La paciencia es una virtud que, según mi punto de vista, está infravalorada por nuestra sociedad. Pienso que, de por sí en otras épocas no se le daba su justo valor, menos aún en la actualidad, edad en la que mucha gente busca la satisfacción instantánea.
Hoy en día, en parte gracias al explosivo desarrollo de la tecnología, las nuevas generaciones nos hemos acostumbrado a la inmediatez, a obtener todo con un clic; y la celeridad para obtener cualquier cosa está sobrevalorada.
Esto hace que la gente, en vez de desarrollar la paciencia, pierda tolerancia a lo que implica la espera.
Bien dice George Savile que “Un hombre que es maestro de la paciencia es maestro de todo lo demás”.
Y Molière decía esto: “Los árboles que tardan en crecer producen la mejor fruta”.
Así, gracias a la velocidad con la que se desarrollan las cosas y por lo agitado del mundo actual, confundimos la rapidez con la calidad, y muchas cosas se valoran por el grado de rapidez con que se obtienen.
Lo anterior nos ha llevado a vivir con la enfermedad terrible de la prisa, y nos hemos vuelto impacientes.
Esto es algo que me viene revoloteando en la cabeza desde hace algunos años, y recuerdo que escribí un artículo que se titulaba Erradicar la prisa de nuestras vidas.
Desde mi perspectiva, la prisa nos hace cometer errores y equivocarnos fácilmente al precipitarnos y no reflexionar lo suficiente para llevar a cabo una planeación adecuada y darles a los procesos los tiempos que requieren.
Las virtudes que más admiro en la gente son el orden, la reflexión y la paciencia. Yo de inmediato asocio a una persona con esas cualidades con la inteligencia y la brillantez. Y, por el contrario, una persona poco reflexiva, atropellada e impulsiva me causa una mala impresión.
La gente piensa que ser paciente es sinónimo de pasividad, de quedarse aletargado, de gente poco proactiva; y creo que no hay nada más equivocado.
A mi juicio, la gente que ha desarrollado la paciencia es gente sabia. Ser paciente significa no actuar precipitadamente; significa ser una persona que ha aprendido a ver las cosas en perspectiva y con profundidad y que ha desarrollado la virtud de planear y saber esperar para actuar en los momentos precisos.
Quien ha cultivado la paciencia no solamente tiene un plan A, sino seguramente tendrá también un plan B, e incluso un C; y, si las cosas llegaran a salirse de control, habrá ya reflexionado las posibilidades de tal manera que podrá improvisar más fácilmente, actuando con calma, sin prisas ni precipitaciones.
Los estadounidenses tienen un concepto que llaman timing, del cual no conozco una traducción precisa. Quizá la interpretación más certera sea ‘sincronización’, pero no me lo parece, ya que ellos lo utilizan de manera tan coloquial y es un vocablo tan extendido que lo aplican a muchos aspectos de la vida.
El timing implica actuar en el momento preciso; y eso, desde mi perspectiva, requiere necesariamente desarrollar la paciencia.
Una persona paciente tendrá seguramente un manejo mejor de sus emociones y será consciente de que muchos procesos toman tiempo.
Según san Agustín, “La paciencia es siempre un aliado de la sabiduría”.
Omitir etapas en los procesos por falta de paciencia nunca será una idea buena.
Me parece que parte de la tragedia de la humanidad obedece a tener en muchas cosas una visión de corto plazo y a no poseer la capacidad de planear ni de desarrollar la paciencia necesaria para llevar a cabo proyectos de mediano y largo plazo.
En muchas actividades se requiere tiempo: en la fabricación de un buen vino, en la formación de un asegurador y en tantas otras… Siempre se requiere un proceso que entraña forzosamente un periodo de maduración, y obviarlo siempre dará un resultado malo.
Para ejemplificar, me gustaría referirme a la fábula de la mariposa, que cuenta esto:
“Un hombre encontró el capullo de una mariposa tirado en el camino. Pensó que allí corría peligro y entonces lo llevó hasta su casa para proteger esa pequeña vida que estaba por nacer. Al día siguiente se dio cuenta de que el capullo tenía un orificio diminuto. Entonces se sentó a contemplarlo y pudo ver cómo había una pequeña mariposa luchando para salir de allí.
El esfuerzo del pequeño animal era titánico. Por más que lo intentaba, una y otra vez, no lograba salir del capullo. Llegó un momento en que la mariposa pareció haber desistido. Se quedó quieta. Era como si se hubiera rendido.
Entonces el hombre, preocupado por la suerte de la mariposa, con su aliento le dio calor al capullo, el cual se fue rompiendo para facilitarle al animalito la salida. Y lo logró. La mariposa salió por fin. Sin embargo, al hacerlo, tenía el cuerpo bastante inflamado, y las alas eran demasiado pequeñas; parecía como si estuvieran dobladas.
El hombre esperó un buen rato, suponiendo que se trataba de un estado temporal. Imaginó que pronto la mariposa extendería sus alas y saldría volando. Pero eso no ocurrió. El animal permanecía arrastrándose en círculos, y así murió.
El hombre ignoraba que la lucha de la mariposa por salir de su capullo era un paso indispensable para fortalecer sus alas. En ese proceso, los fluidos del cuerpo del animal pasaban a las alas, y era así como se convertía en una mariposa lista para volar.
Lo mismo pasa con los retos y desafíos contra los que nos topamos día a día: son el combustible que nos prepara para que nuestros talentos se desplieguen y nos convirtamos en una versión mejor de nosotros mismos”.
A veces escuchamos frases de la sabiduría popular que parecen simplistas, como aquella que dice que hay que darle tiempo al tiempo, lo cual, a mi parecer, significa que no debemos saltarnos periodos de maduración de ciertas cosas.
Brian Weiss dice que “La paz interior es imposible sin la paciencia. La sabiduría requiere paciencia. El crecimiento espiritual implica el dominio de la paciencia. La paciencia permite que el destino se desarrolle a su propio ritmo”.
No en balde Lao Tse nos dice: “Ten paciencia. Espera a que el barro se asiente y el agua se aclare. Permanece quieto hasta que surja la acción correcta por sí sola”.
Si de algo estoy convencido es de que la paciencia no es pasividad y de que es una gran virtud. Si aprendemos a desarrollarla, sin duda nos dará frutos y nos pagará los más altos dividendos.