- A RIESGO PROPIO
Por: Bernardo Olvera Bolio
CUANDO ALLÁ POR 1670 se estructuró la primera tarifa de seguro de vida, no se consideró nada respecto de las personas “inválidas” o con “evidentes incapacidades”, que así se decía antes (hoy existe gran cantidad de eufemismos al respecto).
PASARON VARIAS DECENAS DE AÑOS antes de que se integraran tablas de extraprimas, por Ocupación primero y por Salud después, y de que se lograra reconocimiento estadístico y consecuentemente técnico de que aparte del trabajo, las personas que cuando tienen alguna afectación importante en su capacidad motriz y son más susceptibles de agravar el riesgo de fallecimiento, que quienes no muestran esas deficiencias.
EL EPÍTETO EUFEMÍSTICO para referirse a personas con algún tipo de deficiencia física puede variar según los falsos pudores y arañas mentales de quienes han dejado de llamar al pan pan y al vino vino. Igual se dice “discapacitados”, “minusválidos”, “con capacidades diferentes”, etcétera. Lo cierto es que, cuando a una persona no le funciona el organismo al 100 por ciento, es sujeto a mayores riesgos de accidente y otros que atentan contra el vigor vital (como lo define la Ley del Contrato de Seguro).
EL PUNTO ES PODER medir qué tanto se agrava el riesgo por tal o cual deficiencia. No sólo se trata de cuestiones dramáticas y visibles; también hay padecimientos que en un momento dado no son relevantes y en otro momento o situación si lo son. Uno de los ejemplos típicos es el caso de una persona sin el dedo anular de la mano izquierda: en general esto no es una agravante sustancial del riesgo ni un impedimento para seguir activo en lo profesional; pero para un concertista de piano o violín, esa pérdida lo deja casi en incapacidad total para ejercer su trabajo (aún sin agravar su riesgo de fallecimiento).
SEGURAMENTE EN ESOS años de la primera tarifa del seguro de Vida, ser un poco miope o un poco sordo no eran situaciones de mayor consideración. Nadie ponía en mayor peligro su vida si se le pegaba un grito a tiempo cuando se le acercaba una carreta tirada por caballos. Esto es, oír mal o ver mal, sin llegar al 100 por ciento de deficiencia no era miramiento para afirmar que esos padecimientos pusieran en más riesgo la vida de nadie.
PERO HAY CIRCUNSTANCIAS diferentes. Con el paso del tiempo -como dicen los clásicos-, el ritmo de vida es sumamente acelerado y requiere con frecuencia el 100 por ciento o el máximo posible de atención y estado de alerta ante hechos y situaciones vertiginosas, particularmente la velocidad de los automóviles, seas conductor o peatón.
EN EFECTO, si se maneja a velocidades mayores a 40 km/h (más de 11 metros por segundo), se requiere un estado de alerta que demanda concentración suficiente para que la vista y el oído accionen y reaccionen a todo tipo de situaciones emergentes que pueden presentarse a distancias mucho menores y deben solucionarse en fracciones de segundo (ya que podríamos decir de velocidades mayores, como 60 u 80 km/h, esto es, 17 y 22 metros por segundo respectivamente).
Y, POR OTRA PARTE, SI SE ES PEATÓN, con mayor razón hay que tener un alto grado de alerta en vista y oído para, por ejemplo, atravesar una calle. La máxima velocidad de un atleta entrenado, experimentado, disciplinado y preparado mental y físicamente es de apenas unos 10 metros por segundo, menor, pues, que la del auto de los 40 km/h. Eso sin contar a motociclistas y ciclistas que se hacen menos visibles y surgen de la nada; mientras se cuida usted de los autos, le sale uno de esos especímenes urbanos y lo puede dejar en muy malas condiciones.
PUES BIEN, me parece que los datos asentados dejan claro que hoy por hoy -como dicen los clásicos; el estado de alerta debe estar más aguzado que hace tres siglos y medio, en especial el oído y la vista.
LOS RIESGOS DE CONDUCIR hoy autos, motocicletas -más veloces y maniobrables que éstos- y bicicletas -igual de maniobrables, menos veloces pero más vulnerables-, nada tienen que ver con aquellos a los que alguien se exponía al conducir carretas, carromatos, carrozas y carruajes de diversa naturaleza, o al atravesar las vías, rúas y otra variedad de calles o avenidas de esa verdaderamente lejana época.
MAYOR EXIGENCIA DE LA ALERTA: ésa es la esencia del tema. Pero resulta que, cuando más se requiere ello, es cuando más cada día se va haciendo a un lado, descuidando y, ojo, hasta perdiendo. ¿Y eso por qué! ¡Adivinado correctamente!: por el uso de los celulares. El celular deja a las personas con una importante pérdida de visión a distancia y un oído que poco o nada registra (sobre todo cuando se traen los audífonos) del entorno.
MILES DE PERSONAS han tenido accidentes, mayores o menores, por el uso indiscriminado e inoportuno del aparato de marras. Por venir chateando (¡gran neologismo!) no ven más allá de su nariz, y no escuchan lo que sucede ni a tres metros (aun la bicicleta anda entre 5 y 6 metros por segundo). De modo que su exposición al riesgo se incrementa de manera notable. ¿Están discapacitados? No, pero se encuentran en la misma condición que alguien que no oye bien y no ve bien; y, aun así, estos últimos, los que realmente tienen un padecimiento, se conducen con mucho mayor atención que los alegres, despreocupados y distraídos que se abandonan al uso de su celular mientras caminan o conducen (seguramente usted ya ha visto a motociclistas y ciclistas chateando o con sus audífonos a altos decibeles). Son como una nueva generación y especie taxonómica de discapacitados que se ponen en riesgo ellos y a otros.
¿SERÁ MOMENTO DE EXTRAPRIMARLOS? Es una cuestión que no admite oídos sordos ni visión miope…