, con este regalo tan extraño que la vida nos otorga, es buen momento para poner la mirada en ellos.