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Antes que todo he de agradecer al Instituto Mexicano Educativo de Seguros y Fianzas, A.C., por la amable invitación que me honra para participar con la prestigiada Revista Mexicana de Seguros a través de este artículo con el tema de la falsedad de documentos, que siendo un tema tan interesante como extenso, me gustaría en esta ocasión abordarlo a la luz de la experiencia en el ámbito pericial, como perito en la especialidad de Grafoscopía y Documentoscopía primero, y, como jefe del área de dicha especialidad después, así como diversos cargos institucionales en la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México, después.

¿Por qué darle un enfoque a este tema, con base en la experiencia? Considero que la historia nos muestra una infinidad de modalidades delictivas con documentos, que día a día se reflejan en la casuística compleja en la que intervenimos los peritos como auxiliares de las autoridades en los diferentes ámbitos de competencia, léase laborales, fiscales, penales, etc., entre los que cabe destacar este sector, de seguros y fianzas, ya que en todos los casos siempre hay que investigar cómo los delincuentes utilizan medios para, empleando documentos falsos o alterando los auténticos, lograr sus objetivos ilegítimos, entre los que podemos citar, por ejemplo, el robo de identidad o la simulación de actos jurídicos, a través de modus operandi que en algunos casos resultan hasta insospechados, ya sea porque los responsables del manejo y verificación de documentos carezcan de la capacidad técnica para detectar cualquier irregularidad en los documentos, y que, evidentemente, es aprovechado por los delincuentes, o incluso, aquellos casos que implican prácticas desleales de algunos de los propios empleados en las empresas e instituciones.

Por tanto, adviértase mi deseo de expresar mi satisfacción por aportar las siguientes reflexiones.

Primeramente, una pregunta básica: ¿qué es un documento? La respuesta no sería tanto con la intención de polemizar los alcances conceptuales, sino de entender cómo en la práctica se entiende, como una convergencia entre el ámbito técnico pericial y el jurídico, en este último, porque en él trascienden los resultados del primero.

Es así que como documento podemos citar la siguiente definición: “cualquier objeto material que presenta información gráfica sobre su superficie es considerado técnicamente como un documento…”[1], la cual nos con lleva a enfocar en una de sus clasificaciones a la condición de típico o atípico, según los materiales convencionales o no convencionales, con los que se encuentren elaborados. Siendo que, en la tipicidad, naturalmente, podemos ubicar como comunes a los que se encuentran realizados con el soporte más usual, es decir, el papel (por sus características físicas idóneas), también conocido como “sustrato” que contiene a los otros elementos denominados “objetivos”: texto y/o firmas.

Es oportuno señalar que en lo que respecta al texto, éste puede ser realizado con múltiples sistemas, desde los más simples, elaborados en forma manuscrita con objetos llamados útiles inscriptores (bolígrafos, lápices, etc.), hasta los sistemas más modernos de impresión (por ejemplo los que utilizan tóner). Así mismo, en este orden de ideas, ubicamos las tintas empleadas, que en su generalidad son mayormente de conformación oleosa, es decir, con base de aceite que se fijan penetrando las fibras del papel.

En este contexto, es de suma importancia referir a ustedes que, en la evolución de los documentos, históricamente éstos se han tenido que “modernizar” en sus diseños, ya que, dada la cada vez mayor cultura del fraude, es obligadamente necesario implementarles medidas de seguridad, entendidas como todos aquellos elementos que inhiban su reproducción no autorizada o su alteración, para que, en suma, se haga frente al mal uso de los documentos.

Habiendo hecho, pues, las referencias que anteceden, podemos ahora abordar el tópico de la falsedad, que tanto nos preocupa, y ocupa a los expertos.

En primer lugar, al hablar de autenticidad en documentos, implícitamente incluimos características que corresponden a lo autorizado, a lo genuino, a lo oficialmente respaldado, a lo íntegro, a lo indubitable –ya sea por las características fácticas determinados en ellos, como por las circunstancias en que se emiten-, y que permiten su confiabilidad.

En oposición a lo anterior, tenemos lo que técnicamente se denomina “falsedad”, que evidentemente resulta dicotómicamente lo opuesto, es decir: documentos que no están respaldados en su emisión por entidad alguna o reconocidos por quienes están autorizados para participar en su elaboración, contienen vicios en su conformación (por ejemplo con datos falsos), y/o han sido objeto de alteraciones, que implican modificaciones posteriores a su emisión original, y en general que contengan cualquier elemento que lo conviertan en dubitable.

