De entre las muchas tradiciones y celebraciones de nuestro país, la del Día de Muertos se vive con especial interés y participación: colocamos altares, adornamos la casa con flores y artículos que representan los gustos de nuestros seres queridos que han fallecido; brindamos, cantamos y comemos en su honor.
No existe otro país que tenga la capacidad de mezclar el júbilo con la muerte y que acepte de una manera tan original esta realidad, que es la única que tenemos segura en la vida y de la que al mismo tiempo nos cuesta trabajo hablar. La muerte está tan segura de sí misma que nos da toda una vida de ventaja, dicen por ahí.
Pero ¿qué relación podría tener el Día de Muertos con el liderazgo?
Cuenta la leyenda que en la antigua Roma los generales que habían resultado victoriosos en la batalla ordenaban a un esclavo que los siguiera mientras desfilaban por las calles; la misión de este esclavo era recordarles al oído: “Memento mori” (“Recuerda que también morirás”). La intención era moderar la vanagloria de la conquista y tener presente lo efímero de ésta y de su recuerdo.
Si llevo ese memento mori a la organización, ¿qué pasaría?
Abraham Maslow nos enseñó con su famosa pirámide de necesidades que lo más alto de esa escala consiste en aprovechar las oportunidades para desarrollar el talento y potencial al máximo.
Para Maslow, la autorrealización es un ideal al que todo ser humano debería llegar, pues implica tener un crecimiento personal y un desarrollo profundo de habilidades. La autorrealización nos permite estar en condiciones de obtener logros personales y diferenciarnos de manera positiva del resto.
Podemos citar una serie de ejemplos de autorrealización: cuando se logran promociones o se obtienen metas y objetivos establecidos, cuando se desarrolla algún tipo de habilidad ejecutiva, etcétera.
Sin embargo, Viktor Frankl hace mención especial sobre el planteamiento de Maslow y critica que el punto máximo sea la autorrealización. A ésta contrapone la autotrascendencia, la cual tiene su significación en la posibilidad de salir hacia el otro y dejar un legado. ¿A qué se refiere con esto? A que en cualquier circunstancia de nuestra vida (laboral, personal…) nuestro máximo desarrollo consistirá en salir de nosotros mismos, en dejar de concentrarnos sólo en nuestro interior, en nuestras necesidades y carencias y voltear a ver al otro.
Algunas preguntas que podemos formularnos si seguimos una línea de autorrealización son: ¿qué quiero lograr en la organización? ¿Cuáles son mis principales talentos? ¿Cuál es mi plan de carrera?, etcétera.
Estas preguntas sólo tienen inmerso el yo; preocupación sólo por los propios objetivos y metas, por los satisfactores, etcétera. Subrayo: no quiere decir que las preguntas de autorrealización sean incorrectas. Mi exhortación radica en que las complementes con preguntas de autotrascendencia, porque entonces tu labor dentro de la organización no sólo tendrá satisfactores, sino que se le añade un sentido y, por lo tanto, construyes una herencia.
Hace unos años conocí a la directora responsable de un área cuyo objetivo implicaba combate y disputa con diversos departamentos y comités para llevar a la compañía a un nivel de mayor modernidad y renovación. Esta directora tuvo que enfrentarse a diversas negativas y obstáculos para lograr convencer a diferentes actores y responsables de la toma de decisiones de la necesidad de evolucionar y mejorar. Fueron varios años de trabajo, esfuerzo y dedicación; y, finalmente, la organización decidió desvincularla.
Cuando tuve oportunidad de platicar con ella, me conmovieron sus palabras: “Estoy convencida de que mi trabajo sirvió y de que la empresa hoy comienza a evolucionar. Sé que el equipo y yo trabajamos fuertemente ante constantes adversidades y miedos; y, aunque no me tocará ver el resultado final, estoy satisfecha de saber que mi trabajo y mi ejemplo trascendieron”.
Me gustó escuchar que, aun cuando ella ya no pertenecía a la empresa, sabía que su trabajo había brindado frutos, que incluso estaba orgullosa de haber dejado huella junto con el equipo y que claramente su necesidad no radicaba en recibir reconocimiento personal. Lo importante era la contribución y la evolución que había provocado dentro de aquella institución.
Si nos olvidáramos un poco de nosotros mismos y viéramos la trascendencia de lo que hacemos, nuestro concepto de felicidad cambiaría. Me gustaría dejarte una reflexión con base en preguntas de autotrascendencia: ¿cuál es tu proyecto de “inmortalidad organizacional”? ¿Cuál es tu legado? ¿Qué huella habrás dejado? ¿Qué influencia habrás ejercido en los otros? ¿Qué dirán de ti cuando ya no estés?
Empecé hablando de nuestro país, y me gustaría cerrar de la misma forma: México tiene una actitud única ante la muerte; sin esa reflexión constante sobre la muerte, la vida sería insípida. Somos capaces de recordar a nuestros muertos; pero, en la misma línea de autotrascendencia, podríamos preguntarnos también: y los que ya no están… ¿cómo nos recordarán.