El robo más grande

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El asegurador

Quizás no exista algo más preciado que la libertad.

Cuando nacemos, somos totalmente dependientes; y, conforme vamos creciendo, vamos conquistando paso a paso más libertades.

Es común que los padres causemos daño a los hijos  cuando, por amor, tratamos de resolverles la vida, impidiéndoles con ello crecer como personas.

Como individuos, deberíamos  entender que existe la Ley de Individualidad,   lo que significa que esta vida es individual y que nuestro trabajo como padres es proporcionarles a los hijos el conocimiento de vida necesario  para que ellos puedan ir conquistando la libertad en todos los sentidos.

Libertad de acción, desde lo más insignificante  hasta lo más trascendente.

Para que entonces, una vez que son adultos,  puedan conquistar quizás la mayor de las libertades, la libertad en el sentido más amplio: el libre albedrío.     

Cualquier   cosa que elijamos para nosotros  (una profesión, una pareja, los amigos)  debe ser una elección personal, y esta facultad no debe ser coartada por nadie en lo más mínimo.

Me parece que un padre o una madre pueden decir que han triunfado en la vida en  relación con la paternidad o maternidad cuando han logrado que su hijo sea una persona independiente, libre y feliz.

Muchos padres, por tratar de evitar sufrimiento a sus hijos, los sobreprotegen. Y, al tratar de evitar ese sufrimiento, no les permiten desarrollarse en todo su potencial, porque, sin quererlo, les roban posibilidades. Les roban esa libertad al decidir por ellos.

La responsabilidad de un padre es enorme, y muchos no alcanzamos a percatarnos de  la profundidad que ello implica. Tenemos que comprender que somos guías, somos tutores,  no propietarios; tenemos sólo dos responsabilidades con respecto a los hijos: 1) amarlos y 2) sobre cualquier otra cosa, hacerlos independientes.   

No les cortemos las alas   pensando que están más seguros en tierra y a nuestro lado. Enseñémosles   a volar y animémoslos a alcanzar más altura de la que nosotros hemos alcanzado.

Cuidemos de no dañar su autoestima  y de transmitirles que la inteligencia se expande con el esfuerzo.

Si nosotros les quitamos esa posibilidad, los  estamos robando. Se oye fuerte, pero eso es: un robo.    

Y eso no sólo sucede entre padres e hijos;  sucede también entre Estado y ciudadanos de un país.

Enseñar conlleva una responsabilidad enorme, porque la verdadera enseñanza debe ser objetiva y desinteresada. Desafortunadamente,  en muchas ocasiones aquel que enseña o tiene el conocimiento puede caer en la tentación de adiestrar en lugar de enseñar.

Y, en ese sentido, es importante detectar el interés de aquel que se encuentra en la posición de enseñar.

Tratar de evangelizar a otra persona en cualquier sentido   —en el más amplio— es una falta de respeto.

Quizás el robo más grande que se le pueda infligir  a un individuo es el de arrebatarle su voluntad y su libertad de pensamiento.    

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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