“Tienes que leer Un mensaje a García”, me indicó mi jefe cuando le expliqué la imposibilidad de notificar a cierto cliente la cancelación de un trámite.
Eran los años ochenta, y no existía Google, pero de alguna manera me las arreglé para conseguir el antiguo documento, descrito como “un breve folletito del que se han editado rápidamente millones de ejemplares y se ha traducido a siete idiomas…”.
En Un mensaje a García se narra la historia de la encomienda hecha por el presidente de Estados Unidos a Rowan, un hombre, según le indicaron al gobernante, capaz de entregar un comunicado muy importante a García, jefe de los insurrectos en Cuba durante la guerra con España.
No es importante conocer las vicisitudes que sufrió Rowan para entregar el mensaje: su travesía en bote, cómo se internó en la selva o la ruta seguida para cruzar la extensa isla y terminar, tres días después, en la costa opuesta. Lo importante es que Rowan entregó el mensaje, sin necesidad de preguntar: “¿Dónde estará García?”, “¿Quién es mi contacto en la isla?” o “¿Cómo voy a llegar hasta allá?”; ni, por supuesto, “¿Por qué tengo yo que entregar este mensaje a García?”.
El interesante folleto concluye con una anécdota más actualizada, considerando que el documentito data de 1944, en cuyo relato un jefe explica a su empleado la razón por la cual otro colaborador fue ascendido en su lugar.
El relato es como sigue:
Un empleado maduro pide autorización para presentar una queja al director general.
—¿Qué hay?
—Señor director, ayer ha sido nombrado Ramiro para ocupar la vacante de supervisor. Yo soy cinco años más antiguo que Ramiro, y él es 16 años más joven que yo…
El director lo interrumpe:
—¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
El empleado sale a la calle y regresa diciendo:
—Son unos carros que pasan.
—¿Qué llevan?
Después de nueva salida:
—Unos sacos.
—¿Qué contienen los sacos?
Otro viaje a la calle.
—No se ve lo que tienen.
—¿A dónde van?
Cuarta salida.
—Van hacia el este.
El director llama a Ramiro.
—¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
Ramiro sale y regresa cinco minutos después:
—Son cuatro carros cargados con sacos de azúcar; forman parte de un embarque de 15 toneladas que el Ingenio El Zarco remite a la Embotelladora La Unión, ubicada en Santa Fe. Esta mañana pasaron los mismos carros con igual carga; se dirigen a la Estación Central. Van consignados a…
El director, dirigiéndose al empleado antiguo:
—¿Ha comprendido usted?
Cuando terminé de leer Un mensaje a García, me di a la tarea de localizar al cliente a quien era “imposible” avisar de la cancelación del trámite. Conseguí en el Directorio por calles, que por aquellos años existía, el número telefónico de una tienda de abarrotes cercana al domicilio del cliente, quien no tenía teléfono, y le encomendé al tendero la tarea de mandar llamar al cliente hasta su casa para que acudiera a la tienda a contestar mi llamada. Una vez transmitido el mensaje, comuniqué a mi jefe la conclusión del trámite, henchido de orgullo.
En el periódico de ayer, el Gobierno de México anuncia su intención de promover el Home Office “como una manera de disminuir los flujos diarios de personal hasta su lugar de trabajo”. Existen tareas, como la vigilancia o la atención a la clientela en los bancos, que requieren forzosamente la presencia del empleado; pero muchas otras pueden realizarse en la comodidad del hogar, lo que evitará extensos traslados y embotellamientos y permitirá al colaborador de la empresa ganar dos o tres horas de vida al ahorrarse el pesado trayecto.
Muchas empresas no quieren permitir la permanencia de sus empleados en casa ni la realización de sus tareas a distancia. ¿Cuál puede ser la razón de tan extraño comportamiento, tomando en cuenta el ahorro en rentas, servicios y conflictos que la medida ahora fomentada podría generar?
Es probable que la razón de tal renuencia de los empleadores sea ese extraño padecimiento que hoy aqueja masivamente a sus subalternos: el autismo, condición cuya principal característica es una personalidad replegada sobre sí misma de manera patológica. Quien padece autismo muestra un desinterés total por las relaciones sociales, así como una imposibilidad congénita para entablar una comunicación normal o desarrollar un vínculo afectivo con el prójimo.
Hoy en día, el exacerbado interés por las relaciones sociales que los habitantes del planeta Tierra exhibimos por medio de ese afán informativo que se sirve de las redes sociales, ya sea Facebook, Instagram o Twitter, para difundir las actividades que desarrollamos, los eventos a los que asistimos y todo aquello que conforma un supuesto perfil de extrema felicidad y satisfacción personal nos ubica en el extremo opuesto de lo que caracteriza la actitud de un autista. Sin embargo, nos estamos convirtiendo en una clase nueva de autistas.
A pesar de la intensa comunicación entablada de manera continua con personas lejanas, nuestra cercanía trasluce un aislamiento extremo. En el metrobús, tres de cada cinco personas viajan con audífonos, completamente desconectadas de su entorno inmediato, lo cual es fácil de comprender: si consideramos un trayecto de El Caminero a Indios Verdes, cualquiera buscaría desconectarse y escuchar música para hacer más llevadero el trayecto. ¿Pero en la oficina? Al saludar a las personas en las empresas con las que trabajo, mi saludo se queda en el aire: la persona está conectada a la lejanía y desconectada de la cercanía gracias a sus audífonos. Instalado en su estación de trabajo, el empleado contemporáneo disfruta de su serie favorita observando de reojo la pantalla de su teléfono móvil mientras simultáneamente establece contacto con amigos, conocidos o comunidades a través de las redes sociales, consulta información de su interés, da like a publicaciones diversas… ¡ah!, e intenta cumplir con las funciones encomendadas.
Hemos desarrollado paulatinamente mayores aptitudes, con periodos más prolongados de preparación académica y continuas actualizaciones, pero nuestra actitud cae frecuentemente en la apatía o, en el mejor de los casos, en el cumplimiento mecánico de la tarea encomendada mientras volamos a tierras lejanas, en brazos de una tecnología que nos convierte gradualmente en autistas para aquellos que nos rodean.
No es de extrañar, pues, la insistencia de muchas empresas en continuar convocando a sus huestes a la fábrica o la oficina para supervisar el trabajo con insistencia, echando mano de limitaciones, reglas y observación directa.
Existe la tecnología para trabajar a distancia, pero la seducción de las innumerables distracciones, propiciadas por la permanente presencia de relaciones cuyo número aumenta geométricamente, así como por la información condensada pero muy abundante sobre temas de interés particular, difundidos masivamente, amenaza la realización eficaz de tareas encaminadas a lograr un objetivo.
Cuando acudo a la cafetería o cocina de los lugares de trabajo que a menudo visito, observo a los comensales concentrados en sus pantallas, mientras un silencio total invade el recinto; entonces no puedo menos que preguntarme: ¿quién va a entregar el mensaje a García?
Antonio Contreras tiene más de 25 años de experiencia en el sector asegurador mexicano. Su correo es gar2001@hotmail.com