¿Cómo aborda la falsedad la Documentoscopía? Pienso que todo depende de las problemáticas específicas, y que en las investigaciones se puede requerir de conocimientos especiales para  detectar irregularidades en los documentos o determinar resultados a través de estudios técnicos que requieren de procedimientos específicos, que van desde una simple valoración hasta la aplicación de tecnología sofisticada, siempre en aras de conocer en su esencia a los documentos como objetos de estudio e, inclusive de ser el caso, relacionarlos con quienes alteran o falsifican dichos documentos. En todo caso los peritos nos abocamos a resolver cuestionamientos que nos son formulados ex profeso, a veces con señalamientos muy concretos, de lo que se cuestiona concretamente (o sospecha) en los documentos.

Sin embargo, me interesa sobremanera enfocar nuestra atención a lo que podría constituir mecanismos de prevención en el manejo de documentos dentro de los procedimientos administrativos en ámbitos como las gestiones o trámites que se realizan en las aseguradoras. Entiendo que una de las problemáticas susceptibles la constituye la falta de capacitación del personal que tiene la enorme responsabilidad de hacer valoraciones, verificando y corroborando el contenido de los documentos, lo cual requiere obviamente de conocimientos especializados y/o habilidades; falta de capacitación a la que habría que agregar que en muchas ocasiones no se cuenta con el tiempo mínimamente necesario para tales valoraciones, que en lo ideal deben ser holísticamente.

Ahora bien, es importante hacer mención que la metodología documentoscópica tiene sus exigencias para la valoración de documentos y, por ende, para la determinación de la falsedad documental y, toda vez que la naturaleza de los estudios técnicos es esencialmente comparativa, se requiere para comparar de elementos idóneos, consistentes en documentos que contengan homologías, contemporaneidad, originalidad, suficiencia, etc., y que permiten cotejos a detalle, lo cual es la base para los razonamientos lógicos que permiten arribar a conclusiones técnicas.

Resulta entendible que parte de la valoración de algunos documentos, sobre todo de identidad, requiere de la referencia respecto de los protocolos de elaboración accesibles por sus publicaciones y a través de la capacitación, las cuales están basadas en el conocimiento específico de sus características de diseño e impresión, incluyendo sus medidas de seguridad, que habrán de ser consideradas desde el primer contacto al tenerlos a la vista.

No obstante, como es de suponerse, no siempre se puede contar con la idoneidad de elementos para los estudios o valoraciones: es el caso, por ejemplo, de resolver sobre la validación de documentos reproducidos en fotocopia, ante los cuales es de advertir que son susceptibles de fotocomposición fraudulenta (término técnico que implica alteración por medio de la copia), por lo que la responsabilidad del personal que valora los documentos se extiende a tener presente dicha susceptibilidad de fotocomposición y hacer un mayor esfuerzo al realizar su trabajo con base en lo objetivamente observable, lo cual siempre redundará en minimizar los riesgos que ello implica.

En lo que respecta al grafismo (escritura manuscrita y firmas) en los documentos elaborados en copia, conviene hacer saber que los expertos tenemos al menos dos circuitos o niveles de análisis: el de la determinación de lo que denominamos características generales (tipo de escritura y/o firma, dirección, inclinación, presión, velocidad, momentos gráficos, entre muchas más, que en obvio de este espacio sólo me permito por ahora mencionar), y el correspondiente a la determinación de las particularidades gráficas identificatorias (propias de cada persona); en ambos niveles es que podemos detectar, de ser el caso, lo que técnicamente denominamos “signos típicos de falsedad”, una herramienta muy útil si se ve como una alerta oportuna para la no aceptación de los documentos.

Al respecto, considero como más relevantes los que a continuación me permito referir, y que conviene tener presentes: a) trazado laxo, es decir, con sinuosidades o temblores en su ejecución, b) presión muscular uniforme, (lo cual revela falta de espontaneidad del ejecutante), c) retomas de trazo (en lugar de la continuidad), d) mala interpretación de los desenvolvimientos de las firmas auténticas (generalmente con simplificación), e) repasos, f) correcciones o rectificaciones, etc.

Tengo la firme convicción de que el conocimiento técnico aplicado correctamente redunda siempre en buenos resultados, es por eso que me congratula esta participación con el sector de seguros y fianzas, que me ha permitido tocar algunos de los tópicos fundamentales de la falsedad documental, para contribuir en el mejoramiento de los procesos en los que es crucial la validación de documentos.

Enrique Flores Gómez es Perito en Jefe del área de Documentoscopía en la Procuraduría General de Justicia de Ciudad de México e Instructor Especialista del Instituto Mexicano Educativo de Seguros y Fianzas, A.C. (Imesfac).

[1]  Soriano Casas Rodolfo, Documentoscopía, Ed. Flores Editores, 1ª. ed., México, 2018, p. 11

 

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