Hora de balances, de compulsa, de evaluación. Momento obligado de reflexión, de regocijo por las metas alcanzadas y de análisis respecto de aquellas en que nos quedamos cortos. Pausa obligada para el conteo de bajas y recomposición de la tropa, cualquiera que sea la denominación que nos plazca: familia, empresa, colaboradores, amigos; vaya, de los nuestros —porque nuestro es lo que amamos, aunque no nos pertenezca, aunque no lo sepan.
Nuestro es el andar, el tropiezo, la recomposición y la podredumbre, la esperanza y la desilusión, el golpe, el quebranto, el llanto y la desesperación. Nuestra, la huérfana derrota y el abandono convenenciero que reconoce al éxito como único padre.
Pero nuestro también el cálido regocijo del deber plenamente cumplido, el orgullo del esfuerzo sin condicionamiento, la plenitud con la que acompañamos al alma cuando superamos las expectativas de nuestros clientes, de nuestros compañeros, de nuestros superiores.
Nuestra, la recompensa del amor a prueba de todo —fraguado a tesón y fuego— de nuestra familia, padres, cónyuge, hijos, hermanos.
Nuestra, la paz al llegar a casa con la satisfacción de aportar para que familia, entorno, sociedad y país sean mejores que ayer, con la esperanza del mañana, cuya promesa de prosperidad siempre será cumplida a favor del que trabaja, del que estudia, del que se entrega con pasión, con verdadero fervor, a la noble tarea de la superación personal que, sumada a la de todos, nos llevará a levantar a este gigante mal herido —grave pero no de muerte— llamado México.
Nuestras, las creencias, todas válidas, todas respetables, y sin duda todas capaces de orientar nuestro devenir hacia un horizonte de valores universales que nos permitan evolucionar, hasta salir del cascarón casi primitivo en el que nos encontramos, llevándonos al establecimiento de una sociedad culta, comprometida, justa, industriosa, inteligente, respetuosa y solidaria.
No más división, propuesta o aceptada. No más clasismo, no más colores. No más intolerancia, no más encono, no más machismo, no más feminismo. No al abandono de los valores, no a la inclusión como bandera de exceso verbal, físico e ideológico. No a la alteración del orden, no al escarnio de la historia. No a la justificación estúpida, no a la culpa de otros; no a la improvisación, no al olvido banal, no al dejar correr, no al abrazo para dejar impune el balazo.
Bienvenidos el trabajo, el compromiso, el empleo. Arropemos la exigencia de lo bien hecho, de la limpieza, de la cultura, de la historia, de nuestro origen, de nuestro aquí y de nuestro ahora. Nunca más la desidia vestida de sombrero y calzón de manta. Sí a la preparación diaria, a la especialización en lo que hacemos, al hacerlo no bien sino excelente.
Bienvenido 2020: exígenos, que sin duda estaremos a la altura de las circunstancias; exígenos, porque nosotros lo haremos contigo. Nos comprometemos a hacer rendir cada segundo, a honrar nuestra sangre, nuestros valores, nuestras familias con cada decisión, con cada compromiso, con cada ladrillo, con cada palada, con cada transacción, con cada llamada atendida, con cada reunión de trabajo celebrada, con toda actividad que lleve aparejado nuestro ámbito para, en suma, hacer de esta la gran nación que merecemos y que nos espera desde hace tiempo como amorosa madre segura de encontrar reciprocidad en nosotros.
Agradezco a mis admirados Genuario Rojas Mendoza y César Rojas Rojas su confianza y el espacio que amablemente me brindan; a Luis Adrián Vázquez Moreno y a todo el equipo de colaboradores que hacen de El Asegurador la publicación especializada más importante del sector.
Agradezco a quienes les dedican algunos minutos de lectura a mis propuestas, compartiéndolas, comentándolas y, sin duda, criticándolas. Todo es bienvenido.
Agradezco a Dios, a mi familia, a mis amigos, a la empresa a la que presto mis servicios, a nuestros clientes, que nos favorecen con su preferencia.
Deseo que 2020 sea el año en que los deseos de todos se cumplan. ¡Larga vida y felicidades! ¡Te lo Aseguro!