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Acumuladores

Charlemos seguros

El asegurador

  • REFLEXIONES

Por: Carlos Molinar Berumen / carlos@molinar.com 

¿Puedes dar más de lo que ya has dado?

Hace unos cuantos días un querido amigo llamado Genuario Rojas, gran conocido de los lectores asiduos a El Asegurador y quien siempre está invitando a sus amigos tanto a la reflexión como a la acción, compartió en redes sociales el siguiente mensaje:

“Hay más en nosotros de lo que hemos dado” ¡Decidámonos ya!

Como de costumbre, esa zarandeada de mi amigo Genuario Rojas, la cual, en lo personal siempre agradezco, porque me encanta reflexionar sobre la vida y trabajar en mi persona para desarrollarme, me dejó pensando y meditando al respecto. Lo primero que me vino a la mente, en relación con el esfuerzo que ponemos en las cosas, fue algo que lamento y que sucedió en mi infancia, adolescencia y juventud cuando jugué futbol.

Se trata de lo siguiente: si bien conocí el cansancio y el desgaste físico profundo en muchos de los partidos de futbol que yo jugué, salí con mucho aire todavía y sin haberme gastado toda la energía que traía en la batería.

Eso es algo de lo que me arrepiento, porque con la experiencia adquirida y el conocimiento de vida que ganamos con los años me gustaría haber salido de cada juego habiendo puesto en él toda la energía y habiendo hecho el máximo gasto posible.

Me gustaba tanto el futbol que a veces llegaba a jugar cuatro partidos un fin de semana, situación que ahora pienso era una mala costumbre; y claro que, dado el cansancio acumulado, llegaba un momento durante el fin de semana que me recostaba a descansar y me costaba trabajo hasta levantar una mano. Hoy estoy convencido de que habría sido mejor jugar un solo juego y entregar en él toda la energía que tuviese mi cuerpo.

No fue sino hasta varios años después de haberme retirado del futbol a causa de una lesión de rodilla cuando aprendí algo extraordinario en relación con nuestro cuerpo y nuestra resistencia física, lo cual trataré de explicar en seguida:

Resulta que un gurú que me enseñó algunas cosas importantes de la vida transmitía sus enseñanzas a través de esquemas, y uno de ellos se llamaba: Acumuladores.

Este individuo decía que nuestra energía se manejaba a través de tres acumuladores en el siguiente esquema:

En lo cotidiano utilizamos generalmente el Acumulador 1 y cuando éste se vacía y sentimos que ya no podemos más, sucede algo casi mágico y es lo que la gente que hace maratón, triatlón y ese tipo de deportes de resistencia conoce como la pared. Justo cuando se agota nuestro Acumulador 1 y topamos con esa “pared”, si seguimos adelante, aunque creamos que no podemos más, rebasamos ese tope y conectamos con el Acumulador número 2. Es entonces cuando nos damos cuenta de que tenemos un Acumulador adicional. Eso es lo que muchos conocemos como tomar el Segundo Aire. Pero la mayoría de nosotros desconocemos eso, en la creencia de que sólo tenemos y funcionamos con un acumulador.

Y por lo que respecta al Gran Acumulador, seguramente se han de estar preguntando: ¿y ese cómo funciona? Este gurú decía que el gran acumulador no funcionaba como el 1 y el 2, sino que sólo se conectaba en cuestiones de verdadero peligro, en una situación de vida o muerte, cuando por ejemplo nos vemos amenazados y hacemos momentáneamente cosas que en una situación normal no podríamos conseguir, y no nos explicamos de donde sacamos tanta fuerza o energía, por ejemplo para subir una barda demasiado alta, o mover un objeto pesado que en condiciones que no fuesen de tal emergencia no lograríamos.

Y así es como a través de la experiencia vamos aprendiendo cosas que luego capitalizamos y extrapolamos a otras actividades y a otros campos; por ello desde que tuve ese sentimiento de haber “mal ahorrado” energía física innecesariamente he aprendido a no escatimar esfuerzos para conseguir ciertos logros, en pocas palabras a ser más resiliente, a cuestionarme una y otra vez que se me presenta una situación en la que creo que ya puse todo el esfuerzo posible si no me estoy guardando energía y podría dar algo más.

Eso mismo ocurre con todo, con el dar, con el compartir, con el enseñar, con amar y con el hacer en favor de los demás.

Sin duda la experiencia también nos ha enseñado a no dar ayuda que causa daño, o que yo llamo “ayuda poco inteligente”, que es aquella que le va a dar una enseñanza equivocada a aquel que la recibe o lo va a meter o a mantener en una zona de confort. Pero una cosa es no dar una ayuda que haga daño y otra muy distinta escatimar esfuerzos cuando se trata de ayudar a alguien. Sobre todo cuando ese alguien que en verdad lo necesita está poniendo todo de su parte para aprender, e incluso está mostrando un agradecimiento de corazón.

Cuando la gente recibe una ayuda y no sólo la valora sino que la agradece, seguramente trabajará a futuro ayudando a otros, convencida de que una misión del ser humano es ayudar, porque, como dice Bertha von Suttner: “Después del verbo amar, el verbo ayudar es el más hermoso del mundo”.

De esa manera, vamos creando un círculo virtuoso y poniendo nuestro grano de arena para dejar un mundo mejor que aquel que nos recibió.

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Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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