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Pensiones, un problema sin solución a corto plazo

Charlemos seguros

El asegurador

NO HAY SOLUCIÓN DE corto plazo para el tema de las pensiones. La reiteración de este  u otros temas no es lo que más me provoca escribir las notas y comentarios que comparto con quienes me favorecen con su paciente, interesada o gustosa lectura.   Sin embargo, nuevamente se pone en espacios preponderantes la cuestión de la insuficiencia de los montos que se alcanzarán a la edad de retiro, y es tema “de urgente actualidad”.  

YA HEMOS COMENTADO aquí la cuestión de los ingredientes fundamentales para que un programa de retiro como las afores  funcione. Los factores básicos son: el monto del ahorro, esto es, de las aportaciones; el tiempo que ha de transcurrir entre el inicio del ahorro y el momento del retiro, los rendimientos del fondo y el costo de su  administración.                                          

CLARAMENTE, A MENORES  aportaciones, menor fondo y, consecuentemente, menor monto de las rentas de la pensión. De igual modo, a menores rendimientos, menor acumulación, y la misma consecuencia en cuanto a la pensión que se va a  recibir. En cuanto al costo de administración de los fondos, el esquema se repite pero en proporcionalidad inversa: a mayor costo de administración (las comisiones, pues), menor acumulación del fondo y la misma afectación  para la pensión.

LOS REMEDIOS MÁS DIRECTOS a lo anterior están en los siguientes factores: reducir el costo administrativo, lo que con el volumen es posible, pero definitivamente  tiene un efecto marginal en la acumulación del fondo; mejorar los rendimientos, asunto que depende, entre otras cosas, del estatus económico y financiero del país, no obstante lo cual los fondos ofrecen las más altas tasas de rendimiento al microahorro;  incrementar la aportación, asunto al que la clase política le tiene miedo, pues la medida causaría una manifestación inédita de repudio por parte de todo trabajador, y esto no compra votos, al contrario; y, finalmente, que el periodo entre la primera aportación y la fecha de retiro sea mayor, es decir, un plazo de insumo de más años que los hipotéticos establecidos hoy día.

EL TEMA DEL PLAZO puede relacionarse con, por ejemplo, políticas públicas,   revisión de los contratos de trabajo (particularmente los de los llamados outsourcing, donde se es proclive a mayor liquidez inmediata y un mínimo al pasivo laboral)  y, finalmente, con un estudio serio sobre la extensión de la vida activa de cada individuo.

EL TEMA DEL OUTSOURCING es claro:  las personas prefieren un beneficio inmediato   —un sueldo líquido mayor cada quince días— que un fondo de retiro. Este  caso presenta una complejidad que se añade al manejo que esas firmas hacen de los sueldos; el punto está en la propia conducta  de la gente joven, que hoy tiene una visión muy pragmática e instantánea de la vida, del momento presente —hoy disfruto, hoy viajo, hoy me divierto, hoy gasto—. Esta actitud  deja en claro que no hay una postura responsable de lo que será cuando ya no se generen ingresos. Este último punto tiene contrapesos importantes, como que la tendencia es cada vez más a hacer negocios propios para ya no  depender de algún patrón. Y, a pesar de todo esto, es urgente revisar esos esquemas de compensación, pues en ellos son ausentes casi al ciento por ciento las aportaciones para el pasivo que deberá existir ante la reclamación futura de un ingreso.

EN LAS NOTAS MÁS RECIENTES se encuentran opiniones de expertos, economistas y otros analistas  que tienen algún sustento teórico o financiero; pero también se encuentran las voces de locutores y otra clase de opinólogos que, sin conocimiento suficiente y ayunos por completo de  un análisis aunque sea básico, se van en contra del sistema de cuenta individual y le endilgan distintos calificativos, por demás hostiles. Por otra parte están los que alegremente consideran que se puede extender la edad de retiro, ya no a los 65 años, sino a los 68, 70 o  75, al gusto del opinador. Suena tan básico que parece ser una solución mágica al problema.

ES PROBABLE QUE en otros países se haya tomado tal medida y que, bajo una observación   inmediata, se haya aliviado un poco el problema. Claro que en buena medida se parte de un hecho indiscutible: las condiciones de salud con las  que hoy se llega a los 65 años son infinitamente mejores que las de hace no más de tres décadas; consecuentemente, se presume que “en beneficio de ellos”  es mejor mantenerlos ocupados que dejar que se deterioren innecesariamente más rápido si no hacen nada. Este argumento ataca el problema por partida doble: por una parte   reconoce la fuerza de los empleados de la tercera edad o adultos mayores y la conveniencia de proporcionarles una actividad; y por otra parte alivia el tema de la exigencia inmediata de las pensiones  alargando el plazo de ahorro, lo cual evitaría una crisis inminente, coyuntura que se vislumbraba desde las primeras revisiones de hace casi 50 años (Ley 73).

LA REALIDAD DEL PAÍS es que, como tanto vociferan diario, no hay empleo, el empleo es malo, las condiciones de empleo son terribles; y a ello se agrega  que las empresas, particularmente las multinacionales, no tienen ningún interés por contratar o mantener activas a personas de más de 45 años de edad. De modo que una persona sin empleo desde los 45 o 50 años tendrá que esperarse 15 o 20 años sin ingresos para poder aspirar a pensionarse; y  eso si no pierde los derechos por dejar de cotizar un número determinado de años.

ASÍ  PUES, LA SIMPLONA PROPUESTA    de extender la edad de jubilación actual  no resuelve el problema. Lo mitiga de momento, esto es, sólo se está pateando el bote. Mientras no haya soluciones de fondo,   el tema seguirá muy caliente. Claro, de aquí a que pasen los tres o cinco o 10 años hacia los que se está calculando la patada. Hacerse tontos en vez de resolver: ésa es la consigna.   Y, como diría José José, país como el nuestro no hay dos en la vida.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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