En la NASA tienen colgado un cartel con la fotografía de unas abejas donde se lee lo siguiente:
AERODINÁMICAMENTE, EL CUERPO DE UNA ABEJA
NO ESTÁ HECHO PARA VOLAR. LO BUENO ES QUE LA
ABEJA NO LO SABE
Las leyes de la física dicen que una abeja no puede volar. Un principio aerodinámico dice que la amplitud de sus alas es muy pequeña para conservar en vuelo su enorme cuerpo. Pero una abeja no lo sabe. Ella no conoce nada de la física ni de su lógica. Y vuela de todas formas.
¿No creen que eso es lo que todos deberíamos hacer? Así como la abeja desafía la gravedad y vuela, nosotros deberíamos empecinarnos todo el tiempo en lograr lo que deseamos ante cualquier dificultad, ante cualquier circunstancia, a pesar de lo que digan, a pesar de cualquier pronóstico. Simplemente desafiar constantemente las adversidades.
Me imagino sólo por diversión lo que sucedería en una reunión de aves y de insectos en la que pudieran expresarse y en la que antes de conocer las posibilidades reales de vuelo de cada especie discutieran sobre lo que cada una pensaba hacer al momento de desplegar las alas.
Me imagino cómo serían objeto de burlas y de bullying, por ejemplo, el colibrí cuando dijera que intentaría batir sus alas entre 50 y 80 veces por segundo y que en ocasiones, cuando se tratara de impresionar a una hembra, las batiría hasta 200 veces por segundo.
El colibrí no solamente bate las alas hacia abajo y hacia arriba, como las demás aves, sino también horizontalmente para lograr mantenerse en equilibrio en un sólo punto estático y poder desplazarse no solamente hacia adelante, sino hacia atrás, hacia abajo y hacia arriba sin depender de la velocidad del viento.
¿Y dónde dejaríamos a la pobre abeja? A la abeja la empezarían a acosar sin necesidad de que ella tratara de explicar nada de lo que pensaba hacer. Simplemente con verla.
Al observar su fisonomía, otros insectos y aves se reirían de ella, y seguramente le dirían: “¿De verdad piensas que vas a poder volar con esas alitas y teniendo ese volumen y peso?”.
Pero, como dice el cartel de la NASA, a la abeja le tiene sin cuidado que todos los principios de la aerodinámica digan que no tendría posibilidades de volar. Es más, ni siquiera los conoce.
¿No valdría la pena ser un poco como las abejas e ir por todos nuestros anhelos sin siquiera hacer caso de las expectativas que van en sentido contrario?
Me pregunto a cuántas posibilidades renunciamos por las limitaciones que nos hemos autoimpuesto. Y nos las impusimos solamente porque hemos concluido, desde antes siquiera de hacer un intento, que no somos capaces, o que es muy complicado; o, peor aún, porque nos hemos decretado que es imposible hacer tal cosa. O, ya en el extremo, que no lo merecemos, o simplemente que eso no es para nosotros.
Tenemos que cambiar el chip y quizá ser un poco más ingenuos u optimistas e intentar más cosas.
¿Por qué no hacer como las abejas y, sin que importe el tamaño de nuestras alas, buscamos alzar el vuelo y disfrutar del polen de la vida?
Las limitaciones que nos autoimponemos son muchas, y son enormes, simplemente porque alguien lo dijo en el pasado, porque durante años se ha pensado que no es posible o por cualquier otra causa.
¿A cuántas posibilidades hemos renunciado por miedo? Por miedo a intentarlas, por miedo a la crítica, por miedo al ridículo, por miedo al qué dirán.
Creo que es hora de tomar todas las enseñanzas que nos ofrece la naturaleza de manera gratuita y dejar de hacer caso a muchas ideas preconcebidas que nos limitan.
Intentémoslo al menos. Hagamos ensayos de prueba y error, pero no renunciemos a probar hacer cosas por un simple prejuicio, que muchas veces ni siquiera sabemos quién lo sembró en nuestra mente.
Pensemos que el fracaso es solamente una capacitación para el éxito, y no nos autolimitemos; vayamos por todas. Así, al menos el día en que nuestro corazón deje de funcionar, no diremos: “Al menos lo hubiera intentado”.