Palabras olorosas

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Así como existen palabras afectuosas, cariñosas y amorosas, también las hay injuriosas, ociosas y espantosas. En esta ocasión nos referiremos a las palabras olorosas, las perfumadas1, ésas que dejan un tu llo de historia añeja 3⁄4que no es lo mismo que decir que huelen a rancio.

oler

En latín olēre refería a «las cosas que echan olor»; para la acción de per- cibir olor usaban el verbo olfacere, ‘olfatear’, del cual deriva olfato. Oler como verbo comenzó a usarse a nales del siglo xv; ya Antonio de Nebri- ja —ca. 1495— lo usó para referirse a «oler recibiendo olor». De la raíz indoeuropea od- también surge odorante, del cual nace desodorante, que aparece primero en inglés como deodorant en 1848, y en los diccionarios de nuestra lengua en 1914.

peste

Del latín pestis, ‘ruina, destrucción, azote, epidemia’. En la Edad Media, una de las epidemias más devastadoras fue la peste negra. Terreros y Pando registra en 1788: «Se toma por hedor, porquería». Para variar, la Academia —rae— no registra esta nueva acepción, que ya era de uso cotidiano, sino hasta 1837. Pese a que el uso de peste como olor desagradable sea más utilizado que el de epidemia, hoy en día el drae insiste en dejar la descrip- ción de «mal olor» como tercera acepción.

hedor

Del latín foetere, ‘heder’. Es curiosa la forma en la que apa- rece en el diccionario de Nebrija: «hedionda cola», «he- diondez de boca» y «de sobaquina», lo que nos hace pensar que el hedor es propio del cuerpo, y no así de

otras cosas, pues sólo habla del «hedor de azufre». En una última entrada se menciona «hedor de na- rices», que, como revisamos en la palabra oler, se re ere, no a que las narices emanen tufo alguno, sino a que lo perciben.

fragancia

Del latín fragrantis, participio activo de fragrare, ‘echar olor’, de raíz indoeuropea bhrag-, ‘oler’. Esta palabra sufrió una aféresis —transformación al perder una letra—, pues an- tes se decía fragrancia, y eso era lo culto. Apa- reció en el diccionario en 1732: «Olor suave y delicioso que recrea el fétido».

Jean Rodrigo-Baptiste Velázquez sabe que el rey apesta como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, así como todos sus súbditos, nobles y campesinos.

 

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